MADRID / El joven Mendelssohn, Carmignola, El Prado…
Madrid. Auditorio del Museo del Prado. 18-XI-2019. Orquesta Barroca de Sevilla. Director y violín: Giuliano Carmignola. Obras de Mendelssohn.
Cuando abrió sus puertas el madrileño Museo del Prado (tal día como hoy de hace justo doscientos años), Felix Mendelssohn (Hamburgo, 1809) no era más mozalbete de diez años que estaba empezando a componer sus primeras obras: un trío para piano, una sonata para piano y violín, cuatro piezas para órgano, una cantata y una opereta cómica en tres actos. Mendelssohn pertenece cronológicamente a lo que se ha dado en llamar Romanticismo, aunque no son pocos los que estilísticamente lo ven más encuadrado en el Clasicismo, no solo por el tributo que rinde a Mozart (y, antes, a Bach), sino por su gusto por el equilibrio clásico de las formas y de las proporciones.
Convencido ya (y, a la vez, convenciendo a su renuente padre) de que su destino estaba en la música, en 1822 —es decir, con catorce años— Mendelssohn compone el Concierto para violín y cuerdas en Re menor, que en poco o nada se parece a su otro concierto para violín, el célebre, el Op. 64. Y, al año siguiente, escribe las Sinfonías para cuerdas nº 9 en Do menor y 10 en Si menor, que tampoco guardan similitud con las sinfonías que elaboraría en las décadas de los 30 y 40 (Lobgesang, Escocesa, Italiana y Reforma), las cuales no requieren de presentación. Ese equilibrio clásico de formas y proporciones se constata, claro está, mucho más en estas obras de juventud (casi de niñez) que en las que vendrían a continuación.
Fueron este concierto para violín y estas dos sinfonías para cuerdas las que incluyó la Orquesta Barroca de Sevilla en su programa para el acto musical con el que se conmemoraba el bicentenario de la inauguración del Mueso del Prado. Más allá de escuchar composiciones que rara vez se incluyen en conciertos o en grabaciones discográficas, el principal atractivo de la velada era la presencia de Giuliano Carmignola, no solo tocando el violín, sino dirigiendo a una formación con la que mantiene, según sus propias palabras, un “ottimo rapporto”.
A sus 70 años, el violinista de Treviso se mantiene en plena forma, tanto física como musical. Irradia la energía propia de la adolescencia, quizá porque en su mente aún sigue anclado en esta, como si, cual nuevo Peter Pan, se negara a envejecer. Dirigió las dos sinfonías para cuerdas sin batuta, incrustado en la orquesta (el escenario del Auditorio del Museo del Prado es de proporciones bastante reducidas), casi transmitiendo al oído de cada músico lo que pretendía de él en cada momento… Entre medias, Carmignola desenfundó su Pietro Guarneri (Venecia, 1733) para demostrar que continúa siendo uno de los mejores violinistas (clásico o barroco) de nuestros días.
Quizá a alguno el banquete le supiera a poco, dada la escasa enjundia de las obras seleccionadas (obras de juventud, elegidas más que por su calidad por su correlación temporánea con el Museo del Prado), pero esa sensación se disipó cuando llegó la propina: una frenética lectura del Verano de las Cuatro estaciones vivaldianas… En cualquier caso, tanto el solista/director como la orquesta estuvieron a un nivel realmente apabullante.
Eduardo Torrico