MADRID / Magnífico Dutilleux de Queyras con la Nacional y Gemma New

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 7-X-2023. Concierto sinfónico 3 de la temporada de la OCNE. Jean-Guihen Queyras, violonchelo. Directora: Gemma New. Dutilleux: Tout un monde lointain… Sibelius: Sinfonía nº 2.
El tercer sinfónico de la temporada de la OCNE, con dos de los hilos temáticos de la temporada (Música Poética y Sinfonismo crepuscular) tenía varios ingredientes de interés. El primero, otro solista de campanillas. Si en las dos semanas anteriores brillaron Frank Peter Zimmermann y Brindley Sherratt, el turno era ayer para el violonchelista francés Jean-Guihem Queyras (1967), encargado de traducir esa singular pieza concertante que es Tout un monde lointain… de su compatriota Henri Dutilleux. Se refiere Eva Sandoval en sus bien documentadas e informativas notas, al perfil atípico, fuera de lo considerado estándar, del compositor francés, lo que ella denomina, con razón, outsider. Más porque esa vanguardia “alternativa” (palabras de nuevo de Sandoval) no respondiera a los criterios de la vanguardia imperante, que en buena medida lo era por los dictados dogmáticos de Boulez, que por sus propias características.
Quien esto firma es bastante alérgico a las dictaduras, también a las de los dogmatismos, y mucho más a los que son, como ocurría en más de un anatematizado por Boulez, excluyentes. De forma que, además de sentir más cercana, por sus propias características, la estética de Dutilleux, debo confesar también un cierto sentimiento de solidaridad antidogmática en lo que a su música se refiere. Tout un monde lointain…, comisionada por Rostropovich, es una pieza concertante que nos habla desde un lenguaje singularmente ensoñador e impregnado de misterio, de sonoridades que son por igual evocadoras e indagadoras, y en las que una expresividad tan sutil y profunda como emotiva se funde con una demanda de virtuosismo para el solista verdaderamente extraordinaria.
No es fácil aunar la precisión y agilidad requeridas, la levedad y flexibilidad de arco y la especial sensibilidad cantable que se requiere en muchos momentos. El solista se ve empujado a desplegar toda una panoplia de recursos expresivos y sonoros, y a construir un discurso en el que recurre el motivo inicial que el solista expone inmediatamente en el inicio, y que culmina en un final tan enigmático, misterioso y suspendido como ese etéreo y delicado trino final del solista que parece difuminarse en la nada.
Queyras es, sin la menor duda, uno de los grandes chelistas de la actualidad, y domina como pocos los recursos de su instrumento. Lució en toda la velada un sonido bellísimo, de una riqueza extraordinaria en colores y matices, lleno y con presencia, pero de una delicadeza exquisita en tantos (y son muchos) momentos como reclama la partitura. Desde la exposición de ese motivo inicial, adecuadamente misteriosa, hasta la profunda melancolía de la cuarta sección (Miroirs), pasando por la brillante exposición de la última (Hymne), la suya fue toda una recreación de la compleja partitura de su compatriota. La Nacional, bajo el gobierno de la debutante New, acompañó con sensibilidad la magnífica labor de Queyras. La interpretación del francés fue recibida con comprensible alborozo por el público, y el solista correspondió con una intensa, viva y arrojada lectura del Preludio de la Sexta Suite bachiana, rica en inflexiones y agógica, sin especial cercanía a criterios históricamente informados, pero de sobresaliente expresividad y gran precisión de afinación en las repetidas y comprometidas incursiones de la escritura en el registro agudo.
El segundo ingrediente de interés era el debut de otra directora al frente de la ONE: la neozelandesa Gemma New (1986), formada en su país (Universidad de Canterbury) y más tarde en los EEUU (Baltimore), donde fue después becaria en la Filarmónica de Los Ángeles con Dudamel. Ha sido Directora Residente de la Sinfónica de Saint Louis y principal directora invitada de la Sinfónica de Dallas, y fue designada el año pasado titular de la Sinfónica de Nueva Zelanda. En su agenda de esta temporada figuran, además de este debut con la OCNE y con la OBC en Barcelona, actuaciones con orquestas del nivel de la Filarmónica de Los Ángeles, Sinfónicas de Chicago y Atlanta, Nacional de Francia y Filarmónica de Londres.
New se reveló como una maestra entregada y sin duda cercana a la orquesta, que agradeció al final del concierto su labor con cariñosos aplausos. Pareció, desde luego, alejada del divismo. La gestualidad es más inmediatamente efusiva que especialmente diáfana. Quien esto firma tuvo la sensación de encontrarse ante una directora que tiene madera y fundamentos, que seguramente progresa con rapidez y lo seguirá haciendo, pero que aún se encuentra (lo que por otra parte es muy lógico), como dicen los ingleses, “on the making”.
La Segunda de Sibelius, probablemente la más conocida y tocada del ciclo, es una obra magníficamente escrita, con muchos momentos, especialmente el exaltado himno del final, realmente agradecidos, de esos que, a nada que la orquesta sea buena (y la Nacional, como bien sabemos, está ahora mismo a un gran nivel), aseguran un resultado brillante. No fue ayer la excepción, porque la orquesta sonó divinamente en todas sus familias, especialmente por una cuerda de brillante empaste y redondez, por una madera sobresaliente, con especial mención para los solistas de flauta, oboe y clarinete, un metal en el que destacaron trombones y trompetas, y un estupendo timbalero.
Otra cuestión es que, con tan estupendos mimbres, se hubiera podido extraer mejor partido, como creo que fue el caso. New edificó con solvencia el primer tiempo, pero pudo haber refinado más algunos matices (sirva de ejemplo el crescendo justo sobre el Poco allegro, que quedó apenas perceptible). El segundo pareció corto en cuanto a intensidad dramática y a su carácter a menudo lúgubre, y un punto falto de tensión en la fanfarria del metal sobre la indicación Molto largamente. La cuerda de la Nacional es (lo ha demostrado cumplidamente) capaz de ppp de bastante más sutileza que la escuchada ayer en el pasaje Andante sostenuto, y lo mismo es aplicable al mp de los chelos (más cercano al mf-f) en el retorno del Andante y a más de un regulador que quedó un tanto aplanado. Con apropiada vitalidad el Vivacissimo, articulado con precisión por la cuerda de la Nacional, con estupendas contribuciones de los solistas de oboe, flauta y chelo en el lento e suave. Pudo haber sido también más sutil la transición al movimiento final, desplegado con más corrección que especial intensidad o emoción.
Lectura, en fin, correctamente elaborada, ejecutada de forma brillante por una Nacional que sigue evidenciando un estado de forma especialmente lúcido. Pero, pese a lo discutible que resulta en otros repertorios, uno no puede olvidar la espléndida lectura que de esta misma obra nos regaló Rouvali hace cinco años, con la misma orquesta. Lo anterior no es óbice para señalar que el éxito de la debutante fue muy grande y que la directora, como se apuntó también, encontró un caluroso agradecimiento por parte de la orquesta.
Rafael Ortega Basagoiti