MADRID / L’Arpeggiata solo hay una
Madrid. Auditorio Nacional. 25-V-2019. Celine Scheen, Luciana Mancini, Vincenzo Capezzuto. L’Arpeggiata. Directora y tiorba: Christina Pluhar. Obras Cazzati, De Bailly, Kapsberger, Matteis, De Murcia, Ruiz de Ribayaz, Constantino Ramones, Luis Mariano Rivera, Padre Soler, Pisador, Juan Bautista Plaza y populares.
L’Arpeggiata cumplirá en 2020 veinte años de existencia. En sus inicios, el grupo creado y dirigido por Christina Pluhar [en la foto] transitó por la senda de la ortodoxia, pero Pluhar no tardó mucho en darse cuenta de que el prestigio y el dinero no van necesariamente de la mano. Dejó la rigurosidad a un lado y, superando cualquier escrúpulo profesional que pudiera albergar, apostó por eso que hoy se conoce como crossover. De vez en cuando vuelve a mostrar su cara seria (su última grabación discográfica, Himmlesmusick, con obras sacras de compositores germanos del siglo XVII, es un dechado de autenticidad y pureza), pero no renuncia a la fusión, porque es lo que le ha dado fama, porque tiene una legión de incondicionales y porque, en su suma, es lo que proporciona pingües beneficios.
Cuando uno acude a escuchar un concierto de L’Arpeggiata, tiene que tener muy claro qué es lo que va a escuchar. Después, conviene dejar los prejuicios colgados en el guardarropa. Si se hace así, hay muchas probabilidades de disfrutar; de lo contrario, el regomeyo se apoderará de uno y puede que hasta le provoque urticaria. En otras palabras, L’Arpeggiata no está hecha para paladares puristas.
Anoche, Pluhar y sus colaboradores clausuraron el XLVI Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Universidad Autónoma de Madrid con un concierto en el que se mezclaba música culta barroca y renacentista con música folclórica de antaño y de hogaño. Música de aquí (Europa, es decir, de España e Italia) y de allá (América, o sea, de Venezuela y México). Obras, en su mayoría arregladas por la propia Pluhar. Y cuando Pluhar arregla, ya se sabe lo que va a pasar: todo va a sonar igual, desde un canario de Kapsberger hasta la tradicional La Llorona mexicana. Sinceramente, no me siento capacitado para juzgar si tal uniformidad sonora en obras tan extraordinariamente dispares en una virtud de Pluhar o es un vicio. A decir de la reacción del público que asistió a este concierto, tal vez yo sea uno de los pocos que se plantean este dilema. En mi caso concreto, el problema es que, después de los diez minutos iniciales, todo lo que viene a continuación me da la impresión de que ya lo he escuchado en el comienzo.
No creo que fuera un acierto llevar el concierto a la sala sinfónica del Auditorio Nacional. Habría resultado mucho mejor en la sala de cámara. Sobre todo, para las voces: la soprano Céline Scheen, la mezzosoprano Luciana Mancini y el ? Vincenzo Capezzuto (pongo el interrogante porque aquí tampoco estoy condiciones de decir qué es Capezzuto: no es contratenor, como se anunciaba en el programa de mano, porque no canta con voz de cabeza; la suya es una voz natural, seguramente como la que tendría un niño de 15 años de un coro dirigido por Bach. Si se aproxima a algún tipo de voz, yo más bien diría que es soprano). El problema es que Capezzuto, que tiene una voz bonita —quede constancia de ello—, está acostumbrado a cantar con amplificación, y aquí no la tuvo. En consecuencia, apenas se le se oía (y, mucho menos, se le escuchaba). Tampoco creo que Scheen, magnífica soprano en otros repertorios, sea la más indicada para cantar en castellano o en catalán, básicamente porque no se le entiende nada. Se salvó la siempre excelente Mancini, con ese vozarrón tan particular y con su salero escénico.
Otro de los aciertos de Pluhar es rodearse siempre de instrumentistas muy buenos. Aquí los tuvo: Sarah Ridy (arpa), Josep Maria Martí Duran (archilaúd y guitarra barroca), David Mayoral (percusión) o Leonardo Teruggi (contrabajo). Y, por supuesto, dos auténticos fenómenos como los venezolanos Leo Rondón (cuatro) y Rafael Mejías (maracas). El resto no estuvo a la misma altura, en especial, Francesco Turrisi, un pianista de jazz sentado frente a un clave que destacó por una breve intervención a solo con la melódica (aerófono de lengüetas con sonido similar al acordeón o a la armónica). La propia Pluhar y su tiorba, como es habitual, formaron parte del atrezzo, porque escucharse a los dos, lo que se dice escucharse, no se les escuchó más que en los primeros compases, que, dicho sea de paso, son siempre los mismos en todos los conciertos de L’Arpeggiata.
En resumen, una velada musical desengrasante, que era lo que se pretendía en este fin de fiesta. La trascendencia, eso que sirve para alimentar el espíritu, está bastante lejos de L’Arpeggiata cuando esta transita la senda de la frivolidad. La ventaja de Pluhar es que L’Arpeggiata solo hay una y, como solo hay una, no se puede comparar con nada, ni en lo bueno ni en lo malo.