MADRID / La Orquesta del Norte nos descubre a Augustin Pfleger
Madrid. Iglesia de Santa Bárbara. 15-III-2024. XXIV Festival Internacional de Arte Sacro de Madrid. Amadea Reksterberg y Anaïs Yvoz, sopranos. David Tricou y Benedict Hymas, tenores. Håvard Stensvold, bajo. Orkester Nord (Noruega). Martin Wåhlberg, dir. Augustin Pfleger. Oratorio Vida y Pasión de Cristo.
“Fue uno de los mejores de su tiempo”, dijo en el siglo XVIII el compositor y teórico francés Sébastien de Brossard refiriéndose a Augustin Pfleger (h.1635-1686). Su nombre, sin embargo, cayó rápidamente en el olvido y sólo en los últimos tiempos ha empezado a aparecer, tímidamente, en tal cual grabación discográfica (pero se le han dedicado, al menos, tres discos monográficos). El viernes pasado, en el marco del FIAS-2024, pudo escucharse su música por primera vez en Madrid en una excelente interpretación y cualquiera medianamente sensible pudo constatar que se trata, en efecto, de un compositor que merece la pena.
Su trayectoria vital-profesional refleja el rompecabezas confesional en que se había convertido la Europa central tras siglo y cuarto matándose ferozmente unos a otros en nombre del mismo Dios y la relativa estabilización introducida por la paz de Westfalia (1648). Nació en Bohemia (católica), se formó en Núremberg (protestante) y sirvió sucesivamente a los duques de Sajonia-Lauenburg (con sede en la localidad natal del compositor, católico), Meklenburgo-Güstrow y Schleswig-Holstein-Gottorf (protestantes) para volver, finalmente, a sus orígenes, trabajando para su señor natural (católico).
Compuso exclusivamente música religiosa. Conviven en su producción, pues, diferentes formas y géneros musicales, plasmando el desigual papel otorgado a la música en las distintas liturgias y variando igualmente el idioma empleado, latín (liturgia católica y, en ciertos casos, luterana) y lengua vernácula (protestante, en general). Pero lo más importante de su producción corresponde a su etapa de Gottorf, destacando el ciclo de 72 cantatas que cubren todo el año litúrgico. Forman parte de este ciclo las cantatas dialogadas, que pueden incorporar, en distintas combinaciones y sin fórmula rígida preestablecida, textos bíblicos (salmos, por ejemplo), citas más o menos literales de los evangelios y reflexiones poéticas destinadas a mover a los fieles a la piedad. Los solistas vocales, siempre en número reducido, asumen, sucesivamente, distintos papeles y la instrumentación, aunque no sea muy nutrida, tiene un papel relevante. Desde el punto de vista estilístico -notable peculiaridad de la música de Pfleger-, funden la influencia de la cantata eclesiástica italiana a la tradición autóctona de los conciertos sacros de H. Schütz. Pfleger transitó con firmeza la senda que, un poco más al Norte, llevará a la madurez D. Buxtehude (y se aproximó bastante a él, por cierto).
Picando en este bloque de cantatas dialogadas, la Orquesta del Norte ha construido coherentemente y yendo más allá de lo que solía ser la tradición protestante, centrada esencialmente en poner en música la Pasión, un imaginario oratorio que presenta la Vida y Pasión de Cristo en seis capítulos (otras tantas cantatas): La Anunciación; Jesús y sus discípulos, con el episodio de la cananea y su hija endemoniada y basada enteramente en citas evangélicas; los milagros, recogidos del evangelio de San Mateo; el camino de Emaús -alterando la cronología, pero llevando a primer plano el diálogo espiritual entre Cristo y el alma fundiendo Antiguo y Nuevo Testamentos-; la Pasión, todavía con muy pocos personajes, pero con una original y anticipador intervención conjunta (turba); La Resurrección, finalmente. Un par de breves fragmentos instrumentales de Vincenzo Albrici (1631-1687) sirvió de introducción-transición entre bloques vocales.
La Orquesta del Norte, integrada por músicos jóvenes, mostró en su intervención en la iglesia de Santa Bárbara un elevado nivel. Martin Wahlberg, su creador y director, estuvo en todo momento sumamente cuidadoso, logrando un sonido compacto y con los necesarios matices para despejar la peligrosa monotonía. Estupendos fueron los instrumentistas, con un nutrido bajo continuo que incorporaba el salterio -tradición histórica escandinava-, cuyo delicado timbre fue, no obstante, a veces nublado por el órgano. Y un grupo de cinco solistas vocales que asumían, como se ha señalado, los distintos caracteres y se unían en variadas combinaciones, descriptivas o reflexivas. Magníficas las dos sopranos, de contrastados timbres -carnoso y próximo al de mezzo-soprano el de Anaïs Yvoz; lírico, espiritual y delicadamente poético el de Amadea Reksterberg-. Unidas sus voces en dúo, ofrecieron momentos de especial belleza, de lo mejor, sin duda, del concierto. Contrastadas fueron igualmente las voces de los tenores. David Tricou, más dramático, corrió con la parte del león en varias cantatas; Benedyct Himas, por su parte, posee un registro más agudo, muy bello. Los papeles divinos fueron salvados brillantemente por Havard Stensvold, bajo-barítono. Feliz, pues, y bien servido descubrimiento el que tuvimos la noche del viernes en la iglesia del antiguo monasterio de las Salesas Reales.
Manuel M. Martín Galán