MADRID / Lluna, Claret y Colom: bellezas en trío servidas con excelencia

Madrid. Círculo de Bellas Artes (Teatro Fernando de Rojas). 16-I-2022. Joan Enric Lluna, clarinete. Lluís Claret, violonchelo. Josep Colom, piano. Obras de Glinka, Liszt y Brahms.
Muy interesante y atractivo programa el que ofrecía ayer el trío Lluna-Claret-Colom en el Círculo de Cámara. Para empezar, no es nada frecuente escuchar el muy grato Trío patético de Glinka, partitura originalmente pensada para piano, clarinete y fagot, pero que con alguna frecuencia se ha interpretado sustituyendo los dos últimos por violín y violonchelo. La alternativa presentada ayer por el trío Lluna-Claret-Colom (el repertorio para esta combinación no es lo que se dice amplísimo) es perfectamente plausible, y de hecho para el que suscribe hasta más acorde con el propio carácter de la partitura, entre otras cosas por la inefable capacidad de canto del violonchelo.
La escucha sugiere, y luego comprobé que lo apunta Enrique Martínez Miura en sus acertadas notas al programa, que la obra del aún veinteañero compositor ruso está lejos de sumergirse en la atmósfera nacionalista que más tarde en su carrera tendría como seña identitaria. De hecho, la música es muy marcadamente italianizante, lírica y con evidentes guiños al belcanto, tanto en los movimientos más apasionados (primero y último) como en la más melancólica cantinela del tercero.
Pudo sorprender la inclusión del Soneto 104 de Petrarca de Liszt, uno de los más bellos momentos de su colección Años de peregrinación, pero Colom explicó en su breve pero ilustrativo parlamento que la obra se incluyó en el programa la primera vez que tocaron este programa, en 2011, cuando se cumplían doscientos años del nacimiento del compositor húngaro. Y en todo caso, como oportunamente comentó también el pianista, nunca es mal momento para un homenaje lisztiano, especialmente si se escoge, como fue el caso, una de sus páginas más hermosas.
La segunda parte del programa se ocupó por el Trío op. 114 de Brahms, este sí concebido originalmente para la combinación de clarinete, piano y violonchelo. Fruto otoñal (1891) del hamburgués, fascinado por el arte del clarinetista Richard Mühlfeld, la partitura no alcanza tal vez el nivel del glorioso quinteto que le sigue en el catálogo (op. 115) e incluso la profundidad crepuscular de las dos sonatas para clarinete y piano (op. 120) apenas unos años posteriores, tres antes de la muerte del compositor. Con todo, Brahms exprime con buen resultado las posibilidades del clarinete, no tanto en cuanto a un virtuosismo de resonancias weberianas, sino en cuando a su cualidad tímbrica para hacernos llegar ese aliento melancólico que tanto impregna la música de su último periodo, y que, de forma muy especial en el Adagio, aunque también en el Andantino grazioso, está igualmente presente aquí.
Tan bonito programa difícilmente podía estar mejor servido que por estos tres fantásticos músicos. Lluna desplegó, tanto en Glinka (bellísimo su cantable en el Largo de la obra de Glinka) un sonido precioso con una matización exquisita, y en Brahms, además de la perfecta ejecución, cantó también con envidiable intensidad emotiva. Claret nos regaló una vez más ese sonido hermoso, cálido y de perfecta afinación, luciendo igualmente un cantable de extraordinaria categoría a lo largo de toda la velada. Puede que no deslumbre por el volumen, pero lo hace sin duda por la belleza de su timbre y por su perfecta entonación, además de su extraordinaria calidad como intérprete. Y Colom fue el pianista preciso, sensible, elegante y expresivo de siempre. Solventó la colorista partitura de Glinka con extrema solvencia, ofreció un Liszt de modélico equilibrio entre sensibilidad y calor romántico, con ese tinte de melancolía que subyace en toda la página, y dibujó con acierto, sin exceso alguno, la siempre muy vertical partitura pianística de Brahms, que en muchas manos es toda una tentación para terminar tapando a los compañeros. No fue nunca el caso, porque el veterano pianista catalán siempre se mueve con exquisito equilibrio, y ayer, una vez más, fue un modélico intérprete de cámara.
Todos perfectamente ensamblados en un conjunto que se entendió siempre a la perfección y que resultó en una magnífica velada musical, culminada con la repetición del Scherzo del Trío de Glinka.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Miguel Balbuena – Círculo de Bellas Artes)