MADRID / Josep-Ramon Olivé: los albores de una buena cosecha
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 21-III-2022. XXVIII Ciclo de Lied. Josep-Ramon Olivé, barítono. Victoria Guerrero, piano. Lieder de Beethoven, Schubert, Fauré y Strauss.
Siempre hay que aplaudir que en convocatorias incluidas en ciclos de rancio abolengo, como lo es el tradicional centrado en el lied y que tiene lugar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, se dé cabida a voces jóvenes, por madurar, a artistas con medios y futuro. A cantantes, además, españoles, entre los que el género liederístico no está precisamente muy desarrollado y cuyos representantes pueden casi contarse con los dedos de una mano. De ahí que consideremos muy oportuna la presencia en esta ocasión de un casi novel como el barítono barcelonés Josep-Ramon Olivé.
A sus 34 años el cantante muestra ya un indudable nivel de madurez. La voz es la de un barítono lírico de buenas hechuras, en vías de crecimiento. El timbre no es especialmente rico ni penetrante, ni singularmente bello o caluroso. Posee un metal atractivo algo falto de brillo y canta con buen bagaje técnico, adecuado apoyo y buenos reguladores; y una clara intencionalidad fraseológica. El agudo, en el que la voz se abre y no pasa siempre del todo a la cabeza, es a veces granuloso y ligeramente engolado. Pero la flexibilidad del intérprete, la comprensión de los textos —generalmente bien pronunciados — compensan casi siempre esas limitaciones.
Enunció los seis lieder de An die ferne Geliebte de Beethoven con discreta expresividad, cantando muy líricamente, apianando con destreza, usualmente en falsete. En la parte final del segundo lied, Wo die Berge so blau, echó fuera la voz y cerró con brío. Denotamos una cierta timidez en la puesta en práctica de reguladores, de administración de colores, lo que perjudica la variedad del canto por muy bien que este se realice. Nos gustó el toque alegre y confiado del tercer lied, Leichte Seglert in den Höhen y la manera en la que se dejó ir al cierre. Matizó bien el siguiente. Se expresó adecuadamente en el quinto, y en el último, Nimm sie hin denn, diese lieder, echó por fin la voz fuera en toda su intensidad, con franqueza. Buena pronunciación del alemán.
De Schubert nos gustaron la finura expresiva, el cuidado en la exposición del tan lírico y delicado lied Sei mir gegrüsst!, el empleo de abundantes pianos, no siempre en el fulcro, en Greisengesang (bien rematado con un grave sólido), el tono concentrado de Du liebst mich nicht, en donde apreciamos ligeras desentonaciones, la unción desplegada en la exposición de Du bist die Ruh, en el que se fue al agudo en discutible falsete, y la elegancia en la delineación de Lachen und Weinen.
Desembocamos en la segunda parte con La bonne Chanson de Fauré, en donde Olivé se mostró quizá menos en su salsa, aunque los rasgos de finura sobresalieran en, por ejemplo, Une Sainte en son auréole, con una cuarte estrofa exquisita. En Puisque l’aube grandit no nos gustaron los ligeros engolamientos y algunas notas altas demasiado abiertas. Apreciamos en La lune blanche escasa variedad de registros y alguna nota aguda descolorida, lo mismo que en Avant que tu ne t’en ailles. Pero aplaudimos la delineación de Donc, ce será par un clair jour d’eté, con una última estrofa bordada en piano.
Y para cerrar, algunos lieder magistrales de Richard Strauss, empezando por Morgen!, quizá uno de los menos adecuados para la voz de Olivé; aunque lo matizó bien, quedó lejos de la exquisitez que pide su reproducción. Bien expresado Die Nacht, con una cuarta estrofa refinada, e irregular colocación de los sonidos en Wozu noch, Mádchen. Cantó de manera entusiasta Wie sollten wir geheim sie halten, aunque detectamos a veces una forma irregular de colocar las notas.
Triunfo final, que se fue amasando poco a poco y en el que tuvo mucho que ver la actuación de la pianista Victoria Guerrero, variada, atenta, matizada, pulcra, expresiva, colorista. Una gran colaboradora que ayudó lo indecible al barítono. Con él estuvo en los dos bises: la Canción del atardecer de Ricardo Lamote de Griñón, cantada y tocada con gusto y complacencia, y una inesperada Nana de Falla, quizá no muy apropiada para la voz, dicha con gusto; y relativa afinación. Pero alusiva al inmediato nacimiento de un retoño, según nos dijo el ilusionado padre.
Arturo Reverter
(Foto: Rafa Martín – CNDM)