MADRID / Intercambio: Hakhnazaryan y Mena, con la OBC en Madrid

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 28-X-2022. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC). Narek Hakhnazaryan, violonchelo. Director: Juanjo Mena. Obras de Gerhard, Shostakovich y Nielsen.
Dentro del programa de intercambio entre la ONE y la OBC, recuperado ahora tras el parón pandémico, la formación catalana visitaba el auditorio madrileño mientras la ONE hacía lo propio en Barcelona con su titular, David Afkham, y el pianista coreano Seong-Jin Cho, con el mismo programa escuchado la semana pasada en la capital, aunque cambiando el Tercer concierto de Rachmaninov por otro tercero, el de Beethoven.
La OBC, que se presentaba en esta ocasión bajo la dirección del vitoriano Juanjo Mena, bien conocido del público madrileño y visitante habitual de la ONE (volverá esta misma temporada, en el sinfónico 13, en febrero de 2023), traía un programa no frecuente. No podía faltar en él la difusión del patrimonio musical catalán, que en esta ocasión llegó de la mano de las Danzas de Don Quixote de Roberto Gerhard, obra de 1940-41 en la que el catalán evidenció su maestría evocadora con una libre y sabia utilización de la técnica serial, pero también con la hábil utilización del material de raíces populares, desde la Marxa de gigants procedente de su pueblo natal, Valls, hasta el gracejo de la seguidilla en la Danza de los muleteros.
Aunque es de las obras concertantes más populares del repertorio moderno para violonchelo, tampoco es que el Primer concierto de Shostakovich sea plato de todos los días. Escrito en 1959, dedicado a su amigo Rostropovich y con un rastro de inspiración en la Sinfonía concertante de Prokofiev, que el compositor admiraba, la partitura respira esa combinación singular de amargura con expresión sardónica tan propia de su autor, para llevarnos después a la elegía ominosa del segundo movimiento, la temible cadencia del solista que ocupa íntegramente el tercer tiempo y el arrollador, frenético tiempo final, en el que la acidez se hace más evidente.
Y mucho menos habitual es aún la Cuarta sinfonía del danés Carl Nielsen, que se escucha más que raramente por estas latitudes. Obra nacida en pleno desgarro de la Primera Guerra Mundial (1914-16), es partitura abigarrada y compleja, que discurre en cuatro movimientos sin solución de continuidad, pero sometida a continuos y a menudo abruptos contrastes. Decía Nielsen que el subtítulo Inextinguible se refería al “inagotable y elemental deseo de vivir.” Y, en efecto, la música cambia continuamente entre ese aliento vital y la tormenta desgarrada de la debacle bélica. Lo hace cambiando atmósfera, ritmos y tempo de manera casi continua, en una alternancia que tiene algo de anhelo y también de opresión angustiosa. La ambiciosa orquestación y el espectacular combate de los dos grupos de timbales, en ambos extremos del escenario, que presiden el movimiento final, completan un retrato a la vez vital y desgarrado.
Gobernó con mando firme y claro el maestro vitoriano toda la sesión, con adecuado colorido y expresión las Danzas de Gerhard, y con incisivo acento y dibujo rítmico el acompañamiento, preciso y cuidado, del Concierto de Shostakovich. Asumió en este la labor solista el violonchelista armenio Narek Hakhnazaryan (Ereván, 1988), ganador del concurso Chaikovski en el año 2011. Lo hizo de forma extraordinaria. Hakhnazaryan posee un sonido cálido, suficientemente poderoso en el fortíssimo y de una envidiable corporeidad en la delgadísima levedad de unos pianissimi apenas susurrados. Más aún, su discurso musical es de una solidez irreprochable, y aunque brilló de forma sobresaliente en todo el concierto, hay que destacar una formidable lectura de la temible cadencia que ocupa íntegramente el tercer movimiento. Ovacionado generosa y merecidamente, regaló una hermosa canción popular armenia cuyo título no llegué a escuchar (los aplausos precipitados lo impidieron).
En la segunda parte, Mena consiguió una notable lectura de la compleja Inextinguible, ayudado por su mando preciso en el comprometido, por cambiante, dibujo rítmico y de tempo. Consiguió transmitir con acierto esa alternancia comentada anteriormente, y construyó con eficacia el demoledor tramo final. La OBC le respondió con entrega y plausible, aunque no constante, cohesión. Brillaron especialmente los solistas de madera (clarinete, oboe, flauta, fagot), así como el violonchelo solista, los dos timbaleros (espectaculares en la obra de Nielsen) y también el pianista en la obra de Gerhard. Bien, asimismo, la sección de metales. El solitario (único instrumentista de metal en la partitura) solista de trompa en el Concierto de Shostakovich solventó con razonable suficiencia la más que comprometida partitura que le dedico a su instrumento el compositor. Algo parecido puede decirse de la cuerda, competente aunque ocasionalmente sin el empaste idóneo en la muy exigente y comprometida escritura de Nielsen.
Un notable concierto de un intercambio siempre enriquecedor y bienvenido. Más aún cuando se escucha música no especialmente habitual pero de altísimo interés y gran belleza.
Rafael Ortega Basagoiti
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