MADRID / Impactante Kopatchinskaja en el inicio de Ibermúsica
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 24-X-2023. Ibermúsica. London Symphony Orchestra. Director: Sir Antonio Pappano. Solista: Patricia Kopatchinskaja, violín. Obras de Bartók, Say y Beethoven.
Inauguración de la temporada 23-24 de Ibermúsica por todo lo alto, con una de las mejores orquestas europeas, la London Symphony, aunque la excelente orquesta británica, como otras de ese país, vive tiempos convulsos, con polémicas derivadas del Brexit, los recortes del Arts Council y, en el caso de la Sinfónica, una promesa de nueva sede que se hizo al anterior titular (el denostado Gergiev) y no se cumplió, y que se reiteró al más reciente (Rattle) sin que tampoco se materializara. El retorno de Rattle desde Berlín prometía tiempos de esplendor, que quedaron frustrados cuando su permanencia en la titularidad duró literalmente un suspiro. Muchos quedaron devastados por la noticia de que Rattle abandonaba la Sinfónica londinense para hacerse cargo del podio de Baviera tras la muerte de Jansons, como me confesaba recientemente un personaje relevante de la vida musical británica. Entre las posibles razones de su inesperada vuelta a Alemania, se me mencionaron las citadas antes, léase Brexit, recortes y promesas no cumplidas. La inquietud por la partida de Rattle precipitó tal vez la decisión (o quizá solo su anuncio) de incorporar a Sir Antonio Pappano, anterior titular de la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia de Roma (en cuya calidad nos visitó, en este mismo ciclo, el pasado año), como nuevo responsable. Pappano volvía a Madrid por tanto como titular “designado” de la Sinfónica londinense (se incorporará como tal en septiembre del próximo año).
El primero de los programas presentados por la orquesta británica en esta nueva visita era una combinación de una obra no especialmente habitual (Divertimento para cuerdas de Bartók), una conocidísima sinfonía (Séptima de Beethoven) y un concierto infrecuente, que no sé si se ha llegado a escuchar anteriormente en Madrid: el escrito para violín y estrenado en 2007 (encargo de la sinfónica de Lucerna para la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que lo interpretó también esta vez), subtitulado Mil y una noches en el harén, del pianista y compositor turco Fazil Say (1970) que por cierto está estos días envuelto en una polémica (cancelaciones incluidas) por sus acusaciones de genocidio hacia el estado de Israel.
La obra de Say, en una estética naturalmente diversa, sigue la idea de Rimski de hacer del violín el vehículo para la principal narradora de Las mil y unas noches, Scheherazade. Como bien señala Pablo L. Rodríguez en sus pertinentes notas, la música de Say “pretende evocar lo épico y erótico de la música palaciega árabe”. Y sin duda lo consigue, debo añadir tras escuchar la obra. Lo hace, además, desde una música que, sin huir de lo exótico, ni de (de nuevo palabras acertadas de Pablo L. Rodríguez) “sensuales sonoridades orientales”, que incluye no sólo toda suerte de recursos en el propio violín solista, sino también en el uso de varios instrumentos de percusión turcos, como el kudüm y el carillón de viento, además de la marimba, el vibráfono, la celesta y el arpa, evidencia una más que interesante construcción, que se escucha con extremo agrado, tanto en los extremos más furibundos (Allegro assai) como en los más líricos (el muy bello motivo que encabeza el último tiempo).
Kopatchinskaka (Chisináu, 1977) es una violinista bien dominadora de los recursos de su instrumento y de una personalidad arrolladora. Lució ambas características en generoso derroche. Brilló el sonido por presencia y variedad, con un arco ágil y variado, con agilidad felina en la articulación y trepidante fuoco en el mencionado Allegro assai, pero también con sutiles colores (delicadísimos los del tramo final del andantino) y bellos matices. Precisa, imaginativa, implicada en un concierto que sin duda vive a fondo, la suya fue una recreación espléndida en ejecución e interpretación, más allá de que, siendo un rasgo de su personalidad (y uno que tiene, para muchos, su encanto), su teatral gestualidad pueda resultar algo excesiva para algunos, quien esto firma entre ellos. En todo caso, es un matiz menor. Suyo fue, y con total merecimiento, el éxito de la velada, porque el público acogió con lógico entusiasmo lo escuchado.
Habló por primera vez la georgiana, sin que quien suscribe, desde arriba, alcanzara a escuchar lo que dijo. Y regaló una primera propina: dos dúos para dos violines (con el concertino Andrej Power), los números 36 (Bagpipes) y 43 (Pizzicato) de Bartók. Nuevo breve (e inaudible) parlamento, y una segunda propina, esta vez solo con Kopatchinskaja como protagonista: la breve pieza titulada Crin, del compositor de origen caribeño-chino Jorge Sánchez-Chiong (Caracas, 1969). Pieza, digamos, un tanto exótica, con todo tipo de vocalizaciones, pequeños gritos y ruidos de diversa índole emitidos por la violinista. Despertó alguna que otra risa y se recibió con simpatía. Agradezco al inestimable equipo de Ibermúsica la ayuda para identificar esta pieza, que al firmante no se le alcanzaba.
La Sinfónica de Londres, que acompañó con tino y una excelente sección de percusión (especial mención para el que manejó alguno de los instrumentos turcos, situado junto al podio del director) el Concierto de Say, había ofrecido antes un Divertimento de Bartók de general corrección, pero dejando la sensación de que algún ensayo más hubiera ajustado más el empaste (más de un ataque no dio la medida de precisión esperable) en una interpretación de buenos contrastes, con acertado desempeño de los atriles solistas de violines, viola y chelo (la solista de chelos especialmente afortunada en el pasaje Grazioso, scherzando del tiempo final), pero en la que no siempre se ajustaron bien los planos sonoros. Pappano construyó su interpretación de forma plausible, aunque sin especial encanto ni intensidad, con los mejores momentos en el inicio del segundo movimiento, el bien construido crescendo sobre el inicio de la sección Molto sostenuto de éste, y el buen impulso rítmico del tercero.
En la Séptima de Beethoven, Pappano optó por un par de decisiones de esas que acercan a lo históricamente informado: limitación (casi ausencia) de vibrato en la cuerda, y contundencia (excesiva en demasiadas ocasiones) del timbal con baquetas duras. Tempi de ligereza habitual, pero interpretación que dejó la sensación de trazo grueso, con una cuerda que pareció con empaque más corto que en otras ocasiones, y con algunas secciones (violines II, cuerda grave en el ostinato del tramo final del último tiempo) de las que se hubiera agradecido mayor presencia, especialmente en los desarrollos de los movimientos extremos. Excelente madera y notable metal, aunque las trompas mostraron cierta aspereza en algún momento. La música de Beethoven, a nada que se traduzca con corrección, siempre logra transmitir intensidad y energía (y Pappano posee, qué duda cabe, ambas), y lo hizo también en esta ocasión, pero a uno le queda la sensación de que, con estos mimbres, puede y debe esperarse un resultado mejor que el simplemente correcto escuchado ayer. El éxito fue grande, y Pappano, siempre atento, cercano y generoso, regaló una excelente, muy bien dibujada interpretación de la Pavana de Gabriel Fauré. Pero la velada, si somos sinceros, era de Kopatchinskaja.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín/Ibermúsica)