MADRID / Il Gardellino vuela a Dresde

Madrid. Auditorio Nacional. 11-III-2021. Ciclo Universo Barroco. Il Gardellino. Director y oboe: Marcel Ponseele. Obras de Heinichen, Zelenka, Vivaldi, Fasch, Hasse y Pisendel.
Qué melómano no ha tenido alguna vez la fantasía de viajar en el tiempo y poder asistir a algún acontecimiento musical pretérito de auténtica relevancia. Mi sueño ucrónico siempre ha sido presenciar una velada concertística en la corte de Sajonia durante la primera mitad del siglo XVIII, con la Orquesta de Dresde dirigida desde el violín por el español Juan Bautista Volumier o por su sucesor en el cargo, el bávaro Johann Georg Pisendel. Pero, como decía el calderoniano príncipe Segismundo, “los sueños, sueños son”, así que lo más parecido a la Orquesta de Dresde (la mejor de su tiempo, con gran diferencia sobre cualquier otra) que tendré ocasión de ver y escuchar en mi vida fue lo que anoche acaeció en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música: una orquesta barroca con veinte músicos. ¡Ni que estuviéramos en los años 80 del pasado siglo! Ahora, que todo o casi todo se toca a parte real, contemplar una orquesta tan numerosa emociona. Cómo sería la cosa que, con eso de la separación interpersonal anti-Covid, los músicos casi no cabían en el escenario.
La agrupación belga Il Gardellino, que llegaba a Madrid después de haber tocado los días previos en Oviedo y León, fue fundada por Marcel Ponseele (seguramente, el oboísta más notas de Bach ha soplado en la historia) en 1988, aunque ahora en realidad es una especie de fusión entre ella misma e Il Fondamento, también belga, creada en 1989 por otro oboísta, Paul Dombrecht. Il Fondamento se vio abocada a su desaparición hace unos meses, cuando el gobierno de Bélgica le cortó el grifo de las subvenciones después de un desfalquillo de nada perpetrado por el que era su gerente (en todas partes cuecen habas). El programa no podía ser más atractivo: obras de compositores que trabajaron en la Orquesta de Dresde (Johann David Heinichen, Jan Dismas Zelenka, Johann Adolf Hasse o el propio Pisendel) o que escribieron por encargo de esta (Johann Friedrich Fasch, desde la cercana Zerbst, o Antonio Vivaldi, desde la lejana Venecia). Alguno podrá pensar que se trata de músicos alemanes de segunda categoría, comparados con esa primera categoría en la que estaría Bach. Pero es que Bach no era de primera categoría, sino de categoría especial, por lo que estos ‘segundones’ germanos eran en realidad tan buenos o mejores que muchos músicos italianos o franceses de primera categoría.
La música respondió a las expectativas. Y la interpretación respondió también, aunque, en mi opinión, solo en parte. Me explico: cuando toca Il Gardellino, todo está en su sitio, todo es mesurado, nada desentona… Pero con esta orquesta, como me sucede con la mayor parte de orquestas de Bélgica y Holanda, tengo siempre la sensación de que va con el freno de mano echado. Si hay una música que invite al desmelenamiento y al descoque, esa es la del Barroco. La esencia del Barroco es el contraste. Por muy bien que toques, si no aparece el claroscuro, falta sustancia. Quién esté acostumbrado a escuchar a formaciones italianas, francesas o españolas especializadas en esta música, saben bien a lo que me refiero.
El programa empezaba con el Concierto en Fa mayor S 234 de Heinichen. Comparado con la lectura que de él hizo la llorada Musica Antiqua Köln en su grabación para Archiv de 1993 (hay un antes y un después de ella en la historia del movimiento historicista), la versión de Ponseele y sus huestes tuvo poco de sápida. Lo mismo ocurrió con su Pisendel (sendos movimientos iniciales de los Concerti grossi nº 2 y 4) comparado con el Pisendel de la Freiburger Barockorchester. O el vivaldiano Concierto para violín, violonchelo, dos oboes, fagot y dos trompas en Fa mayor, “Per l’orchestra di Dresda”, RV 569 si tomamos como molde el de la mencionada Freiburger Barockorchester o el de Les Ambassadeurs. Sí, de acuerdo, no deja más que ser una opinión subjetiva, pero considero que una música tan marchosa como esta necesita que le metan caña. Mucha caña. Y anoche no hubo más que la justa por parte de Il Gardellino.
Sí hubo, que quede constancia, cosas realmente excelentes. Por ejemplo, el buen hacer de la concertino, Joanna Huszcza. O las dos fantásticas trompas de Bart Aerbeydt y Johan Vanneste (con alguna pequeña, e inevitable, desafinación al principio). O el buen gusto del que siempre hacen gala Jan de Winne y su traverso (magnífico el Concierto para flauta en Si menor de Hasse). O ese prodigio del fagot que es Eyal Streett, hierosolimitano con residencia en Madrid, y titular, junto al alicantino Javier Zafra, de la Freiburger Barockorchester. Lo mejor de la noche fue, sin duda, una impecable versión del Concierto para dos flautas y dos oboes en Re menor de Fasch. Tan bien les quedó, que uno de sus Allegro se empleó como propina para satisfacer el comedido fervor de la concurrencia.
Eduardo Torrico