MADRID / La decimoquinta noche de Gerhaher
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 13-I-2020. XXVI Ciclo de Lied. Christian Gerhaher, barítono. Gerold Huber, piano. Obras de Mahler.
Si mal no recuento, es esta la duodécima temporada de Gerhaher en Madrid, y su decimoquinta actuación en el Ciclo de Lied (ha hecho doblete en tres temporadas). Si algún año no viene, ya lo echamos en falta. No es por la cantidad ni el metal naturales de su voz sino por algo más sutil, más elaborado y, en definitiva, más artístico: la construcción de una personalidad. Subrayo: construcción, trabajo. Hay personalidades que extravagan al común de los mortales y que por eso seducen. Son seres carismáticos. Gerhaher no es de ellos. Es un ciudadano confundible con los demás, médico de profesión y muy sensible a la música. Dicho esto, basta que apenas cante dos palabras para que digamos: “Es la voz d Gerhaher”.
Las voces naturalmente excepcionales son avasallantes, dominadoras, capaces de inundar una sala repleta de gente y aprisionarla como quien detiene a unos rehenes. Gerhaher, en cambio, con su decir susurrado que aumenta de intensidad como quien se desespera o se confiesa, canta para cada uno de nosotros tal si nos conociera personalmente y nosotros lo reconociéramos también personalmente.
En Mahler, el arte de este cantante encaja con justeza en lo que es el discurso lírico. En efecto, Mahler se ha valido de sus poetas favoritos porque, de alguna manera, su lectura le sonaba algo “mahleriana” de antemano: el romántico Rückert y sus colegas autores de finos pastiches: Bethge de cierta poesía china y el dúo Brentano-Von Arnim, del folclore germánico. Entonces: la melodía de Mahler parece calcada sobre esos versos, parece surgir de ellos, parece haber estado en plan virtual esperando a la música. Nadie mejor que Gerhaher, maestro de la recitación del vocablo, el verso y la estrofa, para dar cuenta de este repertorio. Así en lo climático de Respira una suave fragancia, las narraciones de El tamborilero y El toque de diana o la desolación patética y ensimismada de Sola en otoño y Me he retirado del mundo. Las dos despedidas de la segunda parte, en especial la de La canción de la tierra con su repetido ewig (sempiterno) tuvieron una densidad hipnótica y levitante.
A Huber también lo conocemos y así lo hemos escuchado reiterar sus ejecutorias, sus ejecuciones. Aquí la partida era difícil: sugerir en el piano la orquesta mahleriana, escarbar todas sus armonizaciones sin estorbar al compañero de viaje. Lo que bien empieza, bien acaba, y el pianista trabajó sin desmayo con la misma maestría del barítono.
Blas Matamoro
(Foto: Rafa Martín)