MADRID / Gran éxito de Hrusa y Kopatchinskaja con la Sinfónica de Bamberg
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). Ibermúsica 22/23. 24-I-2023. Orquesta Sinfónica de Bamberg. Director: Jakub Hrusa. Patricia Kopatchinskaja, violín. Obras de Beethoven, Stravinsky y Dvorák.
Se reanudaba tras el parón navideño la temporada de Ibermúsica con la visita de la Sinfónica de Bamberg, formación bávara fundada en 1946 y derivada de la llamada Orquesta Filarmónica Alemana de Praga (1939-45), que ha tenido ilustres titulares entre quienes cabe destacar a Joseph Keilberth, Eugen Jochum, Horst Stein o Witold Rowicki, y que hoy, según leemos en su currículum, se ha incorporado a la lista de concienciados “para viajar de forma más respetuosa con el clima”.
Desde 2016 es su titular un checo, Jakub Hrusa (Brno, 1981), que se ha aupado, con inmejorables argumentos, a los primeros puestos entre los directores más reputados de su generación. Además de la titularidad en Bamberg, es principal director invitado de la Filarmónica Checa y de la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma. Es además invitado habitual de las Filarmónicas de Berlín, Viena o Nueva York, y de Sinfónicas como las de Chicago, Boston o de la Radio de Baviera. Casi nada. Como los buenos directores no abundan y hay que moverse rápidamente para tentar a los que hay, los ingleses, que en esto no andan con bromas ni gustan de andar discutiendo sobre si el candidato es galgo o podenco, se han asegurado con la debida antelación el contrato de este brillante director, que se convertirá en titular del cotizado puesto de la Royal Opera londinense a partir del otoño de 2025.
La solista de la ocasión era la moldava (nacionalizada austriaca y suiza) Patricia Kopatchinskaja (Chisinau, 1977), que tenía encomendada la nada fácil tarea de enfrentarse al Concierto para violín y orquesta de Stravinsky. Concierto con lenguaje genuinamente stravinskiano pese a su aroma neoclásico, a menudo transpirando un humor que a veces sonríe y otras se asoma a lo grotesco. No gustaba Stravinsky de los “modelos” de conciertos violinísticos (los de Mozart, Beethoven o Brahms), de manera que el suyo huye de la espectacularidad, pero no de las dificultades, que inundan la partitura con toda clase de obstáculos. En una palabra, una obra endiablada para el solista. Eso sí que le gustaba a Stravinsky, ponérselo difícil al instrumentista de turno.
Kopatchinskaja, descalza y con la misma indumentaria comentada en la reseña del concierto celebrado en Barcelona, demostró que tiene en su poder todos los recursos para hacer vibrar el concierto con la mayor intensidad. No deslumbra quizá por un volumen especialmente poderoso, y no es tampoco la obra la plataforma mejor para lucir una calidez de sonido o un cantable de singular encanto. Pero sí lo es, en cambio, para lucir variedad de timbres y colores, brillar en la precisa afinación o en la exactitud de los armónicos y en los variados golpes de arco. Y ahí la austro-suiza desplegó una paleta extraordinaria de recursos, ofreciendo una lectura intensa, vibrante en el ritmo desde la Toccata inicial, variada en el colorido del Aria I, trazando el debido misterio del Aria II y cerrando con una trepidante traducción del Capriccio final. No puede extrañar su éxito grande y merecido.
Tuvo también imaginación a la hora de la propina. Con simpatía y desparpajo, y con la ayuda (en forma de traducción simultánea del inglés) del mexicano Raúl Teo Arias, jefe de la sección de segundos violines de la orquesta, Kopatchinskaja explicó al respetable que Stravinsky, a quien no gustaba el lucimiento virtuoso de los solistas, había obviado escribir una cadencia para su concierto. Y ella decidió cubrir el hueco, de forma que ofreció como propina una hermosa y brillante cadencia para el concierto compuesta por ella, en colaboración con el concertino de la ocasión, Ilian Garnetz.
La Sinfónica de Bamberg es una orquesta notable pero lejos de lo excepcional y de las mejores formaciones germanas (le separa bastante distancia de Filarmónica de Berlín, Staatskapelle de Dresde, Gewandhaus, Sinfónica de la Radio de Baviera o de la Radio de Frankfurt, por ejemplo). La cuerda es bastante homogénea y se muestra generalmente empastada, aunque, sobre todo en los violines, se echa de menos algo de presencia y empaque. La madera es también buena, tampoco extraordinaria, destacando especialmente clarinetes y oboe. Son sólidos los metales, especialmente trompetas y trombones, no tan redondos los trompas.
Hrusa, director claro y preciso en el mando, con excelente concepto musical, sacó petróleo de la formación bávara, ya desde el inicio de la velada, con una magnífica versión de la Obertura Leonora III de Beethoven, que para el firmante es la más conseguida de las que compuso el genio de Bonn para su ópera Fidelio. Pocas veces se escuchan delineados con tan preciso y diferenciado pincel los reguladores y los matices, con cada graduación de piano o forte exquisitamente conseguida. Los varios ppp fueron observados con estricto rigor, y la vibrante energía de la partitura llegó con toda intensidad, incluida una coda -momento siempre comprometido- perfectamente articulada.
Acompañó también con rigor y precisión a Kopatchinskaja en el concierto, entendiéndose con la solista de forma excelente, y cerró el concierto con una sobresaliente lectura de una de las más bellas sinfonías de Dvorák, la Octava, que llegó desde su batuta en una construcción sólida que transmitió toda la efusión lírica (primer movimiento), canto de expresiva melancolía (segundo), elegancia en el vals (tercero) y jubilosa exaltación (el último), culminada en una coda brillantísima.
Éxito también grande y merecido del maestro checo, que ofreció como propina el primero de los Valses op. 54 (arreglo orquestal del original pianístico) del propio Dvorák. Un concierto sobresaliente, especialmente por un director y una solista de primera.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martin / Ibermúsica)