MADRID / I Discordanti: evocando a las damas de la corte de Ferrara
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 25-II-2023. Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS). I Discordanti. Directora: Florencia Menconi. Obras de Luzzaschi, Monteverdi, T. Merula y Bonizzi.
Pocos episodios en la historia de la música resultan tan fascinantes y, a la vez, intrigantes como el conocido Concerto delle donne. Era un grupo de mujeres cantantes (también tocaban instrumentos, especialmente el arpa) que, a finales del Renacimiento (desde 1570 y hasta 1597), estuvo activo en la corte ferrarense del duque Alfonso II de Este. Fueron distintas sus integrantes (diletantes, las primeras; profesionales, posteriormente), si bien su fama alcanzó el cenit cuando estuvo formado por Laura Peperara (apellido que en otras fuentes aparece como Peverara), Livia d’Arco y Anna Guarini, hija del célebre poeta Giovanni Battista Guarini. Luzzasco Luzzaschi, compositor al servicio del duque, escribió numerosas obras durante el momento de máximo esplendor de la formación, ejerciendo él mismo de director artístico (por emplear un término de nuestros días) y clavecinista.
La fascinación que despertaba el Concerto delle donne se debía, fundamentalmente, a que solo Alfonso II, su familia y algunos privilegiados invitados podían escucharlo y a que, una vez que concluían sus conciertos, los criados del duque recogían las partituras y las guardaban celosamente en un armario al que nadie tenía acceso, de tal forma que esa música no podía ser escuchada después por nadie fuera del palacio. El invitado más célebre que acudió a estas veladas íntimas fue, seguramente, Carlo Gesualdo, durante su estancia de casi dos años en Ferrara, ciudad a la que había viajado para contraer matrimonio con Leonor de Este, hija del duque. El príncipe-compositor, ya se sabe, había asesinado unos años antes a su primera esposa, María de Ávalos, y al amante de esta, al sorprenderlos cometiendo adulterio.
I Discordanti, grupo fundado en Basilea en 2014 y que ya actuó en el FIAS en las ediciones de 2018 y 2020 (solo unos días antes de que la pandemia nos apisonara a todos), ha regresado al festival madrileño para evocar aquel Concerto della donne. Formado en esta ocasión por las sopranos Jeanne-Marie Lelièvre y Amalia Montero Neira, la mezzosoprano (y directora) Florencia Menconi, la violagambista Marina Cabello del Castillo y la clavecinista Inés Moreno Uncilla, han ofrecido, en el mismo escenario que las dos veces anteriores (la Basílica Pontificia de San Miguel), una programa con madrigales de Luzzaschi y, también, de Claudio Monteverdi (de este, todos pertenecientes al Settimo libro, salvo Su, su, su pastorelli, que ha servido tanto para abrir el recital como de propina), porque, según explicaba Cabello, no es descartable que el aquel trío delle donne hubiera interpretado alguna vez obras suyas. Por cierto, Cabello no tocó en esta ocasión una viola da gamba al uso, sino una viola bastarda que precisamente estrenaba en público anoche. El gran atractivo de este instrumento, más allá de su peculiar sonido, radica en que es una réplica de un modelo ferrarense de aproximdamente 1570, que bien podría haber sido utilizado en aquellas veladas musicales del palacio del duque.
El FIAS arrancó el pasado martes, 21 de febrero, con un concierto de L’Apothéose que incluía cantatas de Johann Sebastian Bach y Georg Melchior Hoffmann, entre ellas, la profana Non sa che sia dolore BWV 209 (Leipzig, 1729?), una de las dos únicas obras de Bach que no tienen texto alemán. A la conclusión del concierto, conversaba yo con quien había interpretado Non sa che sia dolore, la soprano portuguesa Ana Quintans, y ella me reconocía que, sin poner en duda la calidad de la música, se trata de una obra extraña, ya que no encajan bien algunas palabras, debido tal vez al desconocimiento del idioma italiano por parte de Bach. Lo curioso es que este mismo texto, de autoría anónima, ya había sido utilizado por Luzzaschi para sus Madrigali per cantare e sonare a uno e doi e tre soprani, editados en Roma en 1601). Más curioso es todavía es el hecho de que Bach cambiase palabra la palabra “vita” por “amico” (Non sa che sia dolore, chi dall’ vita suo parte e non more), dado que, con toda probabilidad, Bach la compuso con motivo de la despedida de su buen amigo Johann Matthias Gesner como profesor de escuela en la ciudad de Ansbach (Gesner fue un erudito y humanista que brillo en diversos ámbitos). Pues bien, ese madrigal de Luzzaschi, Non sa che sia dolore, formaba parte del programa de I Discordanti.
Volviendo al meollo del asunto, la actuación de I Discordanti resultó una pura delicia, no ya solo por la extraordinaria calidad de los madrigales de Monteverdi y Luzzaschi, sino por la cuidadísima y delicadísima interpretación de todas y cada una de las componentes de grupo (“componentas”, como dirían algunos de esos políticos españoles y algunas de esas políticas españolas que se empeñan obsesivamente en llamar “presidenta” a la mujer que preside un organismo… son los inconveniente de no haber aprendido en los años escolares lo que es un participio activo).
Menconi, Lelièvre y Montero Neira no solo conocen este repertorio como las palmas de sus manos y lo dominan con insultante autoridad, sino que son dueñas de unas voces cautivadoras, muy distintas entre sí (eso es precisamente lo que se pretende buscar cuando se forma un grupo vocal de estas características), pero que ensamblan de manera prodigiosa. Cautivador fue, igualmente, el sonido de la viola bastarda de Cabello (y no solo el sonido, sino también la visión de un instrumento tan poco frecuente en nuestros días), quien ya dejó en evidencia su exquiso toque cuando actuó hace solo un par de semanas en la Fundación Juan Mach de Madrid con Brezza, la formación instrumental a la que también pertence. En el mismo nivel de excelencia se situó Inés Moreno Uncilla (de casta le viene al galgo: hija del laudista, vihuelista y guitarrista José Miguel Moreno, y de la lutier Lourdes Uncilla), no solo acompañando a las voces, sino en su interpetación en solitario del Capriccio cromatico de Tarquinio Merula.
Eduardo Torrico