MADRID / La historia del rey David, paso a paso

Madrid. Fundación Carlos de Amberes. 6-XI-2020. Sara Águeda, arpa y voz. Obras de Cabezón, Ruiz de Ribayaz, Mudarra, Del Encina, Frescobaldi, Narváez y anónimas.
Si consideramos la auténtica importancia que ha tenido, como rey y profeta, en el judaísmo, el cristianismo y el islam, llegaremos a la conclusión de que el rey David no ha sido un filón suficientemente explotado por la música. Claro que ha habido compositores que le han dedicado la debida atención, como Arthur Honegger, que escribió en los años 20 del pasado siglo el oratorio Le Roi David. O como Alessandro Scarlatti, que doscientos años antes (1700) escribió el oratorio latino Davidis pugna et victoria. Pero, por lo general, David ha tenido un tratamiento accesorio (y eso que, según la historia, él mismo era músico), incluso en el Barroco, periodo en el nació y en el que proliferó el género del oratorio, el cual había de buscar incesantemente en la Biblia personajes de los que abastecerse. Haendel, por ejemplo, estrena en 1739 Saul, centrado en la relación del primer rey de Israel con su sucesor, David, que no pasar de tener en este oratorio un papel secundario.
A Sara Águeda se le encendió la bombilla de crear una historia en torno al rey David cuando, desde la Universidad Complutense de Madrid, le propusieron hacer un programa con música renacentista. Lo alumbró en pleno confinamiento, después de que le viniera a la cabeza la hermosísima canción Triste estaba el rey David de Alonso de Mudarra, contenida en su Tercer libro de cifras para vihuela (1546). A fin de cuentas, Águeda y el rey David tienen algo en común: el arpa. Pero ese era simplemente el punto de partida; luego había que hilvanar una narración coherente. Para ello, la arpista madrileña se embebió del siglo XVI español, sin duda el periodo musical más floreciente de nuestra historia: Cabezón, Del Encina, Narváez y, por supuesto, Mudarra, con inclusión de algunas obras anónimas, de algún autor extranjero (Frescobaldi) o de alguna pieza barroca posterior (las Españoletas de Lucas Ruiz de Ribayaz, por el que, supongo, la intérprete debe sentir cierta debilidad: Ruiz de Ribayaz escribió Luz y Norte Musical, tratado donde ofrece una gran variedad de piezas para guitarra y arpa en tablatura, y Águeda creó hace unos años, junto al tenor Víctor Sordo y la violagambista Calia Álvarez, un grupo llamado Luz y Norte).
Águeda va desgranando en este programa los distintos capítulos de la vida de David: pastor, poeta, pecador, músico, rey justo y valiente, elegido por Dios, vencedor del gigante Goliat, amante adúltero de Betsabé, padre de Absalón y de Salomón… A cada capítulo le adjudica una pieza: una pavana, un tiento, una fantasía, unas achas, unos canarios, unas folías… A la muerte de Absalón, la antes citada Triste estaba el rey David (y tan triste que tenía que estar, después de que uno de sus generales hubiera acabado con la vida de su adorado vástago); al rey justo valiente y apasionado, la no menos hermosa Todos los bienes del mundo de Del Encina; a la ciudad de David, rey de Israel, la Canción del Emperador de Narváez (la obra más querida por el emperador Carlos V); al amor de Betsabé, Para quien crie yo cabellos de Cabezón; al David músico, la Fantasía X, que contrahaze la harpa en la manera de Ludovico de Mudarra… Todo bien bosquejado y trenzado, sin cabida para el capricho o la más mínima veleidad.
Águeda demostró una vez más su total dominio del arpa, pero fue un paso más lejos, al atreverse a arrancarse como cantante. Aclaremos: cantante natural, como lo eran muchos músicos de nuestro Renacimiento (Cabezón, sin ir más lejos, que además de tocar el órgano y el arpa, también cantaba; eso sí, con una “voz perra”, a decir de las crónicas) o como lo eran los bardos de la Inglaterra isabelina, empezando por Dowland. Águeda no es soprano, ni contralto, ni pretende serlo… Simplemente recurre a la voz como un aditamento en sus interpretaciones. Eso sí, la suya en una voz bella y bien templada, muy alejada de aquella “voz perra” de Cabezón. Y todo ello, bajo la atenta mirada del imponente San Andrés aspado de Rubens, inigualable joya pictórica que preside la nave central de la Fundación Carlos de Amberes.
Los asistentes al concierto (solo una cincuentena, debido a la reducción de aforo por las medidas sanitarias) disfrutaron enormemente con el espectáculo. Hubo más de cien personas que se quedaron en la calle. Quizá habría sido buena idea hacer dos sesiones seguidas.