MADRID / La desdicha de un violonchelo Stradivarius

Madrid. Palacio Real (Salón de Columnas). 7-X-2021. Ensemble Bonne Corde (Diana Vinagre, violonchelo; Josep Maria Martí Duran, tiorba y guitarra; Miguel Jalôto, clave y órgano). Obras de A. Scarlatti, Supriani, Facco, Bononcini, D. Scarlatti, Lanzetti, Porpora, De Murcia, Porretti y Pergolesi.
Se suele acudir a un concierto por la música y/o por los intérpretes. En raras ocasiones, por escuchar y ver un instrumento extraordinario. Lo verdaderamente difícil es que concurran las tres circunstancias. Se dieron el pasado jueves en Madrid, en el Palacio Real, gracias a los nuevos vientos que soplan en Patrimonio Nacional cuando se trata de recuperar ese bien intangible que es la música. El protagonismo lo asumía en esta ocasión el violonchelo conocido como Stradivarius “1700”, por ser ese el año de su construcción. Se trata del hermano ‘pobre’ de la familia Stradivarius que mora en palacio. Toda la fama se la lleva el cuarteto palatino, pero este violonchelo (que visualmente no resulta tan atractivo, ya que no está decorado tan profusamente como sus hermanos, aunque su inconfundible barniz de color caramelo sea un regalo para la vista) ha vivido siempre en un segundo plano. Tanto, que era esta la primera vez que lo tocaba una mujer. La afortunada fue la violonchelista portuguesa Diana Vinagre, acompañada por Josep Maria Martí (tiorba y guitarra) y Miguel Jalôto (clave y órgano portátil).
Un poco de historia: el cuarteto y su hermano ‘pobre’ llegaron al Palacio Real en 1772. Fue una iniciativa de Carlos III, aconsejado por Gaetano Brunetti, maestro de violín del príncipe Carlos, futuro Carlos IV. Notable violinista, el hijo del monarca quería aumentar su colección de instrumentos de arco, en la que ya figuraban algunos Amati, Guarnerius y Stainer. Las gestiones para la compra de los cinco Stradivarius las llevó el padre Brambilla, en Cremona, donde la familia Stradivari tenía su taller de lutería desde hacía décadas. Brambilla negoció con Paolo Stradivari, el hijo del gran Antonio, y consiguió que se los vendiera a la familia real española. Lo que vino después forma parte de ese estrapalucio al que fueron sometidos en toda Europa un sinfín de instrumentos de arco de insuperable calidad en aras de ese a veces odioso vocablo que es “modernidad”. Por comodidad para aquellos intérpretes dieciochescos, los dos violonchelos (el decorado y el “1700”) fueron estrechados, se les cambió el puente y la barra armónica, y se les dotó de unas cuerdas metálicas para las que no estaban concebidos. Al menos, no se les recortó el mango, como se hizo con otros muchos violonchelos Stradivarius. Y así se han mantenido hasta ahora. Tienen mucho de Stradivarius, claro, pero también de esos indeseables añadidos modernistas. La maldición intrusiva que han tenido que soportar los Stradivarius (sobre todo, los violonchelos) es tan descomunal que solo uno de ellos conserva en todo el mundo el estado original en que salió del taller cremonés. Se trata del violonchelo Stradivarius “Servais”, manufacturado en 1701 y conservado hoy en el Museo Smithsoniano de Washington. Anner Bijlsma tuvo la suerte de poder grabar con él las Seis suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach para el sello Sony.
Vayamos a lo musical: el programa en sí trataba de recordar a la reina Bárbara de Braganza, gran melómana y mecenas de las artes. Pero a la reina Bárbara, portuguesa como Diana Vinagre, lo que le gustaba realmente era la música para teclado y la música vocal. No se han encontrado, por ahora, en los archivos reales nada que la pueda relacionar directamente con el violonchelo. Así que la propuesta de Vinagre y su grupo, el Ensemble Bonne Corde, consistió en reunir obras de compositores (en la mayoría de los casos, también destacados violonchelistas) que desarrollaron su actividad profesional hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII, es decir, cuando el violonchelo (o sea, el basso di violino) se emancipó del bajo continuo y se convirtió en instrumento solista. Es el periodo en que, más o menos, fue construido el Stradivarius “1700”.
Las obras de este programa pertenecen a Alessandro Scarlatti, Francesco Supriani (autor de la obra pedagógica más antigua para violonchelo de la que se tiene noticia), Giacomo Facco (paduano que hizo su carrera en Madrid, ciudad en la que murió), Salvatore Lanzetti (acaso el más insigne representante de la escuela violonchelística napolitana), Nicola Porpora (además de gran compositor de música para la escena y de gran pedagogo, notable violonchelista), Giovanni Bononcini (ídem que Porpora), Giovanni Battista Pergolesi (otro notable napolitano que, en lo poco que le dejó la vida, dio muestras de su amor por este instrumento) y, por último, Gaetano Porretti (uno de los grandes personajes del Madrid musical del XVIII, acompañante de Farinelli en las veladas nocturnas que el castrato dedicaba a Felipe V para curar su melancolía, sagaz empresario en la rama de la panadería y de la importación de materiales para la Real Fábrica de Porcelana de El Retiro y, por último, padre de Joaquina, la que habría de ser segunda esposa de su buen amigo Luigi Boccherini). Para acrecentar el sabor autóctono, se incluye también la bellísima Sonata en Sol menor K. 234 de Domenico Scarlatti (esta sí que la conoció y, probablemente, la tocó la reina Bárbara) y el Fandango de Santiago de Murcia.
Las lecturas del trío fueron soberbias (como lo fue la ejecución de la sonata scarlattiana por parte de Jalôto y la del fandango de Murcia a cargo de Martí a la guitarra), pero lo podrían haber sido aún más de no ser por el inesperado escollo que con que se topó Vinagre: como violonchelista consagrada a la interpretación históricamente documentada, confiaba en que el Stradivarius “1700” pudiera ser íntegramente encordado con tripa (de lo de cambiar el puente, ni hablamos, por supuesto). Pero, a la hora de la verdad, solo se le permitió cambiar dos, permaneciendo las otras dos con el metal con habitualmente está armado. La cuestión no solo influyó en el sonido, sino que además dificultó la labor de Vinagre, nada familiarizada con el metal de marras. El sonido del “1700” impresiona, a qué negarlo, pero estoy convencido de que impresionaría mucho más si alguna vez lo dejaran como Antonio Stradivari lo trajo al mundo.
Eduardo Torrico
(Foto: Patrimonio Nacional)