MADRID / La mirada del arpa ibérica
Madrid. Club Matador. 23-VI-2019. Cristina Teijeiro, soprano. Laura Puerto, arpa de dos órdenes. Daniel de la Puente, recitador. Obras de Vásquez, Hidalgo, Marín, Valls et al.
Hay pocos instrumentos que se presten tan bien para acompañar a la voz humana como el arpa de dos órdenes (si acaso, un laúd o una vihuela). A pesar de la importancia que tuvo esta en la música española —y en la portuguesa— de los siglos XVI y XVII, sigue siendo una gran desconocida. Solo la entusiasta labor de un minúsculo grupo de arpistas (Manuel Vilas, Sara Águeda o Laura Puerto) está logrando que el arpa ibérica salga de un ostracismo que dura ya más de tres siglos.
Puerto es, si se me permite la expresión, una arpista reconvertida, pues ella proviene del teclado, el cual no olvida, claro, no solo porque no hace falta que lo olvide, sino porque es el complemente perfecto del arpa de dos órdenes. No olvidemos que la gran figura de la música instrumental del renacimiento hispano se llamaba Antonio de Cabezón, quien además de organista era arpista (y hasta cantaba si se terciaba la ocasión, como lo hace la propia Puerto). Pero la pasión que siente Puerto por el arpa ibérica es tal que la cuida como si fuera la niña de sus ojos.
Y hablando de ojos, esta es la temática de su último programa, que acomete a dúo con la soprano Cristina Teijeiro, una de las más interesantes voces femeninas surgidas en España en los últimos años. La vida en sus ojos es el título de dicho programa, en el cual se incluyen obras de Juan Vásquez (Si no os hubiera mirado, Ojos garços ha la niña, Por una vez que mis ojos alcé, Lindos ojos, Por vida de mis ojos y Ojos morenos), de Juan Hidalgo (No queráis dormir, mis ojos), de José Marín (Ojos pues me desdeñáis) y de Francisco Valls (Ausente de tus ojos), y alguna obra de autoría anónima (Son los ojos de Gileta). Figuran también piezas instrumentales de Julius de Módena, Luis Venegas de Henestrosa, Martín y Coll y Lucas Ruiz de Ribayaz.
El programa se estrenó el pasado domingo en el Club Matador, en un salón (que seguramente en su día fue el de baile) que, por sus proporciones, no debe de diferir mucho de aquellas cámaras en las que se interpretaba originalmente esta música, tan íntima como delicada. La voz candorosa y flexible —pero también rotunda cuando es menester— de Teijeiro empastó prodigiosamente con el arpa. Su prosodia es también magnífica, algo que resulta fundamental en estas piezas, en las cuales el texto tiene la misma importancia que la música. Y para resaltar esa importancia literaria, entre las obras se fueron intercalando sendos poemas de Francisco de Quevedo, William Shakespeare (en traducción al español), León Felipe, Federico García Lorca y Jorge Luis Borges, recitados con vehemencia por Daniel de la Puente (director de coro, entre sus varias facetas).
Pese algún problema con una clavija, apañado sobre la marcha, todo fue sobre rieles, incluida la peculiar propina: un arreglo de uno de los greatest hits del cantante británico-libanés Mika (Beirut, 1983), con algo de remembranza monteverdiana. A mitad de la canción, Puerto sorprendió a todos, pues, sin dejar de tañer el arpa, acompañó a Teijeiro. Y no solo sorprendió por su dualidad, sino por la cavernosidad de su voz, diríase que propia de un tenor.