MADRID / Más Alard que nunca en las ‘Variaciones Goldberg’
Madrid. Auditorio Nacional de Música (Sala de cámara). 17-III-2022. Bach, Variaciones Goldberg. Ciclo Universo Barroco. Benjamin Alard, clave.
Durante diez años Johann Sebastian Bach publicó en cuatro partes uno de los legados más impresionantes de la historia del teclado bajo el modestísimo título de Clavier-Übung (ejercicio para teclado). El próximo sábado Bejamin Alard concluye el recorrido que, de la mano del CNDM, le ha ocupado las dos últimas temporadas del ciclo Universo Barroco: la interpretación integral del Clavier-Übung en el Auditorio Nacional: las piezas de clave en la sala de cámara y las de órgano en el gran instrumento de la sala sinfónica. Anoche sonaron las extraordinarias Variaciones Goldberg, donde Bach, siempre peculiar e inconformista, no varía el tema del aria —como era y es usual—, sino las notas del bajo. Para ello se valió de un magnífico Christian Vater construido por Andrea Restelli y cedido por Daniel Oyarzabal, instrumento idóneo para la ocasión.
Alard, como siempre, exhibió su prodigiosa técnica y musicalidad dese la primera nota. Y tocó sin partitura, algo que se observa con frecuencia en esta composición. En conjunto, su interpretación se caracterizó por una enorme fluidez y elegancia, con tempos moderados en ambos sentidos. Ni una exageración, ni un alarde innecesario. Pero, al mismo tiempo, no pude evitar percibir cierta frialdad y falta de contraste. Se mostró como la antítesis de, por ejemplo, un Staier —quien puede incurrir, y con frecuencia lo hace, en detalles de mal gusto impensables en Alard, músico exquisito donde los haya—. Estoy de acuerdo en que esta música no necesita hacer el borrico y dejar que hable por sí es buena decisión, pero tanta delicadeza puede hacer que algunas variaciones no queden debidamente resaltadas.
El aria se tocó pausada, con delectación, con buen rubato —la flexibilidad rítmica marca de la casa estuvo presente a lo largo de la ejecución—. La primera variación la hizo animada, no tanto como algunos, pero sin adscribirse a la nueva ola que la exige muy moderada de tempo (el inicio de un paseo, dice Diego Ares). Yo, francamente, me quedo con la celeridad, por mucho que se diga que es un mero resabio gouldiano. Permanentemente hace acto de presencia, en las variaciones más rápidas, la agilidad, la animación, pero jamás la precipitación o la velocidad desenfrenada (variaciones 5 y 17, por ejemplo). Y, en el caso de las más virtuosas —las hay en verdad endemoniadas—, se aprecia igualmente un alarde técnico —siempre con esa impresión de hacer fácil lo difícil que transmite Alard— que nunca llega al exhibicionismo (variaciones 3, 14, 20, 26, 27, 28, 29…). La Fughetta de la variación 10 reveló una perfección contrapuntística extraordinaria. Hubo, como se ha anticipado, momentos en los que se pediría algo más: más incisividad en la giga (variación 7), más poesía en la variación 13 (escúchese a Hantaï en su segunda grabación para Mirare), más profundidad en la 15, más dolor en la 25 y más desparpajo en el quodlibet (variación 30).
En todo caso, un concierto excelente de uno de los grandes maestros del teclado bachiano de la actualidad.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Rafa Martín – CNDM)