MADRID / Grande retrato de Coll (sin Coll) en el Reina Sofía
Madrid. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Auditorio 400. 30-X-2023. Christopher Bouwman, oboe. New European Ensemble. Tito Muñoz, director. Obras de Coll, Van der Aa y Carter.
Siempre es grato descubrir –no se llega al mismo tiempo a todos sitios– a un importante conjunto y, sin dudarlo después de escucharles, el New European Ensemble, con sede en la ciudad de La Haya y temporada estable allí, lo es. Lo demostraron pronto en este concierto con la interpretación de Piedras, de Francisco Coll (1985), a quien el programa estaba mayormente dedicado. En esta música de extremos que gusta al compositor valenciano y en el que las texturas, por más que abigarradas resultan diáfanas en la audición, los músicos a las órdenes de un Tito Muñoz de manos y gestos en ocasiones muy boulezianos, resultaron sorprendentemente precisos en las entradas, en la concertación y en los ataques más abruptos.
Tratándose de una partitura que tiene 13 años ya (lo que viniendo de un compositor joven como Coll la sitúa casi en sus inicios), Piedras mantiene una notable fortaleza como ejemplar muestra del abigarrado modernismo que transita el autor. Es verdad que en la suya tanto cuentan los excesos rítmicos como los pasajes más calmos, y que por estos últimos la interpretación pasó algo más de puntillas, sin tampoco esquivarlos del todo. Dos años posterior es Liquid symmetries, en la que el compositor quintaesencia aún más su estilo truncando finales y recomenzando la obra en varios momentos. Es la suya una música que, pese a sus costuras clásicas y a su respetable no necesidad de explorar nada (o de hacerlo poco), funciona en la escucha porque está muy bien escrita; y en donde por más acumulación de notas y de gestos virtuosos que se den, todos ellos encuentran su razón de ser cuando asistimos al conjunto. Los metales llegaron algo apurados a esta última página del concierto, sin que por ello el grupo perdiera resuello.
En forma de estreno absoluto llegó Taleas oblicuas, concierto de cámara para oboe y ensemble que se despachó victorioso Christopher Bouwman. Frente a la corpulencia del sonido casi orquestal que empujaba el grupo, el oboe se inserta con ciertas dosis de lirismo, encargado de una melopea que destila al margen de las embestidas del resto de instrumentos. El concepto de confrontación resulta clásico y a Coll le vence aquí su deseo de imponer una escritura virtuosa y vistosa, que genere expectación por la constatación de inmensa dificultad que inspira lo que oímos y vemos. Hay en la obra un brillante uso de la percusión (con timbres desusados y llamativos, un cajón flamenco golpeado por maza de timbal) y una motricidad palpable; nada novedosa pero convincente. Llama la atención que el compositor no estuviera presente en un concierto/retrato de estas características, con estreno incluido. Flaco favor se le hace a un buen músico como él encontrarse en la red con perfiles y entrevistas de titulares del calibre de Francisco Coll, acercamiento a la vida de un genio. O el ser reivindicado por algunos como el mejor compositor español desde Falla…
Aunque inicialmente se había previsto una obra de Thomas Adès, profesor de Coll y con quien su música se conecta; el New European Ensemble la cambió por el Asko Concerto del año 2000 de Elliott Carter, tampoco tan ajeno. Muñoz la dirigió desgranando el conglomerado de redes que entreteje una partitura de dinámicas que fluctúan y acentos agresivos, en la que conviven lo canónico y la pulcritud a una gramática fieramente abstracta. Destacó en ella la sección de cuerdas, de una terrosidad desacostumbrada en la música del norteamericano. En el denso programa también se atendió el aporte más exitoso de todos, Mask (2006), del holandés Michel van der Aa. Escrita para conjunto y pista electrónica, se difumina en ella la frontera entre el sonido acústico y el electrónico, enmascarándose el uno con el otro. Nada nuevo en el concepto; pero en la traslación la pieza deviene en un artefacto de cierta espectacularidad con sonidos computerizados e intervenciones instrumentales que, efectivamente, acaban creando una disfrutable y desinhibida confusión entre el gesto de tocar y el resultado que oímos, pletórico en agazapadas interferencias.
Ismael G. Cabral
(foto: Rafa Martín)