MADRID / La inmarcesible viola de Jordi Savall
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 13-III-2022. 49º Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música (Universidad Autónoma de Madrid). Jordi Savall, violas da gamba. Xavier Díaz-Latorre, tiorba y guitarra. Obras de Ortiz, Hume, Sanz, García de Zéspedes, Sainte-Colombe le fils, Sainte-Colombe le père, Marais, De Visée, Martín y Coll y anónimos.
En cierta ocasión me aseguró un conocido músico que lo más difícil de un concierto (o de una grabación discográfica) es ponerle un buen título. Es decir, un título que no solo resulte atractivo sino que tenga que ver con lo que el público va a escuchar. Del tiempo y del instante es, sin duda, un título sugerente, pero, con sinceridad, no sé qué tiene ver con lo que ayer por la tarde sonó en la Sala de cámara del Auditorio Nacional de Música. Mejor habría respondido a la realidad algo así como De lo viejo y de lo nuevo, o De lo antiguo y lo moderno, porque la primera parte estuvo conformada por obras del Renacimiento y del primer Barroco, y la segunda, por obras del Barroco tardío. También habría servido como título De lo somero a lo profundo (o De lo popular a lo culto), porque Jordi Savall y Xavier Díaz-Latorre dedicaron la primera parte a ritmos jacarandosos (Diego Ortiz, Gaspar Sanz, García de Zéspedes y obras anónimas… Hume, no es tan jacarandoso) y la segunda resultó más honda y sustancial (Sainte-Colombe padre y Sainte-Colombe hijo, Marais y De Visée, ya que Bach, que también estaba anunciado, se cayó del cartel sin que nadie explicara el motivo). Para cerrar el concierto, los dos músicos catalanes recurrieron a unas Diferencias sobre las Folías de Martín y Coll, que siempre es una buena forma de pintar una sonrisa en el rostro del público y de que este responda, para despedir a los intérpretes, con una salva de aplausos.
A sus 80 años, Savall y su (sus) viola (violas) siguen al pie del cañón. Los dedos de la mano izquierda se conservan ágiles y el brazo derecho se mantiene enérgico. Tampoco vamos a descubrir ahora que, como solista, este Savall provecto prefiere no meterse en tráfagos. Es, asimismo, lo suficientemente inteligente como para rodearse de colaboradores altamente cualificados. Si en algún momento (y ayer hubo varios) pierde el paso, ahí está Díaz-Latorre para que lo vuelva a coger inmediatamente. Díaz-Latorre es un músico descomunal. Y en su grandeza como intérprete, parece como si ni siquiera quisiera darle importancia a lo que hace. Los Canarios de Gaspar Sanz que se marcó ayer fueron antológicos. Y la Chaconne de De Visée, algo de otra galaxia. Tuvo el barcelonés un recuerdo para las víctimas inocentes de Ucrania (en esta guerra parece que todas las víctimas lo son; las locales, claro) y quiso tocar una canción popular ucraniana, aunque apenas esbozó unas notas. La intención es lo que cuenta.
Savall, en solitario con la viola bajo, comenzó algo envarado, tañendo varias recercadas del Trattado de Glosas de Diego Ortiz y varios humors de Tobias Hume, pero encontró luego el pulso adecuando cuando echó mano de la viola soprano y se vio arropado por la tiorba (y por la guitarra) de Díaz-Latorre. Bonita versión de la anónima Greensleeves e imaginativas (a base de imitación de trinos pajariles y de pizzicati) unas anónimas Improvisaciones sobre la Guaracha. En la segunda mitad vimos (escuchamos) lo mejor de Savall, con ‘su’ Barroco francés, el que le ha proporcionado justa fama mundial. Emergió el Savall trascendente de siempre y de su viola bajo salieron sonidos cautivadores. A esas alturas, encarábamos ya las dos horas de concierto, de un concierto casi a la luz de las velas, porque hubo que recurrir a dos improvisadas lámparas (lo primero que había a mano), ya que la iluminación cenital de la sala había sufrido una avería.
Pese a la larga duración de concierto, Savall y Díaz-Latorre no rehuyeron la propina. El músico igualadí aprovechó la ocasión para referirse de nuevo al conflicto bélico de Ucrania, ofreció dos piezas del Códex Trujillo y acabó metiéndose en un jardín con la nacionalidad de los autores de las mismas (por querer explicar que eran indígenas, se lió diciendo que no eran ni españoles —que lo eran— ni italianos). No es la primera vez que le pasa.
Eduardo Torrico