MADRID / Más energía que grandeza

Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. 20-I-2020. Ciclo Sinfónico de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Pablo Heras-Casado. Obras de Schubert y Bruckner.
Es, como diría el rito de la misa, “justo y necesario” que las orquestas de foso cultiven el repertorio sinfónico, como lo es también el recorrido inverso, que las sinfónicas efectúen incursiones en el operístico. Igual que también, como reconocen muchos directores (Conlon entre ellos, como podrán comprobar los lectores de Scherzo en la segunda parte de la entrevista que mantuve con él el año pasado y que será publicada en breve), es bueno que las batutas cultiven ambos campos, e incluso que se adentren en el sinfonismo tras haber crecido en el foso operístico. Dicho todo ello, afrontar determinadas tareas de manera simultánea (o casi), cuando la plantilla no es especialmente larga, puede poner a prueba, con cierto riesgo, la capacidad de trabajo y la rapidez con la que una orquesta es capaz de adaptarse con éxito a repertorios y situaciones bien distintas.
Cierto, una orquesta tan reconocida como la Filarmónica de Viena se mete todos los días en el foso de la ópera estatal y cubre de manera simultánea los conciertos sinfónicos de su propio ciclo. Pero igualmente verdad es que, aparte su excepcional nivel, cuenta con una plantilla de generosa amplitud. No es el caso de la Sinfónica de Madrid, que con un contingente fijo más bien justo (apenas 12 segundos violines aparecen listados en su web, por ejemplo), ha afrontado en el último mes nada menos que la Séptima de Mahler, los ensayos y funciones de La Flauta Mágica, el concierto que ahora se comenta, con la Incompleta de Schubert y la Séptima de Bruckner, y, supongo, que la preparación en privado por los músicos de la partitura de La Valquiria (que tampoco es algo que se toca todos los días), cuyos ensayos comienzan inmediatamente tras este concierto.
Ya el año pasado, cuando orquesta y director plantearon las dos primeras sinfonías de Bruckner, “venían” de El Oro del Rin, pero en esta ocasión, el asunto tiene, como vemos, incluso más mérito, por cuanto se trata, en el caso de los dos últimos conciertos sinfónicos y especialmente en el de las dos Séptimas, de campos no especialmente frecuentados por la orquesta, y porque las partituras con las que han tenido que simultanear la labor en cuanto a ópera (Mozart y Wagner), por distintas razones, se las traen.
Que Heras-Casado es buen arquitecto y gobierna con claridad y firmeza la nave, es algo bien conocido, de manera que no fue novedad confirmarlo ayer. Que se comulgue o no con sus ideas es otra cuestión, que en nada empaña un trabajo en todo caso excelente.
En la Incompleta, el granadino se movió por donde cabía esperar, para cualquiera que conozca sus aproximaciones (algunas ya grabadas) a este repertorio con la Orquesta Barroca de Friburgo. El Allegro moderato se dibujó con tempo vivo, bien planteados matices, impecable construcción del desarrollo y afilados contrastes y aristas. Tuvo energía, qué duda cabe, aunque para el firmante, un tempo algo menos vivo hubiera permitido ahondar más en la tensión dramática que indudablemente esconde esta música. También fue ligero, como cabía esperar, el Andante con moto, que resultó por ello más lírico que melancólico (planteamiento por demás perfectamente respetable), y en el que brillaron con excelente prestación los solistas de clarinete y oboe, justamente destacados por Heras-Casado al final. Excelente final de la obra, con unos ppp muy bien conseguidos.
La segunda parte estaba íntegramente ocupada por la Séptima de Bruckner, que en realidad bien hubiera podido constituir la única obra del programa (algo que quizá sería lógico plantear teniendo en cuenta la multitud de tareas descrita al principio de este comentario: el tiempo de trabajo y preparación de los músicos y el de los ensayos que le siguen, es el que es, y por mucho que nos empeñemos, no puede estirarse). Es oportuna en cambio la casi coincidencia temporal de la obra, dedicada a Luis II de Baviera, protector de Wagner, que falleció justamente mientras Bruckner escribía la sinfonía, con la próxima interpretación de La Valquiria en el Real. Bruckner siempre estuvo cerca de Wagner, y no está mal que en estos días también lo esté en Madrid. El problema que muchos espectadores tienen (o tenemos, tal vez debería decir) con algunas de las sinfonías de Bruckner es que la sombra de Celibidache puede tornarse demasiado grande, y ese es un peligro que hay que intentar evitar, porque resulta injusto frente a otras aproximaciones que pueden ser más que estimables. Y porque, además, no nos engañemos, el rumano trabajaba de una forma que hoy, francamente, dudo que fuera posible.
Sobrevolaba ayer en la mente del firmante, mientas la cuerda de la Sinfónica atacaba el trémolo inicial del primer movimiento, la inacabable perorata del inefable maestro rumano sobre ese mismo trémolo a la Filarmónica de Berlín en el ensayo para el concierto, con esta misma obra, que marcó su retorno al podio de la Berliner tras décadas de desencuentro. Retorno cuyo ensayo y concierto está filmado en un documento de esos que no puede uno dejar de ver. Con apenas dos compases se tira el bueno de Celibidache sus minutos… ¡con la Berliner! hasta que consigue el efecto de borroso susurro que persigue… Más allá de que se comulgue o no con sus planteamientos, hay que concluir que evidentemente reproducir algo así hoy, y más en este contexto de la multitarea descrita, es simplemente un sueño.
Heras-Casado se acerca a la obra del músico de Ansfelden desde planteamientos bien distintos a los de Celibidache. Su Bruckner es más incisivo y vivo, más enérgico que especialmente majestuoso, está sólidamente construido, como quedó en evidencia en la bien elaborada coda del primer tiempo (mejor dibujada que realizada), el clímax del segundo y su final (especialmente acertado el sehr langsam, en la letra S de la edición Nowak que ayer eligió el maestro granadino), el enérgico Scherzo (probablemente lo más conseguido en el balance planteamiento-realización) o la bien manejada agógica del cuarto, con una coda de nuevo mejor planteada que realizada. No se terminó de conseguir, en el por lo demás apreciable edificio bruckneriano resultante, la grandeza y redondez sonora que emana de esta música, tan a menudo impregnada de resonancias del órgano.
Hay que considerar la respuesta de la orquesta, especialmente en el contexto descrito anteriormente, como notable, destacando la excelente prestación de los violonchelos en el primer tiempo, y la buena ejecución del final del segundo y el tercero por los metales, aunque parte de ellos pareció acusar cierta fatiga en la coda final de la obra.