MADRID / Les Cornets Noirs y Núria Rial: apoteósis de la corneta
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 11-III-2023. Núria Rial, soprano. Les Cornets Noirs. Obras de Grandi, Gabrielli, Falconieri, Storace, Palestrina, Kapsberger, Castello, Cavalli, Monteverdi, Legrenzi, Marini et al.
La corneta vivió su edad de oro desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVII. Fundamentalmente en Italia, pero también en áreas germanas (norte de Alemania, por un lado, y Viena e Innsbruck, por otro). Había nacido en el Medievo, adquirió notoriedad durante el Renacimiento (donde cohabitaba con sus compañeros de ministriles, es decir, los sacabuches, las chirimías y los bajones) y llegó hasta principios del siglo XVIII (Bach y Telemann compusieron un puñado de cantatas en las que debía emplearse el zink, es decir, la corneta). Pero desapareció de la circulación y el término se lo apropiaron otros instrumentos relacionados con la milicia o con la iglesia. Hasta que, con la llegada del movimiento historicista, fue rescatada del olvido (en ello tuvo mucho que ver Bruce Dickey, profesor durante largos años en la Schola Cantorum Basiliensis) y devuelta al lugar que le correspondía. Sin embargo, en los países de habla española sigue habiendo cierta prevención a llamarla corneta: se prefiere el término italiano cornetto, para evitar equívocos (cuentan que a un conocido cornetista español le obligaron a enseñar en un control de seguridad de un aeropuerto lo que llevaba en su equipaje de mano; cuando sacó la corneta, el vigilante de turno le preguntó que qué era eso y él le explicó que era una corneta. “¿Una corneta tan rara? Pues toque algo para comprobar que es verdad”, le dijo. Y el cornetista, desafiante, le respondió: “¿Qué quiere que toque?”. “¡Pues lo de ‘quinto levanta, tira de la manta!”, zanjó la cuestión el vigilante.
Hoy, para este tipo de situaciones que rayan en lo ridículo, al nombre de la corneta se le suele añadir un apellido: corneta renacentista, corneta negra, corneta curva… Pero sigue siendo, en cierta forma, una rareza. Son pocos los que la tocan y, sobre todo, pocos los que pueden ser considerados como virtuosos. Entre estos últimos están, sin la más mínima, discusión Frithjof Smith (que sucedió en la cátedra de Basilea al antes mencionado Dickey, su maestro, cuando este se jubiló) y Gebhard David. Juntos formaron, en 1997, el grupo Les Cornets Noirs (haciendo honor, precisamente, al nombre de ‘corneta negra’) para abordar diversos repertorios, aunque su hábitat natural sea el Barroco temprano italiano. Sobre todo, a la hora de hacer música religiosa (Venecia y la Basílica de San Marcos fueron su meca). Aquellos italianos norteños del Seicento sentían debilidad por la corneta, que en ocasiones llegaba a reemplazar al violín.
Con estos credenciales se presentaban en Madrid Les Cornets Noirs (además de Smith y David, el violonchelista Patrick Sepec, el tiorbista Josep Maria Martí y el clavecinista-organista Johannes Strobl), junto a la soprano Núria Rial, habitual colaboradora del grupo desde hace tiempo. El programa, completamente italiano, incluía obras vocales e instrumentales de Orazio Tarditi, Giuseppe Scarani, Alessandro Grandi, Andrea Falconieri, Giovanni Pierluigi da Palestrina, Dario Castello, Francesco Cavalli, Maurizio Cazati, Claudio Monteverdi, Benedetto Rè, Giovanni Legrenzi, Giovanni Antonio Rigatti y Biaggio Marini. Figuraban, asimismo, una Toccata e canzon para órgano de Bernardo Storace, una Canzone de Giovanni Girolamo Kapsberger (magistralmente tañida por el villafranqués Josep Maria Martí) y la preciosa Sonata à violoncello solo, con il basso continuo de Domenico Gabrielli, uno de los primeros compositores que destacaron cuando el violonchelo se emancipó del bajo continuo y adquirió protagonismo solista (Sepec tocó de manera formidable la pieza, dicho sea de paso).
La primera conclusión de este memorable concierto es que Smith y David son dos auténticos ‘monstruos’ de la corneta. Es imposible tocar mejor de lo que lo hacen ellos. Los diálogos que mantuvieron en algunas de las piezas obras pusieron los pelos de punta. El sonido que son capaces de extraer a ese trozo de madera curvo es de una pureza absoluta. La potencia sonora no le anda a la zaga. Y todo ello, sin el más mínimo desajuste, ni la más pequeña desafinación. La segunda conclusión es que Núria Rial vive en un permanente estado de gracia. Da igual el repertorio que aborde la poliédrica soprano manresana: todo lo que sale de su garganta es oro molido. Pero, por muchos que sean los caminos que transite, siempre he tenido la impresión de que el Seicento es donde más luce. Y, tal vez, donde más cómoda se siente. No diré aquello de que “nadie es profeta en su tierra”, pero creo que en España todavía no hemos sido capaces de valorar a Núria Real como lo que realmente es: un diamante sin precio. Anoche, desde luego, el público que llenaba a rebosar la Sala de cámara del Auditorio Nacional sí lo valoro, transformándose la actuación en una velada apoteósica. Hoy repiten actuación en el Festival de Música Antigua de Sevilla… ¡No se lo pierdan!
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías – CNDM)
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