MADRID / La Real Capilla y sus ‘castrati’
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 3-III-2022. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Jone Martínez, soprano. Carlos Mena, contratenor. Concerto 1700. Director y violín: Daniel Pinteño. Obras de Corselli, Nebra, Literes y Corvi Moroti.
Poco a poco el Barroco español se va abriendo hueco en las temporadas y festivales musicales que se celebran en España. Qué contrasentido, ¿verdad? Porque lo normal es que una música nacional sea cariñosamente acogida en su propio país. Pero ya lo dijo Fraga cuando ejercía de ministro de Información y Turismo: “Spain is different”. No se termina de entender esa renuencia (que a veces es hasta aversión), porque la música que sonaba en la piel de toro en los siglos XVII y XVIII era realmente buena. Muy buena. Y no, no me refiero a los ritmos sandungueros que han popularizado durante décadas intérpretes autóctonos y foráneos, y con los que, a fuerza de repetirse, hemos acabado familiarizándonos (ya saben, los Canarios de Sanz, la Jota de Murcia y todas esas fruslerías), sino a la música que sonaba, por ejemplo, en la Real Capilla. Música de Durón, de Nebra, de Torres o de Literes, pero también de compositores que llegaron desde fuera para establecerse en España y acabar sus días aquí: Scarlatti, Corselli, Conforto, Corradini, Porretti…
A algunos de estos que trabajaron en la Real Capilla estaba dedicado el concierto ofrecido por Daniel Pinteño en el Ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical y que presentaba, entre otros alicientes, el escuchar por primera vez en el Auditorio Nacional de Música a la soprano Jone Martínez, una de las voces más interesantes que han surgido en los últimos años en España. Y, además, lo hacía junto a quien ha sido y es su maestro de canto, el contratenor Carlos Mena, todo un clásico y todo un valor seguro. Por supuesto, ni defraudó la música, ni defraudaron los dos cantantes, ni defraudó Concerto 1700, la formación que dirige Pinteño… Todo lo contrario: fue una hermosa lección de cómo hay que hacer esta música, porque lo de andar exhumando (los exhumadores en este caso eran los musicólogos Raúl Angulo y Antoni Pons) está siempre bien, pero a veces lo que se exhuma casi hubiera sido mejor que siguiera inhumado e, igualmente, en ocasiones la forma en que se trata lo exhumado deja bastante que desear.
Fue música compuesta en su día para los mejores castrati que figuraban en la nómina de la Real Capilla. Entre ellos, Joseph Galicani, que había llegado a Madrid en 1727 desde Roma, tras haber intervenido en la ciudad eterna en numerosos oratorios y puede que hasta en alguna ópera (eran malos tiempos para la lírica: el papa Clemente XI había prohibido la ópera en sus territorios italianos por considerarla un espectáculo impúdico). Otros castrati de la Real Capilla de esos años eran Jerónimo Bartolucci “Momo”, Francisco Giovannini “Francisquín”, Manuel de las Herrerías, Sebastián Nalducci y Andrés Moreno. Es prácticamente imposible determinar a quién en concreto estaba dedicada cada obra de las del programa, pero está claro que todos ellos debieron de atesorar unas condiciones canoras más que notables.
En este programa figuran dos cantadas de Corselli (una, al Santísimo: Cuando a pique, Señor; otra, de Navidad: Venturos pastor), un aria a Nuestra Señora de Nebra (Ya rasga la esfera), una cantada al Santísimo de Literes (Atalaya divina) y un Salve Regina a dos voces del desconocidísimo Antonio Corvi Moroti (1709-1771), que destacó por encima del resto: muy en estilo pergolesiano, como por otra parte estaba sucediendo en el resto de Europa, se trata de una obra deslumbrante, que merecería desde ya ser integrada en el repertorio. Se añadieron dos conciertos para cuerdas de Antonio Vivaldi (los RV 167 y 121) que no tenían demasiada razón de ser en un programa como este (el prete rosso no mantuvo la más mínima vinculación con España ni con ninguno de los compositores incluidos en la velada), pero que sirvieron para aportar variedad.
Por separado o juntos, Carlos Mena y Jone Martínez estuvieron espléndidos. Se me hace difícil imaginar a otros intérpretes que, para estas obras, puedan resultar más cualificados (no digo que no las haya, ojo). Es música complicada, donde las florituras aguardan agazapadas en cualquier rincón, dispuestas a darte un disgusto Algunas notas son extremadamente agudas y obligan al cantante a realizar grandes esfuerzos. Mena y Martínez salvaron cada escollo con soltura y sus voces empastaron a las mil maravillas, siempre con el acompañamiento solícito de Concerto 1700, convertido por derecho en unos de los más apropiados grupos para afrontar la música de nuestro Barroco.
Es música que ha estado durmiendo durante casi tres siglos. Ojalá no tengan que pasar otros tres siglos para que vuelva a escucharse.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías)