MADRID / L’Estro d’Orfeo luce con el virtuoso ‘Seicento’ veneciano

Madrid. Auditorio Nacional. Universo Barroco. 13-IV-2023. L’Estro d’Orfeo. Violín y dirección: Leonor de Lera. Obras de Marini, Castello, Valentini, Merula, Legrenzi, Kapsberger y de Lera/Cavalli.
Es de agradecer y digna de admiración la ya consolidada trayectoria de L’Estro d’Orfeo —el grupo fundado y dirigido por la violinista Leonor de Lera—, una de las formaciones dedicadas con mayor atención y solvencia a la brillante y virtuosa música del seicento, un repertorio fascinante que afortunadamente empieza a ser programado más habitualmente, y al que han consagrado hasta el momento dos espléndidas grabaciones en el sello Challenge Classics.
En este concierto nos deleitaron con música de la imaginativa escuela veneciana de la primera mitad del siglo XVII; L’Estro d’Orfeo nos ofreció un recorrido por sonatas virtuosas escritas para 1 o 2 partes sopranos solistas, instrumento bajo y continuo, cuyo origen se encuentra en la canzona instrumental. Con dos o más instrumentos solistas, los compositores se plantearon hacer una escritura mucho más virtuosística para buscar efectos más teatrales, y crearon así un lenguaje rico y expresivo, bien a través del contrapunto, bien con un brillante tejido armónico, o bien con una líneas melódicas donde los solistas establecían una competencia en su destreza.
L’Estro d’Orfeo interpretó dos obras de gran inventiva de Biagio Marini, violinista en la Basílica de San Marcos, que fue uno de los primeros autores en escribir idiomáticamente para violín sus composiciones y contribuyó mucho a su desarrollo. En primer lugar, la trepidante Sonata prima sopra “Fuggi dolente core”, para 2 violines, bajo y continuo, una pieza de gran complejidad que puso a prueba a Leonor de Lera y Elisa Bestetti en los violines, a Teodoro Baù en el bajo de viola y a Josep María Martí (tiorba) y Federica Bianchi (clave) en el continuo. A mitad del concierto abordaron también la Romanesca per violino solo e basso se piace, donde destacaron especialmente un brillante Teodoro Baù a la viola y un espléndido Josep María Martí.
Dario Castello también perteneció a la plantilla de San Marcos, sus excelentes e imaginativas sonatas presentan pasajes muy virtuosos para instrumentos solistas —que entonces solían ser cornettos o, como en este caso, violines—, como comprobamos en la Sonata quarta à due soprani, donde disfrutamos de los violines dialogantes de Leonor de Lera y de Elisa Bestetti, secundados por un fantástico continuo. Más adelante, de Lera abordó con elegancia, en el gesto concentrado y en el sonido de su violín, la Sonata seconda à sopran solo, con el excelente soporte de Federica Bianchi en el órgano positivo. Otra pieza fascinante de Castello fue la que cerraba el programa, la Sonata decima a tre, due soprani e faggotto overo viola, donde Teodoro Baù estuvo realmente portentoso con un sonido profundo, ágil y con unas excelentes articulaciones.
Leonor de Lera nos obsequió con sus hipnóticas y deslumbrantes disminuciones sobre el famoso Lamento d’Apollo de Francesco Cavalli, una preciosidad ya recogida en su primer disco. Las dos violinistas ofrecieron una bella lectura del Aria a due violini de Giovanni Valentini. En el aspecto solista, Josep María Martí también nos deleitó con la brillante Passacaglia de Kapsberger con su habitual virtuosismo y expresividad.
Las sonatas virtuosas para varios instrumentos solistas tuvieron su origen en la canzona instrumental, que Tarquinio Merula en Cremona ya había evolucionado hacia modelos muy desarrollados. De Merula se interpretaron la Canzone vigesima “La loda” , a doi violini e violone; la Sonata terza a tre per camera y la Canzon à tre, “L’ara”, a doi violini e basso, una música muy demandante para todo el conjunto. Otro compositor sobresaliente de la escuela violinística veneciana, ya algo más tardío, fue Giovanni Legrenzi, cuya Sonata terza a due violini, op. 10 y, especialmente, su Sonata “La Frangipana” pusieron a prueba la destreza de los intérpretes con su compleja y virtuosística música, con partes para el lucimiento de cada uno. Precisamente esa obra fue la que se volvió a ofrecer como propina para rematar un excelente concierto.
Manuel de Lara
(foto: Elvira Megías)