MADRID / Joyce DiDonato y ‘Edén’: de la promoción de una ensoñación a la propaganda
Madrid. Teatro Real. 5-VI-2023. Edén. Joyce DiDonato, mezzosoprano. Il Pomo d’Oro. Director: Maxim Emelyanychev. Obras de Ives, Portman, Mahler. Uccellini, Marini, Mysliveček, Copland, Valentini, Gluck y Haendel.
En los tiempos en que uno crecía en el mundo de la música, hace ya más de medio siglo, los artistas aprendían las obras, las rodaban y después, “si eso”, como dicen ahora, las grababan, conscientes de que la cosa quedaba para la posteridad y no era cuestión de dejar grabada “cualquier cosa”. Pero llegaron, ay, los emperadores del mercadeo, y decidieron varias cosas, ninguna especialmente buena. La primera, y madre de las demás, es que la calidad de lo grabado, en realidad, en fin y tal, daba un poco igual, porque, adecuadamente vendido, el personal tragaba las ruedas de molino como el que come caramelos. La segunda, que, si se invertía el orden de los factores, es decir, se grababa primero y se rodaba después, la cosa tenía una viabilidad comercial bien distinta, porque los conciertos pasaban de ser rodaje previo a promoción y venta de lo ya grabado.
Y, parafraseando al Génesis, vieron los genios del mercadeo que aquello funcionaba y era bueno, y dijeron “hágase como norma”. La decisión fue, poco a poco, dejando en el camino de las grandes multinacionales discográficas a grandes artistas (con alguno, como el caso de Bychkov, he tratado el tema con extensión) que se negaban, con razón, a entrar por el aro, y quedaron relegados a sellos de segundo nivel (de momento: todo puede empeorar). Su lugar fue ocupado a menudo por jóvenes emergentes con más glamour y mejor predispuestos a ese dominio del comercio. Como también se dice ahora, “esto es lo que hay”, así que, reflexiones aparte, no queda otra que aceptarlo.
Con este antecedente, uno pensaba que el recital que nos ha ofrecido la mezzo estadounidense Joyce DiDonato en el Real obedecía exactamente a ese propósito comercial, porque en 2022, lanzó un disco con el mismo título (Edén) y programa casi idéntico. Todo lo escuchado hoy, con la excepción de la Sinfonia à 5, No. 3, Op. 7 de Marco Uccellini, está incluido en el citado registro, que ofrece además el cuarto de los Wesendonck Lieder de Wagner y dos arias del Serse de Haendel. La segunda de ellas, la famosa Ombra mai fu, fue ofrecida como última propina.
El hilo conductor del recital, o del disco originario, que tanto da, lo explica DiDonato (Prairie Village, 1969) en un escrito en el folleto del disco que constituye la madre de la gira. Artículo que seguro es sentido pero, para quien esto firma, se mueve en un discurso un tanto relamido y con cierto tufo demagógico. Como muchas otras al hilo de la pandemia, se extiende DiDonato en una reflexión sobre la pandemia y la naturaleza, que deviene en el ya muy sobado y displicente desprecio a la civilización moderna, con la alusión al mundo “sin vida de cemento, cables e industria”. Ese trasfondo de ecologismo y empoderamiento está tras la afirmación de DiDonato de que “Edén es una llamada a la acción para construir un paraíso hoy”.
Con ese lema como base, lo que DiDonato propuso ayer no fue un recital, digámoslo de inmediato. Fue un show, semiescenificado, con un juego de luces que en más de una ocasión resultó molesto para quienes lo presenciábamos, y a buen seguro tampoco fue cómodo para los músicos. Una plataforma giratoria sobre la que poco a poco se construyeron unos aros que acababan enmarcando a la artista (no me pregunten por el significado de los mismos) y una entrada inesperada de DiDonato por la trasera lateral derecha del patio de butacas, para luego desplazarse por varias zonas del mismo con la primera pieza (The Unanswered Question de Ives), completaron el juego escénico para un programa que en buena parte parecía oscilar alrededor de ese canto ecologista que tan de moda está en estos momentos. Se sucedieron, sin práctica interrupción, tras la citada obra de Ives: The First Morning of the World, de Rachel Portman, Ich atmet’ einen linden Duft de los Rückert Lieder de Mahler, Sinfonia à 5, No. 3, Op. 7 de Uccellini (necesario intervalo instrumental para descansar la voz), Con le stelle in ciel che mai” from Scherzi e canzonette, Op. 5, No. 3 de Marini, Toglierò le sponde al mare” de Adamo ed Eva de Mysliveček, Nature, the gentlest mother de Copland, Sonata en sol menor “Enharmonica” de Valentini, Piante ombrose de La Calisto de Cavalli, Danza degli spettri e delle furie del Orfeo ed Eurídice de Gluck, de quien se ofreció a continuación Misera, dove son! … Ah! non son io che parlo de Ezio, As with rosy steps the morn de Theodora de Haendel, y Ich bin der Welt abhanden gekommen, de los Rückert Lieder de Mahler.
Los lectores se preguntarán, con razón, cómo casa, con esta mezcolanza, que la orquesta acompañante sea una muy justamente reputada formación historicista como Il Pomo d’Oro, por mucho que tanto sus componentes como su director, Maxim Emelyanychev, sean magníficos músicos (el ruso, además de dirigir y tocar el clave, también se marcó un estupendo solo de piccolo). Yo también me preguntaba lo mismo antes del concierto… y continúo haciéndolo después. La formación, espléndida en todas las piezas barrocas y clásicas (magnífica la sinfonía de Uccellini y vibrante, perfectamente ejecutada la Danza del Orfeo de Gluck, por poner solo dos ejemplos), se encontraba, discúlpenme, un tanto como Pilatos en el Credo en la música de los autores más modernos. La mezcla de maderas modernas con cuerdas de tripa y arcos barrocos para dos de los lieder mahlerianos o la obras de Ives, Copland o Portman… qué quieren que les diga.
DiDonato, por su parte, evidenció sus conocidas virtudes y sus no menos conocidas limitaciones. Es artista sensible, matiza con gusto y transmite con entrega y convicción. De eso no hay duda. La voz es otra cuestión. Se mueve con relativa comodidad en la zona media de la tesitura, pero tiene un paso demasiado evidente al grave, que posee poca presencia y se abre en exceso cuando se fuerza para conseguir mayor volumen. La destemplanza ocurre también en la región más aguda, sobre todo del mezzo forte en adelante, comprometiéndose la entonación en más de un momento. La estadounidense resolvió con solvencia y buen arte las piezas de menor exigencia (Ives, Portman, incluso Copland) pero las limitaciones apuntadas fueron más evidentes en algunas de las restantes, especialmente las de Mysliveček, Gluck, Cavalli y Haendel.
Hasta aquí, la parte musical del asunto. El resto se movió en parámetros de más show, muy americano. Micrófono en mano, en una mezcla de itañol e inglés, DiDonato se marcó un discurso que osciló entre la ensoñación y la propaganda ecologista, insistiendo en lo del paraíso que mencioné al principio. Explicó que en cada concierto de la gira (y este era el trigésimo) trabajaban con un coro local para hacerle partícipe del asunto. Entraron entonces los Pequeños Cantores de la JORCAM, que ofrecieron sendas canciones a tono con el discurso de DiDonato, la primera de las cuales, escrita en el Reino Unido, insistía en el mensaje “cuidado con lo que comemos, consumimos”, etc. La utilización de niños y jóvenes para la transmisión de estos mensajes no es, sin duda, casual, ni nueva.
Tras ello, DiDonato se sacó de la manga otro elemento de propaganda: el reparto de unas semillas (después de hacer mención al CD que se vendía en el hall, en el mejor estilo de Les Luthiers, que por cierto ofrecen estos días en Madrid un espectáculo divertidísimo) a la salida para que los espectadores las sembráramos en nuestras casas. Ahí lo dejo. Un éxito considerable para este recital que no fue tal. Más bien cabe definirlo como la promoción de una ensoñación que empezó discográfica y devino propaganda.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Javier del Real)