MADRID / La Morra deslumbra con un programa sobre el Gran Cisma de Occidente
Madrid. Fundación Juan March. 20-II-2022. La Morra. Obras de Andrieu, Ciconia, Carmen, Le Cuvelier, Da Bologna, Frangens de Leodio, Zacharie, Senleches, Da Caserta y Da Perugia.
Lo del Gran Cisma de Occidente debió de ser algo parecido a lo que está pasando en el PP estos días. Los que se liaron a garrotazos entre ellos entonces, como ahora hacen Casado y Díaz Ayuso, fueron papas y aspirantes a papas (rebautizados como ‘antipapas’). Nihil novum sub sole, que dirían los clásicos. El concierto ofrecido por el grupo La Morra este pasado fin de semana (sábado y domingo) en la Fundación Juan March de Madrid estaba previsto para mayo de 2020, pero se lo llevó por delante, como tantas otras cosas, el dichoso virus. Reprogramado ahora, ha venido a coincidir con la crisis de Génova (la calle madrileña, no la ciudad), convertida de nuevo en el gran centro de la discordia, como en su día (finales del siglo XIV y principios del siglo XV) lo fueron Roma, Aviñón y Peñíscola, las tres urbes que contaron en ese conflicto con pontífices alternativos (el de la villa castellonense, Benedicto XIII, llamado el “Papa Luna”, al que solo reconocían su condición de vicario de Cristo en la tierra Aragón, Castilla, Navarra y Escocia).
Europa acababa de dejar atrás una de las mayores tragedias de su historia, la Guerra de los Cien años (1337-1453). Fue mucha la devastación, aunque no tanta como la que se produciría más tarde en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). La paradoja es que, en aquel ambiente de muerte, ruina y desolación (en ambos conflictos bélicos), hubo un florecer como pocas otras veces se ha dado en la música. Los papas del cisma se convirtieron en mecenas de músicos que enaltecían sus glorias. Y no solo ellos, sino también los príncipes que les eran fieles. Aviñón, sobre todo, se convirtió en un centro de musical de primerísima magnitud. Fue así como surgió el Ars Subtilior (el ‘arte más sutil’, en contraposición con el Ars Nova), que se desarrolló a finales del siglo XIV en el sur de Francia, pero también en París, en el norte de Italia y en algunos territorios de la Corona de Aragón (los reyes aragoneses habían expandido sus dominios por todo el Mediterráneo, especialmente a raíz del episodio de las Vísperas sicilianas que acabó con la hegemonía de los Anjou en el Mare Nostrum).
Anthonello de Caserta, Johannes Ciconia, Jacopo da Bologna, Paolo da Firenze, Matteo da Perugia o Antonio Zacara da Teramo fueron acaso los más insignes representantes del Ars Subtilior. Algunos de ellos (Ciconia, Da Bologna y Da Perugia) forman parte de este programa confeccionado por La Morra, en el que también tiene cabida obras vocales y, en menor medida, instrumentales de Franciscus Andrieu, Johannes Carmen, Jaquemart le Cuvelier, Nicolaus Frangens de Leodio, Nicolaus Zacharie, Jaquemin de Senleches y Philipoctus da Caserta. Todos ellos, autores de una música de “gran refinamiento que se caracteriza por la complejidad de sus propuestas rítmicas y por lo alambicado de sus soluciones en cuanto a la notación”, como señala en sus notas al programa Màrius Bernardó, gran estudioso de ese periodo.
Resulta gratificante comprobar que todavía quedan programadores en España que se niegan a reducir la oferta en cuanto a música medieval a las cantigas alfonsíes. En ese sentido, el ciclo “El origen medieval de la música europea” de la Fundación March ha sido modélico, por mucho que la pandemia impidiera que se celebrara con la deseable normalidad. Y no ya es solo por la elección de los compositores y de esta sutilísima música, sino por la selección de los grupos, entre los que han figurado Psallentes, Discantus, Sollazzo Ensemble, Cinquecento, Sequentia y, ahora, La Morra (falta todavía por actuar Dialogos, víctima también en su momento de cancelación por pandemia). Es decir, la crème de la crème de la música medieval de nuestros días. Así lo entendió el público, que, pese a la dificultad de comprensión que puede entrañar esta música, a las que estamos tan desacostumbrados, siguió el concierto de La Morra en un silencio casi reverencial y en un clima de embelesamiento.
Fundado en Basilea a finales de los años 90 por Corina Marti, especialista en teclados históricos, y por el laudista Michal Gondko, las grabaciones de La Morra para el sello discográfico Ramée se han convertido en un icono para los amantes de la música tardomedieval y renacentista. No se ha prodigado en actuaciones en directo por España (de hecho, era su primera aparición en Madrid), pero el sonido del grupo es igual de coruscante que en grabación (y eso que la acústica de la sala de la Fundación March no es la más apropiada para esta música).
Integrado por la soprano Anna Miklashevich, el contratenor Doron Schleifer, el tenor Mattieu Romanens y Natalie Carducci (fídula), además de por los mencionados Marti (clavisímbalum y flautas) y Gondko (laúd), La Morra fue desgranando las piezas del programa con una delicadeza exquisita, sin tener que prescindir en ningún momento del rigor musicológico que le caracteriza. El juego de alternancia de voces e instrumentos propició una sensación de diversidad que siempre es de agradecer. Todos estuvieron a un nivel extraordinario, pero sería un delito por mi parte no destacar la belleza tímbrica que posee la voz de Schleifer, cantante por el que siento veneración desde que lo descubrí gracias a los Profeti della Quinta, el otro grupo con el que colabora asiduamente. Actuaciones como esta de La Morra son las que hacen falta para que la música medieval, al menos por estos pagos, deje de ser contemplada como una extravagancia.
Eduardo Torrico
(Foto: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)