MADRID / Jaeden Izik-Dzurko y Thomas Dausgaard deslumbran junto a la ORTVE
Madrid. Teatro Monumental. 16-III-2023. Jaeden Izik-Dzurko, piano; Orquesta Sinfónica de RTVE; Thomas Dausgaard, director. Obras de Robert Schumann y Serguéi Rachmaninov.
Lo que a uno le llama verdaderamente la atención es el apellido. También el nombre, cierto: ‘Jaeden’ proviene del hebreo, es el nombre de un personaje menor del Antiguo Testamento que ayudó a Nehemías en la reconstrucción del muro de Jerusalén. En español sería ‘Jadón’. En cuanto al apellido, Izik-Dzurko, dicen que ‘Izik’ significa ‘risa’ y que el país donde hay más personas con el apellido “Dzurko” es Chequia, seguido de Eslovaquia. En cualquier caso, se trata de un apellido minoritario, una rareza. Un hombre que se llame Jaeden Izik-Dzurko es, cuando menos, peculiar. Y así se llama un joven pianista que nació en el último año del siglo XX. Por el nombre nadie adivinaría su nacionalidad: canadiense. En algún momento, sus antepasados debieron de cruzar el Atlántico para recabar en Canadá.
Tal vez alguien pueda estar pensando que uno es un tanto superficial al fijarse en el nombre de este talentoso joven antes que en los numerosos premios —quien quiera saberlo, que indague, le será muy fácil encontrarlo en internet— que ha obtenido como pianista y hacerse eco de esos sensacionales titulares de prensa que captan nuestra atención: “Nace una nueva estrella del piano”, “Fulanito de Tal se impone en la final del concurso…”, “Flamante ganador del concurso…”, etc. Disculpen si a uno le interesa más quién hay detrás del nombre de este pianista que saber cuántos premios ha recibido. ¿Quiénes son sus padres? ¿Quién lo ha apoyado en sus estudios? ¿Quién lo acompaña en su carrera artística? ¿Lo ha logrado todo él solito? A esas preguntas tuvo uno oportunidad de darle respuesta hablando con el pianista en el descanso del ensayo general que atrajo a numeroso público al Teatro Monumental. Jaeden Izik-Dzurko nació y creció en Canadá, Los Izik huyeron de Hungría durante la Revolución de 1956. Los Dzurko provenían de Ucrania. Los padres de Jaeden son también músicos, ambos pianistas, y son ellos las personas que lo han apoyado en todo momento. Punto y aparte.
A ojo de buen cubero, anoche no llegaría a media entrada el público que se congregó en el Teatro Monumental. Una lástima, porque el concierto fue espectacular, de lo mejorcito que he escuchado de esta orquesta en muchos años. Contrasta esto, sin embargo, con la gran cantidad de público, mayor y joven, que había acudido al ensayo general por la mañana. Quienes deseen ver y escuchar un concierto de esos que dejan el listón altísimo, hoy por la tarde tienen otra oportunidad en el Teatro Monumental o a través de La2. ¡Qué les va a decir uno! ¡Acudan al Monumental! No hay nada como la música en directo… y la ocasión la pintan calva: una orquesta en plena forma, un pianista extraordinario y un magnífico y veterano director. En el programa, dos obras —separadas entre sí por más de sesenta años— de dos compositores bien distintos, aunque unidos por el romanticismo: el Concierto para piano y orquesta en La menor op. 54 de Robert Schumann (1810-1856) y la Sinfonía n.º 2 en Mi menor op. 27 de Sergei Rachmaninov.
El Concierto para piano de Schumann es uno de los más interpretados y grabados del repertorio, así que uno no les va a desvelar nada nuevo que no sepan ya o puedan averiguar a poco que les pique la curiosidad. La interpretación de Jaeden Izik-Dzurko fue de grandísima finura melódica y magnífico dominio técnico. Su interpretación estuvo realzada por un excelente acompañamiento de la orquesta, magníficamente dirigida por el danés Thomas Dausgaard, uno de los mayores especialistas mundiales en el romanticismo central (ahí están sus aclamadas grabaciones en BIS para corroborarlo), quien a trabajado a fondo con la ORTVE durante toda esta semana. Uno tuvo oportunidad de comprobarlo en el ensayo general. Se trata de un director meticuloso que escucha a los solistas y sabe otorgarles protagonismo. Eso fue exactamente lo que hizo con el pianista Izik-Dzurko. Y, por cierto, olvídense de que este intérprete apenas tenga 24 años. Cuando uno lo ve y sobre todo lo escucha tocar, su seguridad, su pose y el poderío de sus manos se antojan plenamente maduras. Juzguémosle pues por cómo toca, no por su edad ni por los premios que ha ganado. Su musicalidad quedó especialmente patente en las cadencias del primer movimiento y del tercero; su gran expresividad, en el segundo. En todo momento arropado por Dausgaard, quien lo escuchaba atentamente para sacar lo mejor del acompañamiento orquestal y lograr unos bellísimos diálogos entre el piano y la orquesta. Destacamos igualmente la interpretación del oboe solista, Francisco Javier Sancho. El público agradeció la soberbia interpretación de pianista y orquesta con un gran aplauso al que Izik-Dzurko correspondió con una hermosísima propina, por si había quedado alguna duda de su musicalidad y gran finura pianística: el aria de la Sonata n.º 1 en Fa sostenido menor para piano de Schumann. ¡Exquisita!
Tras el descanso llegó la Sinfonía n.º 2 de Rachmaninov, compuesta entre 1906 y 1907. Se trata, como es bien sabido, de una partitura larga y exigente, que llega a durar casi una hora cuando se interpreta sin cortes, que es precisamente el modo en que la abordaron Dausgaard y la ORTVE. Quienes brindaron una lectura sobresaliente, espectacular. Thomas Dausgaard sacó lo mejor de la orquesta: grandes contrastes, un dinamismo potente, un lirismo exquisito. El danés supo mantener la coherencia de principio a fin a lo largo de los cuatro movimientos, logrando que todas las voces se oyeran (impresionante la sección de violas). Estupendas fueron también las intervenciones del concertino Miguel Borrego. A uno le consta el gran trabajo que ha hecho la orquesta durante los ensayos. El resultado fue espectacular. El público lo reconoció con una gran ovación a la orquesta y al director.
Michael Thallium