MADRID / La música napolitana y el Belén del Príncipe
Madrid. Palacio Real (Salón de Alabarderos). 6-XII-2020. Filippo Mineccia, contratenor. Nereydas. Director: Javier Ulises Illán. Obras de Jerusalem, Hasse, A. Scarlatti, Bisso y Nebra.
Fueron los napolitanos (o, mejor dicho, los habitantes de la Campania, ya que el primero que se montó fue en Amalfi) los que inventaron los pesebres navideños, hará cosa de diez siglos. Pese a la vinculación de Nápoles con la Corona española (antes, incluso, con la de Aragón, desde la conquista de aquellos territorios por Alfonso “el Magnánimo” en 1442), la tradición de los belenes no llegó a la península ibérica hasta mediados del siglo XVIII. Y fue gracias a una reina de origen alemán, María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, que se había entusiasmado con los pesebres mientras su esposo ejercía de virrey en Nápoles. Llevaba solo tres meses en España (Navidad de 1759) cuando María Amalia montó un belén en el Palacio del Buen Retiro. Tuvo que ser en estas dependencias, no habían concluido aún las obras del nuevo Palacio Real, que sustituía al antiguo Alcázar de los Austrias, arrasado por el incendio de la Nochebuena de 1734.
Fue el primer y último belén que montó la reina en España, ya que fallecería nueve meses más tarde, en septiembre de 1760. Pero Carlos III mantuvo aquella afición de su querida esposa (“el único disgusto que me ha dado ha sido morirse”, llegó a manifestar) y, el mismo año de la muerte María Amalia, el rey encargó a los escultores Esteve Bonet y José Ginés, para su hijo Carlos (el futuro Carlos IV), el que hoy se conoce como Belén del Príncipe, que llegó a contar con cerca seis mil figuras de terracota, incluidas las que María Amalia había traído consigo de Nápoles. Esas figuras se conservan en el Palacio Real, que cada año, comenzando en el mes de diciembre, monta este belén para que pueda ser visitado por madrileños y turistas. Nunca, hasta ayer domingo, la música había sonado durante la inauguración oficial del Belén del Príncipe. Ojalá se convierta en una tradición: será señal de que Patrimonio Nacional por fin ha entendido que la música, aunque sea un intangible, también forma parte de eso, de nuestro patrimonio histórico.
El encargo se le ha hecho a Javier Illán, quien, con su grupo Nereydas, ha construido un programa que sirve de homenaje a aquel Nápoles que exportó a España los belenes. Como introducción, unos Versos instrumentales para dos violines y bajo de Ignacio de Jerusalem y Stella, violinista y compositor napolitano (de Lecce, para más señas), que tras pasar varios meses en Cádiz acabó sus días en la ciudad de México, de cuya catedral fue maestro de capilla. Después, la antífona Alma redemptoris mater, de Johann Adolph Hasse, quien, como María Amalia de Sajonia, nació en Alemania, aunque alcanzó su cénit en Nápoles (los italianos le llamaban Il Sassone, sin que se entienda muy bien el porqué, pues, si bien es cierto que Hasse pasó varios años en Dresde, en realidad él había nacido cerca de Hamburgo). Luego, la bellísima aria Dormi, o fulmine di guerra, del oratorio La Giuditta, debido al músico napolitano más importante de todos los tiempos: Alessandro Scarlatti. Dormi, o fulmine di guerra se trata, seguramente, de la nana más hermosa que ha sido capaz de componer el ser humano. Y ya, a modo de conclusión, un aria del genovés Matteo Bisso (Se volgi al ciel turbato, del oratorio S. Atanasio, Patriarca di Alessandria) y una curiosa adaptación del Fandango de la zarzuela de José de Nebra Vendado es amor, no es ciego (curiosa, porque la letra de este fandango, convertido ahora en Fandango de Navidad, ha sido elaborada ad hoc por el propio Illán).
Junto a Nereydas, el gran protagonista de la matinal palatina: el contratenor Filippo Mineccia [en la foto], que, aunque toscano de nacimiento, tiene una especial vinculación con Nápoles, aunque solo sea por la cantidad de conciertos que ha dado, de discos que ha grabado y de recuperaciones que ha realizado de compositores napolitanos (Gaetano Veneziano, Giovanni Paisiello, Leonardo Vinci, Niccolo Jommelli o Alessandro Scarlatti, por ejemplo). Nadie como él ha sido capaz de cantar de manera tan profunda y sentida esa nana Dormi, o fulmine di guerra, y aquí lo ha vuelto a demostrar una vez más. Solo por ello, la iniciativa de Patrimonio Nacional de vincular la música del XVIII con el Belén del Príncipe ya ha merecido la pena.
NOTA: Si visitan el Belén del Príncipe en estos días navideños, comprobarán que hay un sector dedicado a la música. Allí aparece un cuarteto tañendo una minuciosa réplica de los stradivarius del Palacio Real (los que mandó comprar Carlos IV, el mismo para quien fue encargado este pesebre). Curiosamente, el violista está tocando a brazo cambiado: ¿fue un error del imaginero o tal vez hubo en aquellos años en Madrid un violista zurdo?
Eduardo Torrico