MADRID / ‘La rosa del azafrán’: una aproximación acertada
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 25-I-2024. Yolanda Auyanet. Juan Jesús Rodríguez. Carolina Moncada. Ángel Ruiz. Vicky Peña, Juan Carlos Talavera. Mario Gas. Pep Molina. Emilio Gavira. Elena Aranoa. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Dirección Musical: José María Moreno. Dirección de escena: Ignacio García. Jacinto Guerrero: La rosa del azafrán.
Prosigue el Teatro de la Zarzuela con su temporada lírica en este nuevo año, y lo hace con un título que corresponde a una de las zarzuelas con más arraigo popular en el siglo XX: La rosa del azafrán, que Jacinto Guerrero compuso a partir del libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, auténticos dominadores del libreto zarzuelístico de toda una época y diseñadores de los modos teatrales de la etapa final del género.
Guerrero intentó la zarzuela castellana en varias ocasiones. Recordemos que renovó sus primeros sucesos con Don Quintín el amargao o El que siembra vientos de Arniches y Estremera (Apolo 1924). Siguió con El huésped del sevillano, de Reoyo y Luca de Tena, (Apolo 1926). De esta obra quedaron las alegres lagarteranas (folclore manchego), que popularizó por el mundo Antonia Mercé la Argentina. Volvió al ambiente del melodrama rural con Martierra, del novelista Hernández Catá (Teatro de la Zarzuela 1928). En 1933 (Teatro Ideal) haría otro intento de zarzuela rural castellana con El ama, texto de Luis Fernández Ardavín.
En 1930 llegó la que puede ser estimada su mejor partitura, estrenada el 14 de marzo en el Teatro Calderón: La rosa del azafrán. La obra tiene clara filiación con la zarzuela regional, diría que es una de las obras que contiene más esencia rural y que como otras de los mismos libretistas tiene origen en nuestro teatro del Siglo de Oro. Su inspiración argumental habrá de hallarse en El perro del hortelano; esta célebre y hermosísima comedia está citada por Lope de Vega en la segunda edición (1618) de El peregrino en su patria. Debió de escribirla entre 1613 y 1616. El propio Lope la imprimió en la parte XI de sus obras teatrales (Madrid, 1618). En el año 1666, en la parte XXV de la famosa colección de Comedias nuevas y escogidas de los mejores ingenios de España (Madrid, impresor García Morras) se incluye esta obra de Lope con el título de La condesa de Belflor –Diana, la protagonista, lo era–, y atribuida a Agustín Moreto. ¿Cuál pudo ser la causa de tal confusión? Además de la semejanza de los argumentos de la obra de Lope y El desdén con el desdén, de Moreto, pudo ser la igualdad de nombre de las protagonistas y la correspondencia casi exacta del resto de los principales personajes de las dos estimadas comedias.
El motivo argumental, común a muchos otros del mundo de la zarzuela, da relieve a amores casi imposibles y reprimidos, en este caso por desigualdad de clase, con final feliz y con el contrapunto de los personajes cómicos, esta vez de estructura sólida, y con situación escénica “en un lugar de la Mancha de cuyo nombre…”. Cualquier buen aficionado a la zarzuela sabe de dónde sus autores sacaron su caudal: les importaba, sobre todo, la ambientación fiel. Por encima del enredo y de los tipos mismos –Sagrario, Juan Pedro, Catalina, Custodia, Moniquito, Carracuca, un viudo maduro al que se disputan ellas y Don Generoso– están el clima, las situaciones y sobre todo las que se deparan al músico, bien aprovechadas por Guerrero. El ambiente es cervantino, en época de segadores y espigadoras.
La partitura de Guerrero tiene un amplio material folclórico; las melodías populares, si no siempre son prodigios de fineza, sí comunican con el corazón popular. Sin renunciar del todo a su ingénita populachería, se mantiene en esta obra muy por encima de su nivel artístico habitual y logra páginas de expresiva belleza. Acude naturalmente al folclore de su tierra manchega, donde transcurre la acción de esta historia lírica con tintes veristas, y a ritmos como seguidillas, coplas y hasta la jota castellana del cuadro sexto del acto segundo. Los números cómicos, dramáticos y líricos, las escenas individuales frente a las corales, logran un equilibrio único.
El acertado montaje escénico de Ignacio García, bien elaborado, parte de una adaptación de los diálogos en la que se destilan las partes habladas para potenciar los espléndidos números musicales. A tenor está la magnífica escenografía de Nicolás Boni, el vestuario de Rosa García Andújar y la iluminación de Albert Faura, que logran no sacar la obra de sus espacios naturales. Una aproximación a la pintura costumbrista directa y exacta.
Esta Rosa del azafrán cuenta con un elenco vocal y actoral sobresaliente. Juan Jesús Rodríguez (Juan Pedro) demostró su excelencia vocal ya en los comienzos con la “canción del sembrador”, un número directo, melódico, lucido para su voz, y que siguió su feliz línea en los dúos con su partenaire, la soprano Yolanda Auyanet (Sagrario), que también estuvo a la altura en sus páginas líricas y en su romanza del segundo acto: “No me duele que se vaya”. Junto a ellos, las magníficas interpretaciones de Carolina Moncada (Catalina) como tiple cómica y Ángel Ruiz (Moniquito) como tenor cómico. La inclusión en el reparto de dos grandísimos profesionales como Vicky Peña (Custodia) y Mario Gas (Don Generoso) realza el espectáculo. Buen talante cómico el de Juan Carlos Talavera como Carracuca. Cabe señalar la notable intervención de Elena Aranoa como cantante de música popular y las intervenciones del resto del reparto. Buen nivel del coro titular en sus apoyos, así como en el popular número “Coro de las espigadoras”. José María Moreno, desde el podio, dirigió a una ORCAM resuelta y comunicativa. El éxito no se hizo esperar. Esta versión de La rosa del azafrán ha gustado plenamente.
Manuel García Franco
(foto: Javier del Real)