MADRID / ‘Ifigenia’ se presenta en sociedad
Madrid. Palacio Real (Capilla). 14-XII-2021. Coccia, Ifigenia. María Hinojosa y Jone Martínez, sopranos. Orquesta Barroca de la Universidad de Salamanca. Director y oboe: Alfredo Bernardini.
Es obvio que las mujeres que han querido dedicarse a componer música lo han tenido bien difícil hasta hace dos días, como quien dice. Y sobre lo obvio no hace falta abundar, precisamente por eso, porque es obvio. Pero el caso de Maria Rosa Coccia es más sangrante porque, obligada en aquella Roma papista en que todos eran más papistas que el papa, a obtener el título de maestra di cappella para poder dedicarse profesionalmente a esta actividad, fue blanco de los ataques de quienes sostenían que el título se lo habían dado no por su valía, sino por su condición de mujer. Un tal Francesco Capalti, maestro de capilla de la Catedral de Nardi, afirmaba que el examen de Coccia para ingresar en la Accademia de Roma estaba lleno de errores. A esta acusación se sumaron dos miembros del propio tribunal. Menos mal que el abad Michele Mallio salió en su defensa y publicó, en 1780, un libro titulado Elogio storico della Signora Maria Rosa Coccia Romana, en el que colaboraron importantes figuras de la época: el castrato Farinelli (que moriría solo dos años después), su gran amigo el poeta Metastasio y el padre Martini, figura esencial para entender lo que fue la música del periodo de transición entre el Barroco y el Clasicismo, no solo por sus aportaciones como compositor, sino por su labor como teórico.
Seamos también honestos y reconozcamos que, cumplida la mitad del siglo XVIII, hubo un puñado de compositoras que no encontraron tantas trabas como las habían encontrado sus antecesoras y que, además, fueron vivamente elogiadas. Algunas no necesitaban componer música para vivir porque pertenecían a la realeza. Federica Sofía Guillermina de Prusia (1709- 1758), margravina de Brandemburgo-Bayreuth, fue la primera en recibir aquellos elogios. A ella la siguieron María Antonia Walburga de Baviera (1724-1780), electora de Sajonia, y Ana Amalia de Prusia (1723-1787), hermana de Federico el Grande y cuñada de Carlos III de España. Pero hubo también mujeres en ese periodo que no necesitaron pertenecer a estirpe real alguna para destacar como compositoras: Mariana Martínez (1744-1812), Anna Bon di Venezia (1739-c. 1767), Maria Theresia von Paradis (1759-1824), Maddalena Lombardini-Sirmen (1745-1818) y, claro está, Maria Anna Walburga Ignatia Mozart (1751-1829), opacada no por el machismo imperante sino por la fulgurante figura de su hermano, Wolfgang Amadeus.
Sin negarle mérito a ninguna de ellas, seguramente las dos más brillantes fueron María Antonia Walburga de Baviera y Maria Rosa Coccia. Se sustenta tal opinión —objetiva, por supuesto, como todas las opiniones— en la escasa música que se ha exhumado de ellas, que es excelente, se mire como se mire. Coccia se ha presentado radiante en esta sociedad del siglo XXI con una cantata que en su día le dedicó a la entonces princesa consorte de Asturias, María Luisa de Borbón Parma, esposa del que luego sería Carlos IV de España. La cantata, titulada Ifigenia, se interpretó ayer por primera vez en tiempos modernos, en la capilla del Palacio Real de Madrid, y es una verdadera joya, aunque no pudo escucharse íntegramente, tan solo en parte por motivos que luego explicaremos. El descubrimiento de esta cantata ha sido casual: un amigo anticuario del violonchelista Tomás Garrido (gran especialista en la música española del XVIII) se hizo con el libreto en una subasta en Bilbao. Garrido contactó con la musicóloga Judith Ortega (que ha estado este año 2021 ejerciendo de directora musical de Patrimonio Nacional) y le dio cuenta del hallazgo. Ortega indagó en los archivos del Palacio Real y comprobó que había dos libros lujosamente editados que contenían una partitura anónima (las dos partes de una cantata). Solo hubo que cotejar el libreto con la partitura para comprobar que se trataba de la misma obra: Ifigenia.
Patrimonio Nacional encomendó a Pedro Gandía, director artístico de la Orquesta Barroca de la Universidad de Salamanca, que volviera a sonar esta Ifigenia, pero de lo prometido —económicamente— al principio, la mitad de la mitad. Esta orquesta tiene la sana a costumbre de negarse a tocar con un instrumento por parte, como se ven obligadas a hacer tantas orquestas españolas por culpa de la racanería de los programadores. Pero, para no tener que recortar efectivos instrumentales, ha habido que prescindir de tres personajes: Agamennone, Clitemnestra y Adrasto. Aplauso para la Orquesta Barroca de la Universidad de Salamanca: las cosas se hacen bien o, de lo contrario, es mejor no hacerlas. Orgánicos tan pequeños como los que estamos acostumbrados a escuchar distorsionan la realidad musical: si Coccia pedía veintidós instrumentistas, hay que hacer esta cantata con veintidós instrumentistas, no con seis u ocho. De acuerdo: nos hemos quedado sin conocer la mitad de la cantata, pero lo que hemos conocido ha sido en las debidas condiciones. Y ha sonado a gloria bendita.
Esta orquesta, formada por músicos de dilatada trayectoria y por músicos jóvenes, algunos de los cuales aún están en periodo de formación, ha experimentado una formidable progresión en los últimos dos o tres años. Se nota la mano de Gandía, que en esta ocasión ejerció de concertino, porque el director fue el oboísta Alfredo Bernardini (romano, como Coccia). El sonido de la Orquesta de la USAL tan refinado como rotundo. Las cuerdas son tersas y los vientos (en esta ocasión, los trompas Manuel Fernández y Miguel Olivares, y el oboísta Jacobo Díaz Giráldez, además de Bernardini), punzantes. Magnífica la labor del bajo continuo (el violonchelista Aldo Mata y el clavecinista Alfonso Sebastián). Es una delicia escuchar a una formación que no deja de crecer y que se está instalando entre las mejores HIP de España (desde luego, entre las de gran tamaño).
Capítulo final dedicado a las dos cantantes: las sopranos María Hinojosa (Ifigenia) y Jone Martínez (Achille). La lógica de los tiempos que corren podría llevarnos a la errónea conclusión de que un papel femenino como el de Ifigenia tendría que haber sido cantado por una voz dulce como la de Jone Martínez. Pero lo cierto es que en aquella época los roles heroicos recaían en voces suaves y agudas. María Hinojosa posee una voz más carnosa, sin que ello sea en ningún momento desdoro. Ambas sopranos se complementaron admirablemente y salvaron los escollos que escondían unas arias peliagudas y un tanto arcaizantes: pese a que Ifigenia se estrenó en 1779, esas arias suenan todavía muy barrocas. Para ser exactos, muy napolitanamente barrocas. Las innovaciones de Coccia tienen más que ver con los pasajes orquestales (brillante la sinfonía de apertura) y con los recitativos strumentati que con las arias y los dúos. Sonó, al inicio del segundo acto, la Sinfonía G 506 de Luigi Boccherini, soberbiamente ejecutada por la orquesta. Música descollante la de la compositora romana e interpretación rutilante la de Bernardini, Gandía y sus huestes.
Eduardo Torrico