MADRID / Gran éxito de Pablo González al frente de la Dresdner Philharmonie
Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. 25-I-2024. Ibermúsica 23-24. Dresdner Philharmonie. Director: Pablo González. Solista: Francesco Piemontesi, piano. Obras de Beethoven y R. Strauss.
El segundo concierto de la Filarmónica de Dresde, también dedicado a la memoria de Temirkanov, reunía otras dos obras de gran repertorio: el Tercer concierto para piano de Beethoven y el poema sinfónico Una vida de héroe de Richard Strauss. El concierto beethoveniano marca un punto de inflexión en su ciclo, alcanzando una intensidad en su tensión que no se percibe en los dos primeros, más apacibles en su discurso, si se me permite la expresión. El op 37 tiene conexiones indudables con la carga dramática del concierto K 491 de Mozart, no solo en la tonalidad de do menor, sino hasta en el hecho (todo un guiño de Beethoven a Mozart) de que las tres primeras notas del concierto de Mozart aparezcan en el bajo en el de Beethoven apenas unos compases tras el comienzo.
Afrontó Pablo González, con una formación parecida a la empleada ayer en Mozart (apenas algunos componentes más en la cuerda, me pareció contar 10/10/8/4/4 aunque desde mi localidad no tenía una perspectiva precisa, y manteniendo las pautas ya citadas en conexión con lo históricamente informado), la introducción orquestal con la apropiada oscuridad. El suyo fue un acompañamiento intenso, contrastado, rico en inflexiones y matices, vibrante y enérgico, pero también sutil y delicado en el Largo. Piemontesi evidenció las muchas virtudes ya destacadas ayer en cuanto a sonido, fraseo, matices e inflexiones. Se decantó por tempi bastante vivos, y ello, unido a su relativa tendencia a los pedales largos (¿influencia de su maestro Brendel? el moravo tenía esa inclinación en muchas de sus aproximaciones beethovenianas), pudo restar algo de claridad a una articulación siempre ágil y limpia. Fue el suyo un Beethoven enérgico, intenso y brillante, incluyendo una cadencia del primer tiempo realmente trepidante. Hubo también aquí alguna generosidad de pedal, pero obtuvo de ella algunos efectos realmente interesantes. Expresiva, con exquisitos pp y excelente cantable, su interpretación del Largo, culminada en un final lleno de sutileza. Lleno de vitalidad el Rondó, con un tramo final Presto realmente vibrante. Como ayer, éxito grande, tras el cual el pianista suizo regaló una bella interpretación del coral Wachet auf, ruft uns die Stimme BWV 645 de Bach, en el arreglo de Busoni.
Empezó la segunda parte con algo inesperado: Pablo González micrófono en mano. Ofreció el maestro asturiano, que puso sobre la mesa su gran capacidad de comunicación, un interesante y ameno parlamento sobre el poema straussiano que íbamos a escuchar. Resaltó en el mismo las conexiones con el Quijote cervantino, también llevado a la música por Strauss, pero también la maestría y sorna con la que el compositor bávaro retrataba a los enemigos del héroe (o sea, los suyos, con su antiguo profesor de armonía, el Dr. Dehring, retratado por las tubas con dos quintas paralelas, esa cosa que tanto irrita en los comienzos de la enseñanza de la armonía). Es evidente, y el entusiasmo del parlamento citado era buena muestra de ello, si es que alguien necesitaba alguna prueba adicional, que González ama la música de Strauss. Su resumen final, que quien esto firma suscribe por completo, era muy ilustrativo: Una de las más apasionantes aventuras musicales jamás escrita. Amén.
La interpretación confirmó y hasta amplió lo ya comentado ayer. Pablo González es un magnífico director. Si es cierto, como señalamos ayer, que los poemas straussianos son toda una prueba de fuego para orquestas y directores, Una vida de héroe ocupa en esa lista de pruebas de fuego un lugar privilegiado entre las más endemoniadamente difíciles. Pero el asturiano, que conoce la partitura al dedillo, sabe sacar con decisión y precisión todo el jugo de la música. Desde la grandiosa épica del inicio (El héroe) a la solemnidad, también impregnada de grandeza, del episodio final (La retirada del héroe y su consumación), coronada con un muy logrado diminuendo postrero, cuya magia, esta vez sí (¡albricias!) fue respetada sin aplauso hasta que González bajó sus brazos. Y en medio, la sarcástica acidez de Los adversarios del héroe (con excelente prestación de la madera), la sobresaliente traducción, llena de guiños sugerentes, del concertino Wolfgang Hentrich en los temibles solos (quizá algunos de los más comprometidos del repertorio) de La compañera del héroe o la apabullante brillantez de El héroe en el campo de batalla, episodio dotado de vibrante intensidad, con papel destacado de los metales y percusión, que gestionaron con solvencia el episodio.
González demostró un gran dominio de la arquitectura straussiana, y su dirección, clara, diáfana, matizada, atenta, sensible y de absoluta implicación arrastró con lógico magnetismo a la formación germana, que respondió con entrega y entusiasmo a la demanda de su director, con el resultado de este Strauss rico en colorido, brillante, épico, sugerente, sonriente, sarcástico y también con su toque de serena melancolía. Cuando quien lleva el mando está tan sólidamente convencido de su idea y la transmite con tanto mimo y entusiasmo, es realmente difícil que la orquesta (y el público) no conecten. Y, naturalmente, ambos lo hicieron. El público acogió entusiasmado la brillante interpretación del maestro asturiano, y, por si fuera poco, la propina elegida iba a levantarlo aún más: el Intermedio de La boda de Luis Alonso, de Giménez, interpretado con gracia, vitalidad y entusiasmo contagiosos. Y el público, claro, se contagió. Éxito grandísimo y más que bien merecido para un muy notable concierto.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín – Ibermúsica)