MADRID / Igor Levit: libertad y extremos
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 13-XII-2022. XXVII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Igor Levit, piano. Obras de Brahms-Busoni, Hersch, Wagner-Kocsis y Liszt.
Cuando en el final de la primavera del pasado año visitó el pianista ruso naturalizado alemán Igor Levit (Nizhni Nóvgorod, 1987) el ciclo de Grandes Intérpretes, intenté describir con detalle los modos y personalidad de este pianista mediático, de fuerte implicación política y libérrima concepción artística. En la reseña correspondiente de aquel concierto pueden encontrar los lectores las consideraciones correspondientes, que no reiteraré ahora con detalle.
El programa, que Levit está interpretando en distintas ciudades (lo hizo en Londres en septiembre), se abría con una obra no frecuentada de Brahms: el arreglo pianístico de Busoni de seis (los números 4, 5 y 8 a 11) de los once Preludios Corales para órgano que el compositor de Hamburgo firmara en 1896, apenas un año antes de su muerte. La primera parte se completaba con las Variaciones sobre una canción popular del estadounidense Fred Hersch (Cincinatti, 1955), músico bien conocido en el género de jazz. Veinte variaciones construidas sobre la canción Shenandoah, que se estrenaban en España y discurren por sendas diversas, desde las más clásicas a las más cercanas al jazz, con buen protagonismo (en alguna variación de hecho exclusivo) de la mano izquierda. A quien esto firma le resultaron de escucha generalmente grata, aunque tampoco se trata de una música a la que uno se sienta tentado de regresar con frecuencia.
La segunda parte se iniciaba con una de las obras incluidas en su último disco: la transcripción que el pianista húngaro Zoltán Kocsis hizo del Preludio del Tristan e Isolda wagneriano. Comenté, en la reseña de este disco que se publicará próximamente en SCHERZO, que creo honestamente que esa transcripción… no funciona. De hecho, creo que es significativo que Liszt, que sabía un poco de la materia y llevó al teclado bastantes músicas wagnerianas, evitó, llegado el Tristán, transcribir el Preludio, y prefirió centrarse en la Muerte de Isolda. La razón bien pudiera ser que el Preludio, especialmente en su parte inicial, se basa en una expansión casi extática, muy centrada en valores largos, que reclaman su sustentación por instrumentos melódicos como los de cuerda frotada.
En el piano, las notas comienzan su desvanecimiento inmediatamente después de pulsar la tecla, y por mucha habilidad que el pianista tenga, la cosa dura lo que dura: unos pocos segundos, y menos aún si la ejecución es en piano. Para evitar que la música ‘se caiga’ no hay otra que acelerar el tempo, pero en ese momento esa maravilla de éxtasis wagneriano que es el Preludio del Tristán pierde la misma esencia de su atmósfera. No es culpa, faltaría más, de Wagner, ni de Kocsis (cuya transcripción es todo lo excelente que puede ser). Tampoco de Levit, que la recrea con excelencia. Es, simplemente, uno de esos casos de música que no funciona en el piano. El programa se completaba con la gran Sonata de Liszt, partitura magistral y sobradamente conocida sobre la que no parece necesario comentario alguno.
Levit, como ya comenté con detalle en la reseña antes citada, es un pianista nada convencional, de libérrima concepción, y de medios, desde luego, más que sobrados. Reiteró ayer todas esas características. Informal en su presencia escénica, con un Ipad en el atril en la primera parte (y sin pedal bluetooth, lo que ocasionó alguna pausa mayor en algún paso de página, dado que estos los tenía que pulsar él mismo), el ruso-alemán desgranó con exquisito matiz, claridad polifónica y adecuado dibujo del canto los Preludios-corales brahmsianos llevados al piano con sabiduría por Busoni. La música sonó con solemnidad, grandeza y riqueza de expresión. El Levit más libre y extremo asomó en un comienzo de casi sorprendente contundencia en el op. 122 nº 9 (cuarto de los ofrecidos ayer), con un ff no prescrito que más bien parecía obedecer a una interpretación personal y bastante literal de la segunda parte de la indicación Moderato deciso. En conjunto, no obstante, sobresaliente interpretación, probablemente la más redonda de la tarde.
Levit es un convencido apóstol de la música de Hersch, y la defendió con pasión, variada sonoridad y fina sensibilidad, aunque alguna gestualidad (muy notablemente la de una mano derecha que, cuando no está sobre las teclas, parece en exceso teatral) podría omitirse sin que la esencia musical se viera mermada.
Con igual convicción y sensibilidad afrontó el mencionado Preludio de Tristán, aunque ya comenté anteriormente que estamos ante un caso en el que… la cosa simplemente no funciona en el piano, sin que ello sea culpa del compositor, ni del transcriptor, ni del pianista. Si algo funcionó en ese Preludio es la conexión inmediata que Levit realizó con la Sonata lisztiana. La transcripción de Kocsis finaliza sobre el sol del registro grave del piano, y la Sonata comienza justo con las mismas notas. Levit ejecutó ambas obras sin solución de continuidad, brindando una unidad singular al concepto que sin duda tiene su atractivo.
Lo que siguió fue un trasunto de los modos y personalidad de Levit, que quizá puede resumirse en el titular de esta reseña: la libertad de los extremos. Inicio lentísimo, estático, misterioso, susurrado, con el énfasis en el sotto voce más que en el matiz piano demandado por Liszt, y luego visiones con frecuencia extremas en matices e inflexiones. Poderosísimas octavas, pedal a menudo generoso (especialmente teniendo en cuenta, en el otro extremo, la concepción bastante rápida de la indicación allegro) y un verdadero volcán de pasión en pasajes como el marcado por Liszt “grandioso”. Exquisito el canto en el pasaje dolce siguiente, y muy bello el del Andante sostenuto, con finísimo toque leggiero sobre la indicación lisztiana dolcissimo con intimo sentimento.
Tuvo claridad y energía, incluso musculada contundencia en muchos momentos, la fuga (allegro energico). El tempo de partida pareció vivo, pero se aceleró quizá demasiado en el più mosso, de forma que no quedaba mucho lugar para acelerar más, aunque Liszt guardaba aún mayores demandas poco después (stringendo, precipitato, stretta quasi presto, stringendo molto, presto), que quizá hubieran admitido una más ancha gradación. Levit las llevó también a su extremo, pero en el alto voltaje se perdió también algo de claridad, sin que ello impida reflejar el asombro ante las vertiginosas octavas desplegadas en el último pasaje. En el otro extremo, Levit retornó a la calmada morosidad del inicio para cerrar el círculo mágico de esta obra excepcional con el recuerdo al ominoso misterio del comienzo.
El éxito fue grande, pero Levit apenas concedió una propina, también planteada de forma libérrima: Habla el poeta, de las Escenas de niños de Schumann. Lo dicho, Levit es la libertad expresada en extremos. Aunque pueda haber cierta fascinación en esa faceta, se podrá decir que también existen los puntos intermedios. Y hay también, qué duda cabe, razón en ello.
Rafael Ortega Basagoiti