MADRID / Mozart por Currentzis: especial y magnífico

Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 21-IV-2021. Ibermúsica 20/21. MusicaEterna. Director: Teodor Currentzis. Obras de Mozart.
Era el de ayer, como explicó Clara Sánchez en su parlamento introductorio, un concierto especial para Ibermúsica: el primer concierto sinfónico tras el cierre abrupto que la pandemia ocasionó en marzo del año pasado. Ocasión excepcional, sin duda, porque, en primer término, es obvio que, para una entidad enteramente privada, sin subvención alguna, la restricción de aforo impacta directamente sobre la viabilidad de muchos espectáculos. Además, dado que se nutre fundamentalmente de formaciones extranjeras, las restricciones de movilidad en muchos países hacen que las giras orquestales sean ahora mismo algo excepcional. De forma que la presencia de MusicaEterna tenía de entrada ese ingrediente de un tan complicado como deseado “¡por fin!”.
Por otra parte, el propio grupo ruso y su director nunca dejan indiferentes y siempre despiertan alto interés. Algo muy lógico, porque su personalidad, su sonido y su excelencia ejecutora son ingredientes que dotan a sus interpretaciones de una energía y vitalidad tan contagiosas como especiales. Y en el programa teníamos dos partituras geniales que no por muy conocidas e interpretadas dejan de ser esperadas y paladeadas por el público: las dos últimas sinfonías de Mozart. No, nos cansamos de escuchar a Mozart. Todo lo contrario.
Currentzis es un maestro rompedor en todos los sentidos. Completamente ajeno a corsés o estereotipos tradicionales, se muestra abiertamente (gracias a Dios, diríamos) desinhibido en la vestimenta (pantalón de pitillo ceñidísimo y camisa blanca con chaleco; la camisa terminó abandonando el pantalón por detrás víctima de los agitados movimientos de su portador) y en todo lo demás. Prescindió del podio, algo que puede perfectamente permitirse por su estatura, pese que las secciones de violines y violas tocaron de pie, y abrió la partitura de la Sinfonía nº 40, pero la cerró pocos minutos después. En realidad, no le hacía maldita la falta. La tenía por completo en la cabeza.
El greco-ruso dirigió en constante movimiento, encima mismo de los violines primeros, de los segundos, de las violas o hasta del primer violonchelo. Caminaba, danzaba, y hasta de vez en cuando soltaba algún zapatazo en el suelo para resaltar este o aquel acento. En alguna ocasión casi hasta de cara al público, porque cuando se echaba literalmente encima del primer atril de segundos violines y luego giraba a los primeros casi daba la espalda al centro de la orquesta. Su gesto manual (como es bien sabido, no utiliza batuta) puede ser muy preciso en la indicación, pero casi siempre prescinde de eso, porque busca otras cosas: energía, expresión, planos, acentos, dibujos rítmicos.
Y consigue todo ello, sin la menor duda. Puede que esa desinhibida y hasta estéticamente poco atractiva gestualidad haga crujir los esquemas de algún furibundo defensor del frac y la formalidad de las batutas clásicas. Pero creo indiscutible afirmar que es endiabladamente eficaz, magnético y claro. Hubo un momento en la Sinfonía nº 41 en la que pidió de forma inequívoca a los chelos una contención señalando claramente que debían escuchar a las violas. ¡Imposible no seguirle!
Desde el punto de vista interpretativo, quienes hayan escuchado sus aproximaciones a las óperas Da Ponte (especialmente Don Giovanni) o su atrevida, apasionante interpretación del Requiem, ya podían imaginar lo que iba a llegar desde el escenario: un Mozart enérgico, vital, contrastado, atrevido, elegante en el canto, pero tan abierto al choque como lo está Currentzis. La partitura deja bastante lugar a ello, porque, al menos en la Nueva Edición Mozart, las indicaciones son bastante parcas y por consiguiente el campo para los acentos y los cambios dinámicos, como ya demostrara en su día el añorado Harnoncourt, está bastante abierto.
En efecto, la Sinfonía nº 40 nos llegó así con una vibración inquietante desde su decidido inicio, de forma que pudimos escucharla en esta ocasión especialmente hermanada con la tensión dramática de la otra gran sinfonía en Sol menor del salzburgués: la nº 25. Currentzis supo, como también en la Júpiter, conseguir una sabia combinación de intensidad y elegancia cantable en los temas contrastantes. Un Mozart riquísimo en inflexiones y, en definitiva, de una vitalidad envidiable y contagiosa.
Se omitió (también en la Júpiter, supongo que por razones de duración: el programa en su totalidad duró apenas una hora) la repetición de la primera parte del Andante, por lo demás admirablemente dibujado. Vivaz el Minueto, donde asomó el Currentzis más iconoclasta: todo transcurría con normalidad hasta que en el final de la repetición de la primera parte decidió acentuar la parte débil del compás, rasgo de efecto raro (aunque indudablemente curioso) que luego no repetiría en el da capo correspondiente. De una vitalidad absolutamente trepidante el fulgurante Allegro assai final, en el que llevó a la orquesta al límite de las posibilidades en cuanto al empaste.
La Júpiter nos llegó como cabía esperar: con grandeza y energía en el inicio, absoluta elegancia cantable en el tema contrastante, al igual que en el Andante cantábile. El Minueto tuvo de nuevo la vitalidad deseada, y también en él se permitió Currentzis un rasgo provocador: la prolongación (como si hubiera un calderón) del acorde inicial del Trio. La maniobra no está prescrita, pero sin duda llama la atención. El Molto allegro final (aquí se omitió la repetición de la segunda parte para empalmar directamente con la coda, por cierto, magistralmente realizada) respondió con creces a tal indicación, llevada por Currentzis a alta velocidad.
Con otros mimbres habríamos visto quizá más de un desajuste, pero la orquesta respondió a las mil maravillas a la exigente demanda de su titular, y el peligrosísimo dibujo de este movimiento, el más complejo de la obra, nos llegó con absoluta claridad y perfecta ejecución, además de con una energía irresistible. La prestación de MusicaEterna, una vez más, sobresaliente a lo largo de todo el concierto, quedando como simple anécdota algún despiste del primer fagot en la K. 550. Curioso, también, que los rusos tocaran con mascarilla, pero realmente sin distancia, y que su director la portara solo en salidas y entradas, pero no durante la ejecución. Si yo fuera uno de los primeros atriles, dado lo muchísimo que se acercaba, igual no estaría tranquilo. Aunque tal vez todos hayan recibido ya la Sputnik…
Enorme y merecidísimo éxito de Currentzis y su grupo para un concierto que empezó siendo especial por las circunstancias y sus protagonistas, y terminó siendo simplemente magnífico por la música ofrecida y lo estupendamente interpretada que fue. Bravo, una vez más, por Ibermúsica.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)