MADRID / La emocionante e intemporal belleza bachiana de Piotr Anderszewski
Madrid. Círculo de Bellas Artes. 28-II-2021. Círculo de Cámara, temporada 2020/21. Piotr Anderszewski, piano. Obras de Bach.
Ese monumento de la literatura musical para tecla que es El clave bien temperado admite muchos acercamientos, partiendo, entre otras cosas, de la base de que el significado de clavier, como bien sabemos hoy, se refiere a teclado antes que a un instrumento específico, el clavecín en concreto. Cuando Bach quiso especificar con claridad que pensaba en un clave, como en las Goldberg, lo dejó bien clarito con la palabra clavicimbal.
De manera que los 48 han sido interpretados en el clave, en el clavicordio, en el órgano y, en nuestros días, en el piano moderno. Cabe considerar improbable que el en muchísimos aspectos visionario Bach llegara a pensar que el entonces precario e imperfecto piano iba a alcanzar las monumentales sonoridades y amplísimas dinámicas que ofrece la versión moderna del instrumento, porque el parecido de este con el ancestro que conoció el Cantor apenas alcanza al hecho de tratarse de un instrumento de tecla con unos macillos que percuten unas cuerdas. En todo lo demás, el parecido es como el de un huevo y una castaña.
Otra cuestión, la de abarcar en la colección todas las tonalidades mayores y menores, casi con toda seguridad en un instrumento afinado con algún tipo de temperamento desigual, adquiere evidentemente otro cariz cuando se utiliza el piano moderno, afinado con un temperamento igual, lo que a su vez también iguala en bastante medida el personal, pero diferente, carácter de cada una de las tonalidades.
Una vez aceptado que el piano moderno es un instrumento perfectamente capaz para esta música (si dejamos los purismos radicales aparte), muchos son a su vez los planteamientos posibles. Se puede uno acercar desde la ausencia absoluta (o casi) de pedal y el estrechamiento dinámico, con un acercamiento en el que prime lo rítmico, el legato estrictamente manual y una claridad en el contrapunto basada en limitadas inflexiones. Visión austera, sobria, que en alguna medida acerca el piano moderno al clavecín, lo que podríamos denominar una interpretación tipo Schiff. Cabe igualmente un planteamiento mucho más libre, de vez en cuando con su punto iconoclasta, pero de indudable interés, como el de Glenn Gould.
Y caben planteamientos decididamente pianísticos, pero más equilibrados, como los que en su día ofrecía alguien como Rosalyn Tureck y hoy, por supuesto con un carácter distinto, pueden ofrecer Hewitt, Perahia (si la salud permitiera al norteamericano volver a tocar) o quien ayer nos visitó: el polaco Piotr Anderszewski. Bach deja al intérprete en completa desnudez, porque el texto, aparte de las notas, es absolutamente parco en indicaciones. Eso es bueno, porque se abre de esa manera a interpretaciones diversas en cuanto a tempo y matiz, aunque también es arriesgado, porque también puede utilizarse para “defender” (el entrecomillado es intencionado) ideas más o menos extravagantes.
Anderszewski se acerca a esta intemporal música del Cantor decidido, con completa legitimidad, a aprovechar los recursos del piano moderno. Lo hace siempre con un conseguido y sabio equilibrio entre las posibilidades dinámicas, sonoras y expresivas del mismo, pero evitando que la exageración lleve a la música a adquirir tintes románticos que le son ajenos. Como ha evidenciado en interpretaciones anteriores de algunas Suites, Anderszewski ofrece unas lecturas con variado y envidiable impulso rítmico, sabiamente matizadas y articuladas, desgranando con exquisita claridad el entramado contrapuntístico bachiano, adornando con gusto las repeticiones (el segundo libro tiene varios Preludios en dos partes con repetición, lo que no ocurre en el primero) y con un uso mesurado de los pedales. La dinámica tiene la anchura necesaria para una rica expresividad, pero nunca llega a la exagerada hipertrofia que distorsionaría el carácter de la música.
De todo ello tuvimos ayer ejemplo en la selección de 9 Preludios y Fugas del segundo libro (en lugar de los 12 inicialmente previstos, limitaciones de duración por la pandemia) ofrecida por el pianista polaco, con un orden peculiar (1, 17, 8, 11, 22, 7, 16, 9 y 18) diseñado (sus propias palabras) de forma subjetiva, en algún caso con relaciones tonales, en otros buscando el contraste. Propuesta, en todo caso, perfectamente plausible. Ya el Primer preludio y fuga, fue un ejemplo de lo que sería la velada en su totalidad. Expuesto con severa pero expresiva solemnidad el preludio, absoluta claridad en el tejido contrapuntístico, matizado con finura, pero sin exageración, y con un tempo sabiamente elegido para el carácter deseado. Animada la fuga subsiguiente, jovial y vitalista, siempre clara en la diferenciada definición de las voces, y con un envidiable impulso rítmico. Emocionante la serena intimidad, casi doliente, de la Fuga en re sostenido menor, y encantadoramente vital la BWV 876 en mi bemol mayor.
Una interpretación, en fin, de exquisito gusto y muy inteligente planteamiento, plasmada con sobresaliente calidad pianística. El éxito fue grande, y Anderszewski se permitió el regalo de otro Preludio más, el nº 12 en fa menor, dibujado con elegante sensibilidad y adornado con gusto y equilibrio en la repetición de sus dos partes. Delante de mi butaca se sentaba la gran Elizabeth Leonskaja, que aplaudió, pateó y alabó entusiasmada la magnífica interpretación del pianista polaco. Entusiasmo, por lo demás, perfectamente comprensible. No es fácil conseguir que la emocionante belleza que hay tras el complejo entramado bachiano nos llegue, como lo hizo ayer en las manos del pianista polaco, con plenitud, pero sin aspavientos ni exageraciones.
Rafael Ortega Basagoiti