MADRID / Ismael Campanero eleva el violone al olimpo de los instrumentos
Madrid. Fundación Juan March. 3-XII-2023. Ismael Campanero, violone; Miriam Hontana y Sonia Benavent, violines; Íñigo Aranzasti, viola; Ramiro Morales, archilaúd y guitarra barroca; Daniel Oyarzábal, clave y órgano. Obras de Eccles, Vitali, Bach, Kapsberger y Vivaldi.
Aunque el término violone se utilizaba con mucha laxitud, en los siglos XVI y XVII generalmente designaba un instrumento de la familia de la viola da gamba, pero de tamaño mayor, en algunos casos similar al contrabajo, si bien en esos siglos la estandarización actual de los instrumentos de cuerda estaba fuera de lugar y el tamaño de los mismos era muy variable. Sus características lo hacían idóneo para desempeñar el papel de bajo continuo y a ese cometido quedó tradicionalmente relegado.
Ismael Campanero parece empeñado en sacar al instrumento de ese corsé y en demostrar que puede funcionar como instrumento solista y les puedo asegurar que a los asistentes del concierto nos convenció plenamente. Como el violone apenas dispone de un repertorio propio, para conformar el programa Campanero ha realizado una serie de transcripciones de obras para otros instrumentos. El recital constaba de dos partes: en la primera exploró las posibilidades expresivas del instrumento desde una perspectiva más intimista y en la segunda desarrolló todo su potencial virtuosístico.
El concierto comenzó con el Aria nº 5 de la música incidental que John Eccles compuso para The mad lover, obra del dramaturgo inglés John Fletcher. Para evitar ser reiterativo, no me extenderé sobre las bondades de este maravilloso ground; simplemente les diré que de las tres veces que he tenido la oportunidad de escuchar a Ismael Campanero interpretarla, esta ha sido la más emocionante, quizás por el efecto del archilaúd de Ramiro Morales que le sienta estupendamente a esta obra ‒señores programadores, no sean cicateros, necesitamos cuerda pulsada en los conciertos de música barroca‒, quizás porque Ismael Campanero estaba en estado de gracia y la tocó mejor que nunca.
La Partita sopra diverse sonate per il violone de Giovanni Battista Vitali, de la que se interpretó una selección, fue la única obra del concierto que se compuso para este instrumento ‒si bien muchas veces se interpreta con otros como el violonchelo‒. Quizás por ello se vio a Campanero muy cómodo, con un arco ágil, recreándose en las variaciones, muy bien acompañado por Ramiro Morales en el Passa Galli y la Bergamasca, y logrando en algunos momentos una atmósfera muy intimista.
Un saltó en el tiempo nos llevó la Allemande de la Partita nº 2 en re menor para violín de Bach, que Campanero interpretó con una hondura y un sentido del tempo al alcance de muy pocos intérpretes. Siguió el bloque dedicado al cantor de Leipzig con las transcripciones de cuatro de sus invenciones (las nº 1, 2, 4 y 10) en las que Campanero, Daniel Oyarzábal al clave y Ramiro Morales consiguieron momentos realmente deliciosos.
Los mismos intérpretes ejecutaron con una libertad y unas ganas de pasárselo bien realmente contagiosas el Colascione del Libro IV d’intavolatura di chitarrone de Kapsberger, pieza que habitualmente se toca a la tiorba y que fue arreglada de forma casi jazzistica por Campanero.
Vivaldi fue el compositor que monopolizó el resto del concierto. Para interpretar sus obras, Campanero contó, además de los mencionados Oyarzábal y Morales, con las violinistas Miriam Hontana y Sonia Benavent y el viola Íñigo Aranzasti ‒a quien tuvimos la oportunidad de ver unos días antes acompañando a Jaroussky con Le Concert de La Loge‒, todos ellos integrantes o colaboradores habituales del grupo OBNI (Objeto Barroco no Identificado). Comenzó este bloque con una adaptación para violone del Concierto para violín en Sol menor, RV 322, una obra conservada sólo parcialmente y reconstruida por Olivier Fourés; es decir, que lo que se interpretó fue una adaptación o transcripción para otro instrumento de una reconstrucción. Sea como fuere, el resultado tiene un inequívoco aire vivaldiano y Campanero demuestra que es un músico muy polifacético, con un gran conocimiento del estilo del Prete rosso.
Campanero “se tomó un descanso” (palabras propias) en el precioso Allegro del Concierto para cuerda en Sol menor, RV 157, contribuyendo aquí tan sólo al continuo de esta inspiradísima obra.
Volvió a ser protagonista en una nueva transcipción propia de otro concierto vivaldiano, en este caso para fagot, el RV 495 en Sol menor. Es difícil transmitir el virtuosismo del que hizo gala en este concierto Campanero, con un despliegue de recursos técnicos asombroso, hasta el punto de que por momentos nos hizo olvidar que estaba tocando un instrumento tan voluminoso como un violone. Un virtuosismo que no sacrifica la afinación ni la calidad del sonido en ningún momento. Campanero es un músico con una técnica y una sensibilidad fuera de lo normal, tiene una agilidad asombrosa y al mismo tiempo es capaz de hacer cantar un instrumento que no está llamado a ello. Podemos decir que rompe las barreras de su instrumento, algo al alcance sólo de los grandes músicos.
Como propina, interpretó de forma vibrante otra transcripción vivaldiana, el allegro final del Concierto para violonchelo en La menor RV 419.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Alfredo Casasola / Archivo Fundación Juan March)