MADRID / Magnífica Filarmónica de Múnich con Mahler y Shostakovich
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). Ibermúsica 22/23. 25-I-2023. Katharina Konradi, soprano. Orquesta Filarmónica de Múnich. Director: Krzysztof Urbański. Obras de Mahler y Shostakovich.
Volvía a Ibermúsica la Filarmónica de Múnich, formación de larga historia que lleva visitando el ciclo desde 1982, incluyendo muchas y memorables actuaciones bajo la batuta de Celibidache. Más allá de las cuestiones interpretativas de esta velada, que luego repasaremos, parece poco discutible señalar que la formación muniquesa sí está en la primera división de las orquestas germanas y que, Berlín aparte, puede codearse con unas cuantas de las que ayer mencionábamos en ese grupo distinguido.
La cuerda es imponente, apoyado en unas poderosísimas secciones de violonchelos y contrabajos, pero con un brillo y empaque en los violines y violas que en buena medida echábamos de menos en sus colegas de Bamberg. Fenomenal la madera, como luego tendremos ocasión de apuntar, y también el metal. Una orquesta, en fin, magnífica, sólidamente cohesionada, capaz de brillantísima sonoridad, exquisitos matices y una respuesta ágil y perfectamente ensamblada.
La cosa tiene más mérito porque, pese a ser alemana, la invasión de Ucrania por los rusos ha pasado también su factura. Valery Gergiev, director titular de la formación y amigo y defensor de Putin, fue fulminado de su puesto (de hecho, no ha vuelto a actuar fuera de Rusia desde que comenzó la guerra). El concertino de la orquesta durante muchos años, el rumano Lorenz Nasturica-Herschcowici, que también era hombre de confianza de Gergiev y llegó a actuar con él en Rusia tras el comienzo de la invasión de Ucrania, fue cesado oficialmente de su puesto en septiembre del pasado año, aunque llevaba meses fuera de la circulación ‘de facto’. La orquesta anunció la incorporación de la joven japonesa Naoka Aoki como concertino en marzo de 2022.
El puesto de titular no ha sido aún cubierto. En todos estos meses, han corrido rumores con nombres que se pueden considerar ‘sospechosos habituales’ en estos casos: desde Mäkelä, luego descartado tras fichar por el Concertgebouw, a Harding, pasando por los improbables Gatti (aún marcado por su abrupto cese en Ámsterdam tras acusaciones de acoso) o Sokhiev (salpicado también por el asunto ruso). El Oberbürgermeister muniqués, Dieter Reiter, declaraba no hace mucho su “simpatía porque fuera una mujer”, y surgieron inmediatamente los nombres de Susanna Mälkki y Mirga Gražinytė-Tyla. Esta última, además, ha sido el reemplazo de un Zubin Mehta enfermo en conciertos recientes de la orquesta. Pero también se han mencionado otros nombres, incluidos los del israelí Lahav Shani (titular de las Filarmónicas de Israel y Róterdam) y el polaco que dirige estos conciertos en Madrid, Krzysztof Urbański (Pabianice, 1982). Habrá que seguir atentos.
Urbánski nos ha visitado invitado por la Nacional en las últimas temporadas. Es un maestro de sólida preparación técnica, que sabe lo que quiere y cómo obtenerlo. Su gesto es diáfano en las indicaciones, con una batuta de flexible ademán que marca con claridad, más que especialmente sugerente en la indicación expresiva. En ocasiones previas pudo apreciarse una tendencia al amaneramiento excesivo, que por fortuna (salvo en momentos puntuales del último tiempo de la Sinfonía de Shostakovich, donde volvió a hacerse patente) ha moderado bastante en la velada que se comenta, para beneficio de una claridad que a veces quedaba sepultada por ese amaneramiento.
Otra cuestión es que se comparta o no su concepción interpretativa. Urbánski construyó la Cuarta de Mahler (obra que en su día estrenó esta misma orquesta en 1901) desde una cuidada intención a matices e inflexiones y bella sonoridad, pero más que la fresca, a menudo alegre ingenuidad que mucha de esta música respira, pareció decantarse por una concepción que tendía más a una belleza un punto edulcorada, ayuna de aristas y guiños a ese Mahler que también tiene el lado burlón, a veces incluso casi grotesco (especialmente en el segundo movimiento), y que quizá debe apuntar algo más de juvenil exaltación en ciertos momentos del primero. En cierta ocasión, el llorado José Luis Pérez de Arteaga se refirió a una interpretación de esta sinfonía, por parte de un muy renombrado director, como “una monumental torre de mantequilla bañada en toneladas de azúcar”. No llegaré yo a tanto, pero sí hubiera agradecido algo más de salpimentado en esta bien parecida y, por lo demás, impecablemente construida lectura de Urbánski.
La orquesta sonó extraordinariamente, y brillaron diferentes solistas, desde la antes citada concertino Aoki, a la que solo pudo faltarle algo de variado desparpajo en la reiteración de su motivo del segundo movimiento, hasta los solistas de trompa, oboe y clarinete. Respetó escrupulosamente Urbánski respiraciones e inflexiones de tempo, pero quien esto firma echó de menos cierto impulso vital en una música que quizá resultó demasiado contemplativa. Tuvo notable intensidad expresiva el tercer tiempo, admirablemente cantado, con bellísimas contribuciones de violonchelos y contrabajos. El pp demandado por Mahler cerca del final a los trompas pudo, en cambio, haber sido más sutil. Un punto teatral la aparición de Konradi ya iniciado el cuarto tiempo, e incluso cantando mientras caminaba por la parte frontal del escenario. El suyo fue un canto presentado con sencilla ternura (la voz, cálida y ligera, va muy bien para la ocasión), y seguro que los espectadores de las tribunas a ambos lados del órgano agradecieron que en algunos pasajes se volviera hacia ellos para que pudieran escucharla ‘de frente’. Interpretación pues, quizá no para todos los gustos, pero sin duda ejecutada con la mayor excelencia.
Alejada de la monumentalidad de la Quinta o la Séptima, o el dramatismo de la Octava, la Sexta sinfonía de Shostakovich no es, ni mucho menos, de las más interpretadas del compositor (la última en este ciclo la ofreció Mariss Jansons hace la friolera de 19 años). Obra atípica, hasta desconcertante, que en nada anticipa, escuchado el triste y casi ominoso Largo inicial, esa idea que decía Shostakovich de que la obra era un “deseo de comunicar el talante de la primavera, la alegría y la vida”. Todo eso asoma más en los dos últimos tiempos, de exuberante vitalidad, con esa peculiar vibración rítmica y colorido sonoro tan típicos de su autor.
Urbánski, con una magnifica respuesta orquestal, construyó una brillante y muy convincente lectura de esta obra que por momentos (algunos del Presto final) parece asomarse al mundo travieso que lanza guiños clásicos à la Prokofiev en su Sinfonía clásica. Para enmarcar los solos de flauta y oboe en el primer movimiento, y también el magnífico y largo diálogo entre las dos flautas. Brillante el solista de clarinete en el segundo tiempo, muy vivo, y festivo, hasta travieso, el trepidante Presto, en el que se lució de nuevo la concertino, y que culminó en una coda brillantísima y exaltada. Excelente concierto, en fin, de una orquesta extraordinaria que parece estar navegando con soltura pese a las recientes convulsiones sufridas recientemente por su cúpula.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín / Ibermúsica)