Madrid / Las ocultas pasiones del barón D’Astorga

Madrid. Iglesia de las Mercedarias Góngoras. 11-V-2019. Mariví Blasco, soprano. Fernando Aguilá, clave. Obras de Emanuel Rincón de Astorga.
Extraña y ajetreada vida las del barón D’Astorga, nacido en Sicilia en 1680 y fallecido en Madrid en 1757. Bien dotado para la música, sus orígenes en el seno de una familia de la baja nobleza siciliana de procedencia española le llevaron por otros derroteros diferentes a los artísticos. Gran parte de su vida estuvo condicionada por su apoyo incondicional a la casa de Austria en la Guerra de la Sucesión Española, lo que le llevó a exiliarse de la Sicilia controlada por Felipe de Anjou y, pasando por Roma, ponerse al servicio del Archiduque Carlos, al que acompañó hasta Barcelona, Madrid y Viena cuando el pretendiente abandonó la causa española por la corona imperial. De Viena a Lisboa y de allí, en un inopinado giro de fidelidades políticas, al Madrid borbónico, en cuya corte fue apreciado por sus habilidades como compositor y empleado como corregidor en diversas poblaciones del Sur, como Mancha Real (Jaén). Fue llamado varias veces para intervenir en los festejos musicales organizados por Farinelli en la Corte. En Lisboa publicó en 1726 un volumen de cantatas profanas con doble texto español e italiano para voz y continuo que acaban de ser editadas por Raúl Angulo y Antoni Pons en Ars Hispana y, sobre esta edición, se presentó, en el ciclo de El Canto de Polifemo, la primicia mundial de su interpretación.
Se trata de cantatas de gran refinamiento estilístico, escritas para círculos conocedores de los vericuetos retóricos de este tipo de composiciones que exploran los mil y un recovecos expresivos del desamor y del dolor del alma enamorada. Nadie mejor para darles vida que una cantante tan versada en este repertorio como Mariví Blasco. Ella juega siempre con las armas de la inteligibilidad absoluta de su dicción, lo que deviene imprescindible para este repertorio. Se optó, con buen criterio, por usar los textos en castellano, de manera que la retórica de Astorga adquiría sentido cuando Blasco la traducía en sonidos. Con todo, fuera por la acústica de la iglesia y por la imposibilidad de haber ensayado en ella, a Blasco le costó toda la primera cantata el colocar apropiadamente la voz y encontrar la afinación justa en los pasajes ascendentes. Pero ya en Mas yendo a formar la emisión se volvió firme y la soprano puso desplegar el fraseo seductor y atento a los matices y acentos que la caracteriza, tantos en los pasajes más líricos y contenidos (sutiles pero eficaces retenciones sobre “los suspiros” como en los más dramáticos, como el énfasis acentual sobre “la rabia y el furor” o “desprecios, rigores”). Pero siempre rehuyendo del exceso y encontrando el justo punto estilístico necesario para este repertorio en el que hasta los reproches y la rabia estaban codificados según usos cortesanos.
Fernando Aguilá, en contra de su voluntad, tuvo que habérsela con un clave sin brillo ni color y con claras carencias en materia de articulación. No fue ello demasiado condicionante para unos acompañamientos delicados y muy bien resueltos, con fantasía y riqueza de líneas; pero sí que lastró sus versiones de sonatas de Scarlatti y de Albero, en las que sus buenas versiones, ágiles y llenas de virtuosismo (sobre todo la de Albero) se estrellaron contra las rocas de las carencias del instrumento.
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