MADRID / Kissin: El éxtasis sonoro
Madrid. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 12-II-2019. Evgeny Kissin, piano. Obras de Chopin, Schumann, Debussy y Scriabin.
Se ha dicho que Evgeny Kissin, un gran pianista que empezó encandilando a la parroquia entera, plantea programas de poca enjundia, en los cuales persigue grandes efectos y cede al puro virtuosismo. Sin embargo, en esta cita madrileña hubo quintales de enjundia, pues reunir a cuatro figuras mayores del teclado compromete. El hecho de que Kissin tenga a su disposición unos medios colosales en nada me aflige ni molesta. Es cierto que le gustan los fortissimi más que a Anthony Hopkins las galletas, pero bien pensado, ¿cuántos pianistas son hoy capaces de hacer fortes tan redondos y plenos, en lugar de ásperos y abiertos como algunos de la competencia?
Ya desde el Nocturno Op. 55/1 de Chopin, un Kissin equilibrado y sereno definió la bella atmósfera en que está inserto, haciendo valer la cantabilidad del piano, que deriva del legato con que divos como Rubini recreaban a Bellini en París. Por eso fue un gran placer oír también el Op. 62/2, muy aquilatado y de gran dificultad en el cosido de ornamentos, con frases muy bien redondeadas por su ejecutor. A veces, como al final, la emoción nace de la simple suspensión de una pausa. La Sonata Op. 14 es la menos agraciada de las 3 de Schumann, pero tiene zarpazos como el de apertura que llevan en sí un gramo loco, el cual contagia todo el movimiento. La almendra es el Andantino, con unas variaciones que Kissin perfiló con delectación, con dinámicas bien igualadas en pianos, médium y forte. Su extraño Finale, que Halbreich definió como tartamudeante, dio lugar a cabalgatas del intérprete bien embridadas con el pedal, mostrando sonoridades de aleación de plata y fierro y un calibre casi gigantesco. Kissin empezó a amar a Schumann con 11 años.
El nivel no se quebró en la selección de preludios de Debussy. En el genial Lo que ha visto el viento del oeste, de oleaje casi incontenible, Kissin dio una magna lección técnica con el pedal -soltar/apretar, soltar/apretar-, como si este mismo motivara con su exasperada rítmica el retroceso de las olas. La muchacha de los cabellos… dio lugar a un contraste extremo, con su melodía afelpada y sensual. En Fuegos de artificio prodigó una luz cegadora, repartida en escalas cristalinas y oposiciones de bloques, con un rico colorido y la, en sus dedos, fantasmática aparición de La Marsellesa. En la Sonata nº 2 de Scriabin, en fin, sorprendió por el concepto aún romántico, con obsesivos giros rítmicos en el Presto que no se extinguen con el último acorde, si no que dejan su estela anclada en la memoria.
Joaquín Martín de Sagarmínaga