MADRID / Juan Diego Flórez, una voz fijada en el tiempo
Teatro Real. Madrid. 19-9-2024. Juan Diego Flórez, tenor. Orquesta Juvenil Sinfónica por el Perú. Directora: Ana María Patiño-Osorio.
Es curioso el caso de Juan Diego Flórez (Lima, 1973): lleva más de treinta años de carrera profesional, tras sus inicios en la música ligera y popular, y sigue teniendo el mismo tipo de voz. El timbre, de tenor lírico-ligero, más generalmente lo segundo que lo primero, se mantiene incólume. La voz, en efecto, no parece haber sufrido ninguna evolución y sigue conservando sus valores potenciados por una excelente técnica de canto de gran naturalidad, que podríamos considerar la ideal en una voz de tenor: no hay suturas –o no debe haberlas– entre los tradicionales registros, el de pecho, medio o cabeza (falsete-cabeza, que decían los García): la emisión es una y el sonido, por tanto, también.
La columna de aire, que nace de la presión subglótica, de un adecuado trabajo del diafragma y de los músculos intercostales, es una e indivisible; en su recorrido a través de la tráquea, laringe –donde vibran a su paso las cuerdas vocales– y faringe –donde se engrandece y enriquece–. No se plantea con este tipo de emisión ningún cambio, ningún salto, ninguna presión muscular indeseada; ningún pasaje de registro. El sonido circula libremente, con nula intervención de la gola. Es un canto en este sentido abierto, no cubierto o cupo. Es la apoteosis de la voz clara; un canto que mantiene el equilibrio, que no modifica el timbre y que da posibilidades para cambiar el color mediante el empleo de los reguladores de intensidad, en lo que Alfredo Kraus era maestro y en lo que Flórez le ha seguido desde hace años.
Lo curioso es que la voz del cantante –que ha cumplido ya los 51 años– ha evolucionado muy poco aunque haya adquirido un espectro algo más oscuro, no mucho. Quizá no lo suficiente para acometer partes de mayor enjundia dramática, que es a lo que tiende, quizá aburrido ya de interpretar papeles destinados a voces muy claras y de poco peso. Así, hace ya algunos años se ha lanzado a vestir personajes más propios de un tenor claramente lírico y se acerca por ello a Werther, al Duca, a Fausto, a Romeo y a otros. Sin que, dadas las circunstancias, acabe de encontrarse en ellos. En contra de lo que desearía.
El recital que comentamos nos ha dado de nuevo las pautas de su naturaleza vocal y de su límpido estilo. Con una muy importante base técnica, con una musicalidad a prueba de bomba, con una dicción clarísima y un gran dominio de los reguladores ha desarrollado un extenso programa que ha culminado con unas cuantas propinas muy del gusto de un público que abarrotaba el Real y que no dejó de aplaudir con calor desde el principio.
La sesión se abrió con la obertura de Norma de Bellini, ofrecida en una interpretación un tanto gruesa pero animosa y con excelente prestación de las maderas. La Orquesta Juvenil Sinfonía por el Perú, fundada por Flórez, sigue las pautas de la famosa formación venezolana creada por Abreu. Es admirable el grado de conjunción, de profesionalidad, de entusiasmo de unos muchachos que tocan con enorme seriedad y temple. Es cierto que el equilibrio a veces no se consigue del todo y que se suceden pasajes borrosos y que la sonoridad dista de ser bella, pero el resultado es muy loable.
Al frente de la formación se desempeñó con habilidad, destreza, expresividad a flor de piel y un hábil y resuelto manejo de batuta la joven colombiana Ana María Patiño-Osorio, ganadora de diversos premios y asistente, por ejemplo, en la Suisse Romande, de Jonathan Nott. Se entendió con los muchachos y tuvo la flexibilidad necesaria para seguir al tenor en sus libres interpretaciones, provistas de rallentandi, detenciones, aceleraciones y silencios estratégicos. Algunas de las páginas sinfónicas tuvieron cierta altura, como el Galop de Orfeo en los infiernos de Offenbach o, en particular, un desigual pero electrizante Intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez.
En la escena de I Capuleti e i Montecchi de Bellini, Flórez se sintió muy a gusto. Es una página que va como anillo al dedo a su voz. Impecable el recitativo y verdaderamente acariciador en el aria L’amo tanto, e m’è si cara. A partir de aquí casi todo lo cantado pediría una voz algo más fornida, aunque Flórez se las sabe todas y dijo, expresó y delineó con extraordinaria finura cada compás, cada frase, cada sílaba en un alarde de manejo de los reguladores verdaderamente admirable.
Hay que aplaudir, por ejemplo, las medias voces en la repetición de Bagnato il sen di lagrime de Roberto Devereux o la sentida exposición de Angelo casto e bel de Il duca d’Alba de Donizetti; o la excelente delineación, bien contrastada y adornada, con Do sobreagudo incorporado (uno de los que prodigó con suma facilidad a lo largo de la sesión) de Je veux encore entendre de Jerusalem, versión parisina de I Lombardi alla prima Crociata de Verdi. La voz, no especialmente timbrada, sin un squillo determinante, sonaba en el fulcro bien apoyada; lo que facilitó siempre su audición.
Muy bien en el tono habitual de Si bemol, no en el superior en el que se lucía Kraus, Ah, leve toi, soleil! De Roméo et Juliette de Gounod y estupendamente dicho, con delectación y sentido del humor, A mont Ida de La belle Hélêne de Offenbach. Finura y retenciones en Al mismo rey del moro de La alegría del batallón de Serrano y bien expuesta, con alegría y afectividad, la conocida Paxarín, tú que vuelas de La pícara molinera de Luna, que no cerró, como sí hacía Kraus, con un no escrito Re bemol sobreagudo.
Poca originalidad en el cierre del concierto con Granada, cantada muy libremente, con pausas, agudos y añadidos, de forma más bien almibarada. Tras los vítores, aplausos y gritos del respetable varias propinas. Como se esperaba Flórez sacó su guitarra y expuso muy lírica y dulcemente algunas canciones, como Amor de mis amores, Deja que te cuente limeña y, con orquesta, La flor de la canela. Y tras El cóndor pasa por la juvenil formación, el sorprendente cierre definitivo: un escuálido Nessun dorma de Turandot de Puccini. Inadecuado para una voz como la de Flórez.
Arturo Reverter