MADRID / ‘La tabernera del puerto’: contrabando, amor y pueblo marinero
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 25-XI-2021. Sorozábal, La tabernera del puerto. María José Moreno, Damián del Castillo, Antonio Gandía, Rubén Amoretti, Ruth González, Vicky Peña, Pep Molina, Ángel Ruiz, Abel García, Agus Ruiz, Didier Otaola, Ángel Burgos. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Óliver Díaz. Director de escena: Mario Gas.
Después de dos intentos fallidos por diferentes motivos (una huelga y la pandemia) de poner en escena en el Teatro de la Zarzuela una obra cumbre del género como es La tabernera del puerto, ha vuelto a programarse en esta temporada la nueva producción presentada en mayo de 2018, dado que entonces solo pudieron hacerse cinco representaciones de las doce previstas, y en la temporada siguiente las representaciones programadas tuvieron que ser canceladas por la Covid. Reza el famoso dicho que “a la tercera va la vencida”. Parece que, también en esta ocasión, existe la posibilidad de una nueva huelga, aunque se cree que de las ocho funciones puedan salvarse casi todas.
Romance marinero en tres actos, La tabernera del puerto tiene su origen en un Romancillo marinero de Federico Romero, uno de los autores del libreto junto a Guillermo Fernández Shaw. La obra es una de las mejores de su autor, el compositor Pablo Sorozábal. Su tono argumental no alcanza las cotas de amargura de Adiós a la bohemia (1933), aunque no le va muy a la zaga. La exposición y el nudo de la obra acaban en un desenlace grato. La música es profunda y melancólica, e incluso los momentos cómicos están impregnados de una gracia lluviosa y opaca que los vuelve sugerentemente ambiguos. Sorozábal saca el máximo partido a los medios habituales del género: tratamiento armónico y orquestal cuidado y fácil abandono lírico, bien adherido a las situaciones. No es exagerado afirmar que esta zarzuela supone el brillante broche final de un género que, después de la guerra, ya no daría más que piezas menores y reiteraciones tanto temáticas como musicales.
Su estreno, con éxito, en mayo de 1936 en el Teatro Tívoli de Barcelona, fue menos tenso y agobiante que el vivido en el Teatro de la Zarzuela de Madrid cuatro años después, el Sábado de Gloria de 1940. Fue papeleta difícil. Al parecer, desde tres o cuatro días antes se recibían en el Teatro de la Zarzuela misteriosas llamadas telefónicas y anónimos postales advirtiendo sobre algo que se tramaba. Sin duda promovido por un sector crítico con la situación política del compositor. El relato al respecto nos lo cuenta el propio Sorozábal en su libro Mi vida y mi obra, y más extensamente en La aventura de la zarzuela (Memorias de un libretista) de Guillermo Fernández-Shaw.
La propuesta escénica que estos días se puede ver en la calle Jovellanos es equilibrada y sobria. Coincide esta producción con la misma ficha artística, en cuanto a dirección escénica, escenografía, vestuario e iluminación, que la ofrecida en este mismo teatro el pasado mes de octubre con Los gavilanes de Jacinto Guerrero. Es decir, Mario Gas acompañado de un excepcional equipo, bien reconocido: Ezio Frigerio, Franca Squarciapino y Vinicio Cheli, a los que se suman la naturalidad del movimiento escénico y las prodigiosas proyecciones de Álvaro de Luna en el primer cuadro del acto tercero. La suma de todo hace que el espectáculo logre una formidable fluidez escénica y hace plausible lo inverosímil. Mario Gas, conocedor de la obra, criado en las tablas del género, realiza un ejercicio de auténtico teatro, con gran respeto al texto y un buen trabajo en la conjunción de canto y teatralidad. Apuntamos su lema: “Contar bien la historia, sin traicionar las esencias y modificando aquellas cosas que con el paso del tiempo hayan quedado obsoletas”.
El cuarteto vocal del primer reparto rayó a gran nivel. Bien caracterizados musicalmente, la pareja de enamorados María José Moreno (Marola), soprano lírica, y Antonio Gandía (Leandro), tenor, se expresaron en un lenguaje lírico y romántico, superando sin problemas las dificultades técnicas que presenta la partitura. Moreno dijo su romanza “En un país de fábula…”, de coloratura belcantista, con delicadeza y sentimiento, fácil en el agudo y más resentida en el centro. A Gandía le correspondió la romanza de Leandro “¡No puede ser! Esa mujer es buena”, uno de los números de zarzuela más célebres y piedra de toque de famosos tenores, que desarrolló con corrección, con buen fraseo y emisión, aunque algo falto de peso. En el grupo de marineros contrabandistas destaca la figura de Juan de Eguía, personaje hosco, complejo y enigmático, que estuvo a cargo del barítono Damíán del Castillo. El papel posee un carácter verista, como demuestra su romanza final, que contrapone secciones muy expresivas con otras más líricas. Del Castillo cantó convincente y decidido, aunque hubiera venido bien un mayor cuerpo vocal. El rol de Simpson correspondió al bajo Rubén Amoretti, que afrontó su canción exótica “Despierta negro, que viene el blanco”, de ecos antillanos, de forma sobresaliente con su voz oscura y algo cavernosa.
También los actores acompañantes del ámbito tabernario y cómico demostraron su experiencia teatral y mantuvieron viva la representación. Extraordinarios Vicky Peña (Antigua) y Pep Molina (Chinchorro) a quienes se unen en la comicidad Ángel Ruiz (Ripalda) y Ruth González (Abel) un muchacho soñador y enamorado que aporta un contrapunto gracioso y ligero a la acción dramática. Notable la actuación del Coro Titular del Teatro y de una Orquesta de la Comunidad de Madrid bien concertada y equilibrada bajo la atenta batuta del maestro Óliver Díaz.
El público disfrutó y aplaudió calurosamente todas las intervenciones vocales y el Teatro conoció una noche más de lleno y de amor al género.
Manuel García Franco