MADRID / Les Arts Florissants concluye con éxito su ciclópeo ciclo dedicado a Gesualdo
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 8-II-2022. Les Arts Florissants. Director: Paul Agnew. Obras de Gesualdo, Tomkins y Della Marra.
El Centro Nacional de Difusión Musical y Les Arts Florissants han podido, por fin, culminar su integral de los madrigales de Carlo Gesualdo, la cual comenzó en octubre de 2018 y se ha venido desarrollando a lo largo de seis conciertos en el Auditorio Nacional de Música, con un escollo en forma de virus que nadie imaginaba y que obligó a modificar parcialmente el plan inicial. Siempre a las órdenes de Paul Agnew, que también ha actuado en su faceta canora de tenor, los integrantes del grupo no han sufrido más que una sola modificación en todo este tiempo: la contralto Lucile Richardot, que intervino en los dos primeros libros, cedió luego su puesto a Mélodie Ruvio, sin que ello supusiera merma alguna. Las sopranos Miriam Allan y Hannan Morrison, el tenor Sean Clayton y el bajo Edward Grint han sido los otros cantantes que han protagonizado este auténtico hito.
Los dos últimos libros de madrigales de Gesualdo, para cinco voces, publicados ambos en Nápoles en 1611, han motivado que muchos lo consideren el primer compositor ‘moderno’ de la historia. ¿Lo fue realmente? Es cierto que la osadía de Gesualdo en estas piezas alcanza cotas insuperables. Pero no es menos cierto que no era el único que en aquel momento (y en el sur de Italia, concretamente) se atrevía con esos efectos cromáticos exuberantes, con esas enarmonías brutales y con esas disonancias cuasi diabólicas, todo ello desconocido hasta entonces, aunque ya Luzzasco Luzzaschi había abierto el melón unos años antes en Ferrara. Y más aún que de Luzzaschi (al que Gesualdo conoció personalmente en su visita a la mencionada Ferrara, a donde acudió para contraer segundas nupcias, con Leonora d’Este), Agnew afirma con rotundidad que la gran influencia le llega de Nicola Vicentino, compositor obsesionado con retornar al pasado clásico heleno. Si la influencia de Vicentino ya se deja sentir en los libros III y IV, en los libros V y VI es apabullante. ¿Fue, por tanto, Gesualdo el primer compositor ‘moderno’? Ni fue el primero ni fue tan moderno: la imagen falsa de modernidad viene dada por el hecho de que numerosos compositores a lo largo del siglo XX se fijaran en él, lo admiraran y buscaran imitarlo. Más que decir que Gesualdo fue ‘moderno’, habría que decir que esos compositores de la pasada centuria fueron ‘antiguos’. O, al menos, intentaron serlo en su afán de copiar a Gesualdo.
Tampoco es verdad que el carácter sombrío y hasta tenebroso de estos dos últimos libros de madrigales (lo mismo que de sus Responsorios) tuviera que ver con dos de los tres episodios tremebundos que marcaron su existencia: el asesinato de su primera esposa, Maria D’Avalos, y del amante por esta (cometido por el propio Gesualdo o, al menos, instigado por él), y la muerte de su hijo infante (aclaro: infante no tiene que ver aquí con ningún título de realeza, sino con el significado primigenio latino del término: “niño de corta edad que no es capaz de hablar”). El tercer episodio truculento sería su propia muerte, en una de las sesiones de sadomasoquismo que Gesualdo practicaba habitualmente con efebos en su castillo. Pero entre esos dos primeros episodios trágicos y sus últimos libros de madrigales transcurren al menos diez o doce años, por lo que es improbable que el sentimiento de culpa que hubiera podido sentir en algún momento perdurara todavía.
En el programa de esta última entrega de Les Arts Florissants, los madrigales de Gesualdo (treinta, en total) se vieron precedidos por obras de otros compositores coetáneos suyos. En este caso, el inglés Thomas Tomkins (la canción Music divine) y el napolitano Ettore della Marra (los madrigales Occhi, un tempo mia vita y Misero, che farò?), de familia noble como el propio Gesualdo e íntimo amigo suyo. Agnew, debido a la larga duración del concierto, decidió suprimir a última hora dos madrigales de Scipione Lacorcia que estaban anunciados en el programa de mano.
Cualquiera que haya tenido la ocasión de asistir a alguna de estas veladas o que se haya molestado en leer alguna de las reseñas de las mismas, podrá adivinar que en esta postrera entrega han de repetirse a la fuerza todos los elogios vertidos en las anteriores: afinación prodigiosa, empaste impoluto y, sobre todo, pasión, mucha pasión (eso que, según el manido tópico, no es algo que caracterice a los grupos ingleses… Sí, ya lo sé, Les Arts Florissants es un grupo francés, pero, salvo en el caso de las dos contraltos, todos los demás cantantes son anglófonos). Quizá no sea el grupo más idóneo del actual panorama cuando se trata de interpretar música del primer Barroco italiano (o, para ser más exactos, su Haendel o sus Rameau, Lully y demás franceses están muy por encima de su Gesualdo o de su Monteverdi), pero nadie le podrá negar el marbete de excelencia.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías)
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