MADRID / ‘Il turco in Italia’ en el Teatro Real: un Rossini experimental

Madrid. Teatro Real. 31-V-2023. Sara Blanch (Fiorilla), Alex Esposito (Selim), Florian Sempey (Prosdocimo), Edgardo Rocha (Don Narciso), Misha Kirian (Don Geronio),Paola Gardina (Zaida), Pablo García-López (Albazar). Director: Giacomo Sagripanti. Director de escena: Laurent Pelly. Rossini: Il turco in Italia.
Entre las tantas innovaciones rossinianas, El turco en Italia es un experimento sobre la naturaleza de la ficción. En materia teatral, la que patentizó Pirandello en el siglo XX, poniendo la ficción en el lugar de la realidad y la realidad en el espacio ficticio de la escena. Lo había hecho Cervantes en su momento, cuando Don Quijote dice que leyó la historia de Don Quijote, de modo que el personaje sale de la ficción y cobra la realidad del lector, que se convierte a su vez en un personaje más del texto.
El libreto de Felice Romani para El turco en Italia juega con esta dualidad. Es la historia de un escritor teatral que, falto de materia, se mete en la vida de los personajes, averigua, interfiere y participa, de modo que el relato así configurado se convierte en la ópera que estamos viendo. Este punto de partida conceptual es el que animó la puesta de Laurent Pelly para el Real madrileño. De tal modo, todos los elementos escénicos se mostraron como tales, yendo y viniendo entre marcos y paneles que bajaban del telar o surgían de las quintas, con figuras de un mundo muy fechado: las fotonovelas de los años cincuenta. Son las que lee la protagonista, las que alimentan su fantasía erótica y, por fin, abren espacio para que el poeta Prodoscimo resuelva su juego. La transferencia de épocas resulta pertinente porque Rossini es así de rico, sugestivo y liberal. Los actores ponen y quitan los elementos de la puesta, como escaleras portátiles, sillas y reposeras, demostrando que estamos ante una work in progress. Desde luego, se contó con los medios de la suntuosa logística del Real, los diseños de Chantal Thomas y la iluminación de Joël Adam.
Por su parejo nivel y brillo constante, lo musical de la noche cumplió su complejo cometido, dada la extensión del reparto y las exigencias de la vocalidad rossiniana. Todo el mundo cantó con propiedad y actuó conforme las complejas exigencias de Pelly en cuanto a la composición de los personajes, sus someros pasos de bailes y las actitudes mímicas correspondientes. Sobre el tablado hubo un equipo sin cuyo espíritu colectivo y estricta disciplina no se habría desovillado la comedia.
Componente fundamental fue la conducción de la orquesta a cargo de Giacomo Sagripanti: divertido, colorido, sentimental a veces, siempre y con una sutil tensión que acompañó al frenético acontecer de la escena. Protagonista muy empeñada y eficaz fue Sara Blanch, una soubrette de carácter como la pide Rossini, de espléndido registro agudo, que dio la figura apetitosa, pulposa y dotada con una suerte de glamour de barrio que Pelly le otorgó. Lo visto y oído fue un espectáculo por sí mismo. Brillante y convincente resultó el Prodoscimo de Florian Sempey, un rossiniano sólido y reconocible. Alex Exposito dio a Selim todo el ejemplar comportamiento de voz, presencia y desenvoltura. Don Geronio encarnó en Misha Kina toda su doliente comicidad, en tanto su contrapartida fue el galán de la tropa, el tenor Edgardo Rocha, dechado de vocalidad lírica de gracia, estilo, línea y desenvoltura. Paola Gardina probó que no hay papeles secundarios para la excelencia como Zaida, lo mismo que Pablo García López en Albazar. Elogiar al coro preparado por Andrés Máspero es un lugar común pero también un acto de justicia.
Blas Matamoro
(foto: Javier del Real)