MADRID / ‘Grilletta e Porsugnacco’: una afortunada y brillante recuperación
Madrid. Fundación Juan March. 24-IX-2023. Natalia Labourdette, soprano; David Menéndez, barítono; Aarón Martín, actor. Nereydas. Javier Ulises Illán, dirección. Rita Cosentino, dirección de escena. Hasse: Grilleta e Porsugnacco.
En su primer siglo de vida, durante el siglo XVII, la ópera asistió a una progresiva depuración de sus elementos cómicos y de los personajes vinculados a ellos. Si bien era habitual que en las primeras óperas representadas en los teatros públicos de Venecia y otras ciudades de Italia lo cómico y lo serio conviviesen, hacia finales de siglo ya era poco frecuente encontrar en el dramma per musica nada que moviese a la risa. Asistimos así a la consolidación de la ópera seria por un lado y la aparición de los intermezzi por otro, constituyendo estos últimos el ámbito donde encontró acomodo la comicidad. Los intermezzi eran piezas que bebían de la tradición de la Commedia dell’Arte, en general breves, con la intervención de tan sólo dos o tres personajes. Las tramas eran sencillas, con continuos guiños al público, dando cabida a lo popular y a la crítica social. Se solían interpretar en los entreactos de las óperas, aunque en el siglo XVIII alcanzaron un estatuto propio y ya no como mero complemento.
Este género musical tuvo su mayor desarrollo en Venecia y Nápoles y desde allí se difundió por las principales ciudades europeas, entre ellas Madrid, en los últimos años del reinado de Felipe V y especialmente, tras el nombramiento de Farinelli como director artístico de los teatros reales, durante el reinado de Fernando VI, tal y cómo explica Teresa Casanova en sus excelentes notas al programa de mano. Farinelli trajo a algunos de los mejores cantantes italianos de la época especializados en el género para interpretar intermezzi en los entreactos de las óperas de Corselli, Mele y otros compositores italianos activos en el Madrid de mediados de siglo. Entre los autores de este género más programados en esos años destacaron dos compositores con una enorme reputación: Pergolesi y Hasse. Entre los títulos del segundo figura Grilletta e Porsugnacco, originalmente estrenado en Nápoles en 1727 y que se interpretó a finales de la década de 1740 en la corte madrileña. Esta obra es la que ahora se recupera y ya les adelanto que, en este caso, rescatarla del olvido está más que justificado.
Johann Adolf Hasse fue un compositor con estrella. Desde sus comienzos disfrutó de las mieles del éxito y se le reconoció en vida como uno de los compositores más importantes de su tiempo. Fue lo que se llama un triunfador, siendo merecedor de algunos de los mejores puestos en las cortes y ciudades más importantes, musicalmente hablando, del siglo XVIII: Nápoles, Venecia, Dresde y Viena. Incluso se permitió el lujo de rechazar una oferta de la Ópera de la Nobleza para convertirse en el compositor rival de Haendel en Londres y no le faltó olfato al hacerlo porque pocos años después tanto esta compañía como la de Haendel quebrarían, poniendo fin al intento de que la ópera italiana triunfara en la capital inglesa. Pese a ser sajón, Hasse fue uno de los compositores que más influencia tuvo en la difusión del estilo napolitano por toda Europa, tanto en la ópera seria como en la música religiosa.
Su exitosa carrera comenzó en Nápoles, donde recibió enseñanzas de Porpora y el gran Alessandro Scarlatti. Allí asimiló perfectamente el estilo que se venía fraguando en la ciudad y difundiendo por Europa, basado en el protagonismo melódico y una simplificación del contrapunto, todo ello al servicio de las grandes estrellas del canto que en muchos casos procedían de la propia ciudad partenopea. Lo curioso de Hasse es que no sólo hizo suya esta forma de componer podríamos decir local, sino que se adaptó también a géneros típicamente napolitanos como el intermezzo o la commedia per musica, que exigían un profundo conocimiento del idioma y de la particular idiosincrasia de los habitantes de la ciudad.
Grilletta e Porsugnacco está basado en Monsieur de Pourcegnac, comédie ballet de Molière con música de Lully (quizás algunos recuerden la versión que se interpretó hace unos años en los Teatros del Canal con la parte musical a cargo de William Christie y una escuálida representación de Les Arts Florissants). De ella toma la trama de los dos primeros actos –el tercero es inventado– y, aunque el número de personajes es reducido a dos, otros comparecen en escena de alguna manera gracias a los disfraces de Grilletta, joven criada que utiliza su astucia y sus encantos para conseguir que Porsugnacco, uno de esos deliciosos y risibles nuevos ricos de Molière, caiga en sus redes y se case con ella. La obra está dividida en tres actos, desarrollándose la acción sobre la base de recitativos acompañados, siguiendo las convenciones del género; las arias son escasas –una por personaje en cada acto– y cada uno de ellos finaliza con un dúo. La música es agradable, pegadiza, chispeante y acompaña a la acción de forma admirable. Esta obra es una muestra de que el estilo napolitano es mucho más idóneo para lo cómico y lo ligero que para la ópera seria –piensen en Hasse pero también en Graun o Vinci–, donde adolece a juicio de quien esto suscribe, de falta de capacidad para expresar las emociones y los sentimientos más intensos y dramáticos.
No podemos sino elogiar la recuperación de esta obra tras un encomiable trabajo de investigación por parte de Javier Ulises Illán, consultando y comparando sendos manuscritos en Madrid y Viena. Más allá de la calidad de la obra, que indudablemente la tiene, esta pieza nos abre las puertas de todo un mundo musical escasamente explorado, el del intermezzo como género musical –dejando aparte La serva padrona, es una música muy poco transitada, tanto en disco como en concierto– y el de las representaciones en el Teatro del Buen Retiro en época de Fernando VI. Pero es que además todos los ingredientes para hacer posible que esta obra reviva casi tres siglos después han sido servidos de la mejor forma posible.
Empezaremos por la puesta en escena de Rita Cosentino, que ya ha colaborado anteriormente en varias ocasiones en este maravilloso formato del teatro musical de cámara. Partiendo de las limitaciones del espacio, Cosentino se ha puesto al servicio de las convenciones del género, jugando con pocos elementos pero de forma muy inteligente: un único decorado con varias puertas y ventanas y poco más. Imposible sacarle más partido a una escenografía tan simple, dotando de dinamismo a la acción y consiguiendo mantener ese tono en el que se combina lo gracioso, lo pícaro, lo ingenuo y la sátira propios de la Commedia dell’Arte. El recurso de emplear un actor mudo –un estupendo Aarón Martín, cómplice de Grilletta en sus planes– es totalmente respetuoso con el género y permite multiplicar las posibilidades de dar ritmo al argumento, jugando con equívocos y enredando de forma muy divertida el desarrollo de la obra. En el tercer acto la acción se traslada a nuestros días, mostrando la universalidad del argumento. Es de justicia resaltar el maravilloso vestuario de Gabriela Hilario, otro ingrediente fundamental del conjunto.
En el plano musical, no se podían haber escogido unos cantantes más idóneos para encarnar a los dos personajes de la obra. Natalia Labourdette transmite de forma maravillosa el carácter astuto y pizpireto de Grilletta, tanto en el aspecto dramático como en el vocal, donde sus arias no carecen de dificultad. Perfectamente dirigida, Labourdette muestra la evolución del personaje de una forma ejemplar, desde la criada ingenua y despistada –al menos eso hace creer a Porsugnacco– que seduce al burgués lemosín al principio de la obra hasta la mujer casada que, una vez conseguido su objetivo y ya en el tercer acto, da paso a su lado más cínico, mostrando que no está dispuesta a dejarse domesticar por su marido, al que piensa hacer sufrir y tratar a su antojo. Si la Grilletta de Labourdette encandila, el Porsugnacco de David Menéndez es una auténtica delicia. El barítono asturiano dota a su personaje de todos los matices que demanda hasta el punto de que hace pensar que fue escrito para él (las arias no han sido transportadas, tampoco en el caso de Labourdette). Menéndez representa perfectamente la tipología de barítono bufo, con una voz potente, carnosa y a la vez ágil, con una dicción encomiable y una vis cómica sobresaliente. Como actor no tiene precio, transmitiendo perfectamente el lado ridículo del personaje pero también haciéndolo entrañable e incluso que sintamos cierta lástima por él, especialmente al final de la obra.
El trabajo de Javier Ulises Illán para poner esto en pie ha sido casi estajanovista, desde la edición de la partitura a partir de dos manuscritos encontrados en Viena y en Madrid, hasta adaptar la interpretación a las condiciones del lugar y completar la música con obras instrumentales del propio Hasse: la obertura tomada de su ópera Demofoonte y los entreactos extraídos de la Sinfonía op. 5 nº 6, esta última decisión todo un acierto pues dota de tensión y dramatismo a lo que está por llegar y uno de los movimientos hace las veces de la tormenta que tenía lugar en escena perfectamente. Illán ha optado en las arias por la versión de Madrid, donde los da capo son más breves, para dar así más ritmo a la acción. La labor propiamente de dirección al frente de su grupo Nereydas es muy encomiable, con un gran trabajo de concertación, y la decisión de situar a los músicos a ambos lados de la escena, aun planteando problemas, es probablemente la mejor que se podía tomar. El director ha hecho brillar los recitativos, auténtico núcleo de la obra, aderezando el desarrollo de la acción con múltiples recursos instrumentales –enorme trabajo de Daniel Oyarzábal al clave–. La prestación de la reducida orquesta es de gran altura, transmitiendo perfectamente el carácter ligero de la obra, con gran protagonismo en los mencionados recitativos, donde se opta por soluciones de gran variedad que van desde la participación de casi todos los músicos en algunos pasajes hasta el acompañamiento únicamente del clave en otros.
Al final, no podía ser de otra manera, enorme éxito, con los cantantes y músicos recibiendo los aplausos a ritmo de fandango y todo el equipo escénico saliendo a saludar en repetidas ocasiones.
Y de esta manera, Nápoles y Madrid han quedado hermanadas por la música de Hasse.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Dolores Iglesias / Fundación Juan March)