MADRID / Juan Diego Flórez volvió y triunfó
Madrid. Teatro Real. 12-IX-2021. Juan Diego Flórez, tenor. Vincenzo Scalera, piano. Obras de Schubert, Bellini, Rossini, Tosti, Donizetti, Verdi y Puccini.
Han pasado veinticinco años desde que Juan Diego Flórez deslumbrara en el ROF pesarés con su imprevisto debut como Corradino en Matilde di Shabran. Transcurridas dos décadas y media, el tenor peruano, en su nueva visita a Madrid para iniciar la temporada lírica del Teatro Real, ha demostrado que sigue en plenitud vocal y que como artista se mantiene en una extrema y generosa calidad, además de que en algún aspecto (sin renunciar nunca a sus orígenes) no cesa de crecer.
Incluía Flórez para iniciar el programa tres canciones que se encuentran entre las más populares y melodiosas de Schubert: An Sylvia, An die Musik y la acariciante Serenata de El canto del cisne. Con un alemán cuidado, el tenor dio a los lieder una calidez inusitada, muy latina y de disuasoria habilidad para acallar a algún espontáneo purista
De Bellini ofreció las socorridas Malinconia ninfa gentil y Per pietà, bell’ idol mio, para, a continuación, aprovechar sobremanera La ricordanza, en la que incluyó una certera regulación final como perfecto remate. Esta melancólica canción comparte la mayoría de sus compases con el lamento de Elvira en I puritani, quizás recordando Flórez que es hoy uno de los Arturo Talbot de mayor capacidad y brillo.
Con el esperado Rossini, Flórez enardeció a los presentes… Arias de Florville (Il signor Bruschino) e Idreno (Semiramide), dos caras de la escritura tenoril del compositor de Pésaro: el cómico sentimental y el serio. Su variedad de escritura canora evidenció la conocida ósmosis existente entre cantante y compositor. Como Idreno, dio la sensación de que su voz ha ganado cuerpo en todos los registros, con respecto a lecturas anteriormente escuchadas.
La segunda parte comenzó con los tres Tosti sobradamente conocidos (Sogno, Seconda mattinata y Aprile), que fueron resueltos con desenvoltura y precisión. Sin embargo, lució especialmente la tercera canción, quizás la más cercana a su temperamento. De esta manera preparó una intensa ejecución del Angelo casto e bel de Il dua d’Alba, con una extraordinaria exposición ya desde el recitativo. Después de Rossini, Tosti es con quien Flórez ha cimentado mejor su carrera, ya desde el juvenil Alamar de Alahor in Granata que cantó en 1998 en Sevilla.
También Verdi y Puccini estuvieron presentes en este variado recital. Verdi, con el Je veux encore entendre ta voix de Jerusalem (que no es otra que La mia letizia italiana de I lombardi), y Puccini, con el Torna ai felici di del infiel Roberto de Le Villi, donde el juego forte y piano del solista se hizo aquí incluso más evidente y efectivo que en interpretaciones anteriores. Dos ocasiones para que el tenor diera cuenta de su personalidad operística, que luego rubricaría de manera incontrolable en el capítulo de bises. Fue este, por su duración, como si el recital tuviera una tercera parte.
Con la guitarra en mano, desgranó una versión personalísima e íntima de Core ‘ngrato de Cardillo, así como un medley en el que no faltaron La flor de la canela de Chabuca Granda ni el Currucucú de Tomás Méndez. Regresó luego al escenario el pianista Scalera, y Flórez ofreció la canción de Ossian de Werther, Una furtiva lagrima de Nemorino y, nada menos, el Nessun dorma de Calaf (que Pavarotti, al parecer, consiguió imponer como infalible propina).
La clase de acompañante de Scalera se ha forjado en años de actividad —cuatro provechosas décadas— y en compañía de algunos supremos cantantes (recordemos a Gencer, Bergonzi, Scotto, Carreras). Con Flórez, con quien colabora desde hace ya varios años, se produjo esa misma atenta intercomunicación. Y, en solitario, Scalera dio cuenta de su clase con dos fragmentos bien disímiles y adaptados al clima de la velada: la Danza siberiana de los Pecados de vejez rossinianos y en Largo en Fa menor belliniano.
Una triunfal sesión, como se esperaba.
Fernando Fraga
[Foto: Javier del Real]