MADRID / ‘I tre gobbi’ de Manuel García, en la Fundación Juan March
Madrid. Fundación Juan March. 26-IX-2021. Manuel García, I tre gobbi. Cristina Toledo, Javier Povedano, David Oller, David Alegret. Dirección musical y piano: Rubén Fernández Aguirre. Director de escena: José Luis Arellano.
Vamos recuperando la normalidad con aforos del ciento por ciento, iniciativas musicales sin limitaciones y encuentros de aficionados a la salida. La Fundación Juan March, en coproducción con el Teatro de la Zarzuela, llevó a su escenario una nueva ópera de cámara de Manuel García, que tuvo que ser aplazada el pasado mes de enero. Como nos van demostrando con los anteriores proyectos (Le cinesi e Il finto sordo), García fue un gran compositor que supo volcar en sus partituras su experiencia como cantante y profesor. I tre gobbi es un sencillo intermedio escrito por Goldoni para cuatro cantantes que narra el cortejo de tres pretendientes poco agraciados hacia una encantadora muchacha veneciana, excusa para algunos breves enredos, un alegre final y muchas pirotecnias vocales.
No es un género fácil. En primer lugar, porque las obras no fueron concebidas para ser representadas, sino para el lucimiento en reducidas veladas parisinas de los discípulos de Manuel García; el término de ópera de salón resulta así muy acertado. La acotación inicial solo señala “habitación con dos puertas”, es decir todo el trabajo escénico debe surgir de la actuación de los cantantes. El espacio escénico, un luminoso marco con un gran adorno floral al fondo, cayó en la trampa de su hermosura, impidiendo un adecuado trabajo en la esencia de cualquier obra bufa: la interacción de los personajes. Buen ejemplo de ello es que en el segundo acto los intérpretes estuvieron prácticamente todo el tiempo sentados en el centro de la escena. No ayudó tampoco un vestuario neutro, hermosas casacas dieciochescas que evitaban el sentido grotesco e irónico de la farsa y no diferenciaban los personajes.
Vocalmente no es una obra fácil. García enseñaba lo que había practicado con éxito por todo el mundo operístico: su gran virtuosismo belcantista; no olvidemos que fue el primer intérprete del Cessa de più resistere del Conde del Barbiere rossiniano. Su escritura vocal está muy alejada del engañoso concepto de música de salón y necesita de los mejores intérpretes. La producción reunió un buen grupo de cantantes, que pese a algunas limitaciones en los agudos y en el color vocal, supo afrontar unas partes llenas de dificultades.
Rubén Fernández Aguirre, auténtico motor del proyecto, supo desde el piano acompañar con sensibilidad y energía, aunque tal vez un poco de moderación en los recitativos hubiese ayudado a resaltar más los números musicales. Inesperadamente el momento más hermoso de la función fue su interpretación del lírico primer preludio de Mirambel de García Abril, como interludio entre los dos actos, un recuerdo al maestro turolense con una de sus páginas más personales. Los toques neoimpresionistas del lírico piano conectaron a dos grandes creadores españoles, capaces de emocionarnos, que no deberían caer en nuestro olvido.
Víctor Sánchez Sánchez
(Foto: María Alperi – Fundación Juan March)