MADRID / ‘Hadrian’ de Wainwright: Sabina se llevó la gran ovación
Madrid. Teatro Real. 27-VII-2022. Rufus Wainwright, Hadrian. Alexandra Urquiola, Thomas Hampson, Santiago Ballerini, Christian Federici, Vanesa Goikoetxea, Alejandro del Cerro. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director de musical: Scott Dunn. Director de escena: Jörn Weisbrodt. Imágenes: Robert Mapplethorpe.
Sí, Sabina se la llevó, pero no nos referimos a Joaquín, sino a la mujer de un emperador… Pongamos que hablamos de Madrid y que se estrena en España una ópera semiescenificada basada en la figura del emperador romano Adriano. Y pongamos que a esa ópera le preceden cierta controversia por el tema de que trata, el amor entre dos hombres, y algunas suspicacias sobre quien la ha compuesto, un cantautor estadounidense-canadiense de nombre Rufus Wainwright. Nos referimos a Hadrian, la segunda ópera de Wainwright —la primera fue prima donna— y que está inspirada en el libro Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.
Decíamos al comienzo que Sabina se llevó la gran ovación, es decir, la soprano vizcaína Vanessa Goikoetxea, que embelesó con su fantástica voz —potente, dulce y magníficamente proyectada—, al público del Teatro Real. No era su papel precisamente el de protagonista, pero cuando cantó esa tierna aria con la que suplica la atención de su marido en el segundo acto, arrancó el aplauso del público y quedó claro quién marcaba la diferencia vocal en el elenco de cantantes. El papel protagonista correspondía al barítono Thomas Hampson (Adriano), quien también fue muy aplaudido, pero cuya voz, un tanto desgastada ya por los años, no lució tanto. Quien también hizo una actuación esplendorosa fue el tenor italoargentino Santiago Ballerini en el papel de Antínoo, el amante de Adriano. Fueron Goikoetxea y Ballerini —y en este caso el orden de los factores sí que altera el producto: primero ella y luego él— quienes recogieron más aplausos entre el público al terminar la representación.
Sin embargo, regresemos a la ópera Hadrian. Wainwright la escribió pensando en su marido, el director de escena Jörn Weisbrodt. Tanto es así, que se podría decir que la obra la escribieron al alimón. El libreto es del actor y dramaturgo canadiense Daniel McIvor. La ópera en cuatro actos tiene una duración aproximada de tres horas. Para la producción del Teatro Real se decidió hacer una versión semiescénica proyectando imágenes del fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorpe. Uno no va a hacer valoración de la parte visual más allá de decir que no guardaba relación con el argumento de la ópera y que distraía en ocasiones del hilo conductor. Dicho de otro modo, las imágenes no mejoraban la comprensión de la ópera, sino que la estorbaban.
Ahora bien, en cuanto a la parte musical, a la estructura compositiva de la obra, uno ha de reconocer que se quedó sorprendido muy gratamente por el buen hacer de Rufus Wainwright. Musicalmente, no es fácil enganchar al oyente durante tres horas de ópera, pero Wainwright lo logra con mucho gusto y eficacia. Hadrian evoca lo mejor de la tradición operística del siglo XIX y XX (Verdi, Wagner, Strauss, Puccini, Bernstein…). Es una ópera tonal cuyas melodías penetran en el oído y se impregnan en ese recóndito lugar donde residen las emociones. Ya mencionamos anteriormente el aria de Sabina en el segundo acto, emocionante y maravillosa, pero hay otros muchos momentos como el trío entre Sabina, Antínoo y Adriano en el tercer acto o el emocionante y apoteósico final con coro del cuarto acto. Uno le reconoce a Rufus Wainwright la buena factura musical de esta ópera.
En cuanto al director musical Scott Dunn, quizás pudo haber controlado más el volumen de la orquesta… eso o que el elenco no tenía la suficiente potencia vocal. Durante el primer acto, las voces de Thomas Hampson, Alexandra Urquiola (Plotina); Christian Federici (Turbo) y Alejandro del Cerro (Trajano), apenas se oían, no corrían por la platea e imaginamos que menos aún por el resto del teatro. Uno tiende a pensar que, independientemente de que Scott Dunn pudiera o no controlar más el volumen de la orquesta —que pudo y debiera haberlo hecho—, fueron los cantantes quienes adolecieron de proyección vocal. La prueba es que eso no ocurría de modo tan evidente cuando cantaban Vanessa Goikoetxea y Santiago Ballerini. En general, aunque el equilibrio orquestal y vocal fue mejorando según avanzaba la ópera, las voces en los forte y tutti apenas se oían.
Hadrian es una ópera en la que triunfa el amor. Aparte de las reivindicaciones homosexuales que sin duda abanderan tanto Rufus Wainwright como Jörn Weisbrodt —y que al entender de uno son extra musicales—, si uno se fija sólo en la música y en el hilo argumental, se puede afirmar que estamos ante una gran ópera. El montaje visual, las imágenes de Robert Mapplethorpe, con la venia del respetado, sobran o, cuando poco, no aportan sino más que autobombo de la figura del fotógrafo cuya fundación colabora en la producción de la producción del Teatro Real.
Pongamos que hablamos sólo de Hadrian. El público ovacionó la representación al bajar el telón. Las tres horas se pasaron volando en un océano de subyugantes melodías. Uno se quedó con ganas de haberla visto representada como cuando se estrenó en Canadá, en 2018. Menos imágenes extemporáneas y más actuación contemporánea. No es una ópera escrita por un mero cantautor, sino por un compositor en toda regla.
Michael Thallium
(Foto: Javier del Real)
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