MADRID / Los Belcea y Tabea Zimmermann: mejor ejecución que interpretación mozartiana
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 11.10.2024. Liceo de Cámara, CNDM. Cuarteto Belcea [Corinna Belcea (violín), Suyeon Kang (violín), Krysztof Chorzelski (viola), Antoine Lederlin (violonchelo)] Tabea Zimmermann (viola). Mozart: Quintetos para cuerda KV 406 n.º 2 /516b en Do menor y KV 515 nº3 en Do mayor.
El CNDM abrió el pasado día 11 de octubre su ciclo Liceo de Cámara XXI con el Cuarteto Belcea y Tabea Zimmermann interpretando los Quintetos para cuerda KV 406 n.º 2 (o 516b) en Do menor y el 515 n.º 3 en Do mayor de Mozart. Una magnífica elección, qué duda cabe, tanto por repertorio como por intérpretes. Sin embargo, tras haber escuchado hace año y medio a la misma formación con un cuarteto de Beethoven y el Quinteto con piano de Franck junto a Bertrand Chamayou, en esta ocasión no hice sino constatar la misma sensación que entonces tuve: que no me convence en absoluto ni el sonido de esta agrupación ni tampoco su forma de concebir las obras. Dada su acreditada trayectoria y su exitosa carrera, quizá no me queda otra que asumir un lacónico “no eres tú, soy yo”, es decir, que quizá mi desapego se debe a un gusto personal, pero como, al fin y al cabo, no puedo dar cuenta de otras impresiones más que de las mías, intentaré justificar por qué, una vez más, los Belcea me dejaron con el mismo regusto amargo.
El primero de los quintetos interpretados es una transcripción propia de su Serenata para octeto de vientos KV 388. Si la versión original data de 1782-1783, el arreglo para quinteto es contemporáneo de los KV 515 y 516, es decir, del impresionante año de 1787, en el que también compuso Don Giovanni para Praga tras vivir allí por fin el éxito de Las bodas de Figaro. Ya en su versión para viento se trata de una obra de gran originalidad, sin precedentes dada su densidad armónica y contrapuntística. Salvo el KV 174, la totalidad de sus Quintetos fueron escritos en sus cuatro últimos años de vida -el culmen de su creatividad y dominio compositivo-. En cuanto al KV 515, Mozart anunció en el Wiener Zeitung la composición de esta obra y su compañera, el KV 516 para suscriptores, pero parece que la empresa no tuvo éxito y los tuvo que publicar por su cuenta y riesgo. Dicho esto, no se sabe muy bien con qué objeto fueron compuestos o para qué destinatario, si lo había. Si bien existían precedentes de quintetos para cuerda, como los de Boccherini o varios de los hijos de Bach, el hecho es que la sustitución del segundo violonchelo por otra viola es completamente novedosa. Tampoco hay constancia de cuál es la razón, aunque algunos estudiosos aventuran la más simple (que, como en los autores de los crímenes, suele ser la más certera): la viola era su instrumento de cuerda preferido. En cualquier caso, cúlmenes de la música de cámara en las que Mozart demuestra un dominio apabullante de la escritura, integrando el contrapunto en su sistema compositivo de forma magistral.
Los Belcea tienen tres características que se pueden apreciar fácilmente: en primer lugar, una idea de cuarteto muy “democrática”, en el sentido que parece que cada miembro tiene la misma importancia que los demás prácticamente todo el tiempo; en segundo lugar, una mirada sobre las obras y el fraseo que privilegia el efecto sobre el discurso; y por último, un timbre un tanto agresivo y áspero debido a su primer violín y fundadora del cuarteto, Corina Belcea. Sintiéndolo mucho, creo que es el punto débil del conjunto (también en afinación y estabilidad) y se harían un favor si la cambiaran y pasaran a llamarse Cuarteto Pérez, Smith o Dupond. Por cierto, que también se distinguió de sus compañeros en la vestimenta, casi como si ella fuera la solista, no se entiende muy bien por qué razón. Hay a quienes las peculiaridades de este cuarteto -que sin duda les confiere una personalidad propia-, les pueden gustar, pero a quien suscribe, no le seducen y menos aún en el repertorio mozartiano.
El comienzo del K 406, con el inicio del tema al unísono estuvo simple y llanamente desafinado por parte de C. Belcea y desde ese sujeto de carácter trágico se dejó claro que cada vez que hubiera un acento o un sforzato se exacerbaría sin mucha mesura. Sin duda, tener a Tabea Zimmermann formando parte del grupo es un lujo asiático, pero hombre, ya hay donde lucirse y no termino de entender por qué el relleno armónico ha de sonar por encima del chelo cuando éste lleva el tema. La repetición de la primera sección fue mejor y eso sucedió a lo largo de todo el concierto, no sé si porque no se habían hecho a la sala. Estuvo bien destacado y conducido en ese pequeño puente en la reexposición en que sobre una nota tenida del chelo van evolucionando unas disonancias para resolver en la fundamental de Do menor.
En el segundo movimiento Andante se volvió a apreciar ese desequilibrio en favor de las violas y una cierta falta de ligereza en el sonido y el fraseo. Y por cierto, precisamente donde hay un efecto escrito, que es ese pequeño juego de eco al final de la primera sección, no aprovecharon para hacerlo suficientemente. En cuanto al espíritu, estuvo escorado hacia el romanticismo, pero bien es cierto que el Sturm und Drang ya era algo patente en la obra de Mozart.
En el Minuetto, extremadamente contrapuntístico, siguió la tónica general, con ese timbre agrio en los ataques de C. Belcea y esa cierta falta de equilibrio, que, una vez más, dejó al chelo un tanto en mantillas, y no era por falta de sonido propio. Quizá fue el cuarto movimiento, un Allegro que constituye un Tema con variaciones, el más interesante de todos en cuanto a la interpretación. El trabajo del chelo en la primera variación se pudo apreciar mejor, estuvo muy bien dibujado ese sincopado entre violín y viola segundos; hubo lirismo en la quinta en el relativo mayor y una precisión rítmica muy adecuada; consiguieron más contraste de carácter en las siguiente, hasta ese final “Maggiore”, trepidante como suelen, pero más equilibrado.
Tras la pausa, el Quinteto KV 515 encontró un tono más adecuado, probablemente porque la densidad contrapuntística es algo menor, pero en líneas generales le faltó encontrar un carácter más “operístico”, dibujar mejor sus personajes e iluminarlos de formas diferentes. En Mozart, todo es teatro, hay que ser capaz de encontrar una intención vital o un sentimiento distinto según un pequeño cambio armónico, una célula rítmica o una articulación. Y eso, se echó de menos en esta obra absolutamente encantadora y también llena de profundidad. La cosa comenzó bien, con ese chelo subiendo esos peldaños que conforman los acordes, nota a nota y en valores cortos, mientras el primer violín le contesta con una célula ornamentada y en legato. Concebido más dos a dos que el 406, el equilibrio fue también mejor, aunque un fraseo un tanto confuso por parte de C. Belcea enturbió un poco los compases previos a la repetición de la primera sección que, una vez más, estuvo mejor que su exposición primera. La sección previa a la reexposición estuvo bastante bien cantada y bien declamada y francamente bien esa coda que comienza sobre nota pedal. En general estuvo muy bien Antoine Lederlin, el chelista, así como los violas, la citada Tabea y Krysztof Chorzeski.
El Andante comenzó también con una intensidad demasiado evidente: hay que encontrar intensidad en la expresión, pero no manierismo en la ejecución. Se trata de un movimiento en el que es casi inevitable pensar en Las bodas de Figaro, con sus números de conjunto, en los que el humor y la picaresca se entrelazan con el drama íntimo y los sentimientos amorosos, y ese carácter y esa sutileza son los que los Belcea no terminan de encontrar. En este movimiento tuvimos ocasión de escuchar a placer a Tabea Zimmermann, porque la partitura se organiza en torno a un maravilloso dúo entre la primera viola y el primer violín, que algo se contagió de un mayor cuidado en el ataque, aunque nunca termina de haber naturalidad en su fraseo: por ejemplo, hizo una cesura inmensa para retomar el tema, cuando ni siquiera hay escrito un silencio. Muy bien tanto Lederlin como sostén muy presente y también protagonista por momentos en toda esa arquitectura, como sus compañeros “segundones”, que se fundieron estupendamente en el conjunto y esta vez, sí encontraron equilibrio entre todos ellos y nos hicieron disfrutar de esa sabiduría mozartiana a la hora de emplear los diferentes tipos de acordes en el discurso.
El Minuetto fue lo que menos me convenció, porque, de nuevo debido a ese fraseo que enfatiza una cosa, pero se deja a menudo lo fundamental, no había manera de encontrar la pulsación en la entrada de los violines. Una cierta falta de unidad de criterio hizo que Tabea Zimmermann se pasara de rubato en sus intervenciones y la verdad es que el carácter que quisieron imprimir no quedó del todo claro.
El Allegro final fue el movimiento más convincente, aunque el carácter podría haber sido más saltarín y juguetón y más sutiles las articulaciones cuando las dinámicas son forte pero… es su manera de hacer. De nuevo un par de silencios extremados (éstos sí que estaban escritos) que no terminamos de entender: de la sorpresa se pasa a no saber si aquello va a seguir, sobre todo si el silencio en cuestión no se “habita” y se ejecuta como parón. La parte final y la coda estuvieron muy bien y cerraron con acierto este quinteto.
Ante el aplauso y aprobación general, los Belcea con Zimmermann interpretaron estupendamente el bellísimo Adagio del Quinteto para cuerdas op. 111 de Brahms. Aquí sí nos brindaron momentos realmente sobrecogedores que no se habían vivido previamente. Quizá lo suyo sea el repertorio plenamente romántico, en el que se pueden permitir ciertas expansiones que no funcionan en Mozart ni Beethoven.
Ana García Urcola
[Fotos: Elvira Megías / CNDM]