MADRID / Juntos, pero no revueltos
Madrid. Teatros del Canal (Sala roja). 22V-2022. La Compagnia del Madrigale. Il Pomo d’Oro. Obras de Gesualdo, Dowland, De Macque, Holborne, Purcell et al.
Reconozco que cada vez muestro más prevención a la hora de acudir a este tipo de ‘citas a ciegas’ musicales. No puedo decir que haya encontrado en ellas demasiadas satisfacciones; más bien, todo lo contrario. Así que no me quedó otra que armarme de valor y plantarme en los Teatros del Canal para escuchar un programa que incluía madrigales de aquí y de allá (se supone que la figura de Carlo Gesualdo como hilo conductor, algo que siempre despierta morbo) y piezas instrumentales de compositores más o menos próximos en el tiempo al susodicho. Que aparecieran juntos los nombres de Il Pomo d’Oro y de La Compagnia del Madrigale me había hecho ponerme en lo peor, es decir, que a alguien la hubiera dado la chaladura de añadir acompañamiento instrumental a los madrigales (cosas más raras se han visto). Y encima, el espectáculo contaba con escenificación a cargo de dos palermitanos apellidados Di Liberto, imagino que hermanos (la escenificación, el mal nuestro de cada día).
Por suerte, mis temores desaparecieron pronto. Sobre un escenario oscuro situáronse, como si de un cuadro barroco de estilo tenebrista se tratara, ambos conjuntos. A la derecha, Il Pomo d’Oro (Evgenni Sviri y Anna Dmitrieva, violines; Giulio D’Alessio, viola; Ludovico Minasi, violonchelo, y Riccardo Coelati, violone); a la izquierda, La Compagnia del Madrigale (Rossana Bertini y Francesca Cassinari, sopranos; Elena Carzaniga, contralto; Giuseppe Maletto y Raffaele Giordani, tenores, y Matteo Bellotto, bajo). Primero, una pieza instrumental; luego, un madrigal… Y así, sucesivamente. Nada de fusiones extravagantes. Las piezas instrumentales, debidas a Antonio Maria Trabacci, Samuel Scheidt, John Dowland, Biagio Marini, Anthony Holborne, Giovani de Macque y Henry Purcell. Los madrigales, extraídos de diversos libros de Gesualdo, además de un par de Pomponio Nenna y Antonio Il Verso (sureños ambos, como Il principe di Venosa).
Las interpretaciones en ambos apartados resultaron superlativas, aunque a Il Pomo d’Oro se le podría achacar, en un ataque de exacerbado purismo, tocar con semejante orgánico las piezas de Scheidt, Dowland, Hoborne y Purcell (ahí lo procedente es un whole consort de violas). La Compagnia del Madrigale demostró que, hoy por hoy (tras el fallecimiento de Claudio Cavina, el que fuera fundador y director de La Venexiana), no hay en todo el mundo un grupo más cualificado que él para interpretar este repertorio. Y ya puestos a apuntar alguna que otra pega, pues reconoceré que podrían haberse estirado un poquito para que el concierto durara algún minutillo más por encima de la hora escasa que duró.
En cuanto a lo de la escenificación, pues… ¡qué quieren que les diga! Fue algo tan innecesario como absurdo. Dado que el acto se celebraba en un recinto dedicado al teatro, supongo que, a la hora de la contratación, los Teatros del Canal pedirían que se metiera algo de actuación. Pero el montaje es tan cicateramente imaginativo que se habría agradecido prescindir de ese incesante trasiego entre tinieblas de los Di Liberto, pertrechados con luces fluorescente y telas igualmente fluorescentes (que tan pronto servían de pañuelo de cabeza a los cantantes como de bayeta para fregar el suelo) y con un par de escaleras con ruedas que nadie, salvo ellos mismos, logró entender qué pintaban ahí.
Eduardo Torrico