MADRID / Gradación de colores (Leonskaja en el Círculo de Bellas Artes)
Madrid, Auditorio Fernando de Rojas, Círculo de Bellas Artes, 10-XI-2019. Obras de Mozart, Schumann y Schubert. Elizabeth Leonskaja, piano. Círculo de Cámara 2019/2010.
Lo primero que admiramos de esta pianista rusa afincada hace años en Viena y frecuente visitante de nuestras salas de concierto no es el mecanismo, no siempre infalible, ni la fuerza de la pulsación, relativa, ni el desbordamiento pasional, controlado inteligentemente. Admiramos sobre todo su innata musicalidad y su sentido del color, del matiz, del acento contrastado en busca de una expresión fidedigna. Es muy propia de ella la pátina que sabe imprimir a sus frases, nimbadas por lo común de una melodiosa y armoniosa fluidez y de una belleza tímbrica hija de un ataque muelle, progresivo y un cuidado manejo del pedal, de una minuciosidad reconocible. Su canto posee una cadenciosidad ejemplar y sus planteamientos dinámicos tienen una amplitud que nunca bordean lo altisonante, lo melodramático. Nos parece que sus modos son muy naturales y su forma de exponer, altamente lógica.
La pianista consigue un medido, y al tiempo libre, juego lleno de sutilezas y, a menudo, curiosas inflexiones. Es admirable la cantabilità de su piano, sólo muy ocasionalmente enturbiado por ciertos defectos de digitación. Un piano eminentemente apto para la música de Schubert, compositor con el que tiene algún tipo de diabólico pacto para dar siempre en la diana de su almendra expresiva y dramática y de quien ha grabado un buen puñado de premiados CDs, todos de alto nivel. Y hemos tenido un excelente ejemplo en esta noche madrileña desarrollada en el ruidoso y vetusto marco del Teatro Fernando de Rojas.
Pocas veces se ha aplicado con tanta sutileza el legato como en el comienzo del Molto moderato de la Sonata D 960, la última de la admirable colección schubertiana que fluyó lento, contemplativo y que encontró en sus repeticiones distintas luces, aunque siempre dentro de la gama de los pianísimos, tan hábilmente regulada y administrada. Hubo decisiones originales aunque respetuosas con lo escrito, así, en este mismo movimiento inicial de la Sonata postrera, la manera en la que inesperadamente se aceleró el tempo, sobre la base de una pareja de tresillos, en el compás que da cima al desarrollo y que precede a la reexposición. Un enlace perfecto.
Dentro de la misma obra aplaudimos el ensimismamiento en el que se enfrascó la intérprete a lo largo del Andante y el soplo de aire fresco que embargó al irreal y refinado Scherzo. Todo discurrió fluido y al tiempo firme en el Allegro ma non troppo de cierre, buen ejemplo de rondó-sonata, donde se juega inteligentemente con la repetición de un fatídico sol. Antes Leonskaja nos embebió en las procelosas octavas del Allegro de la Sonata nº 6, Dürnitz, K 284 de Mozart, en cuyas ricas y sorprendentes variaciones nos llevó de la mano otorgando al fragmento una profundidad y una hondura desconocidas. En el Allegro brillante que cierra los Estudios sinfónicos de Schumann los dedos de Leonskaja quizá no encontraran el brío y la seguridad y firmeza requeridos, aunque poco nos importó después de las dosis de poesía, de color y de sabia medición del tempo que brindó en el resto de los Estudios.
Dos regalos schubertianos pusieron fin al generoso recital: una de las tres Piezas de la Deutsch 946 y el Impromptu nº 3 D 899. En ellos Leonskaja volvió a demostrar entre aclamaciones su magisterio, su concentración y su seria expresión facial: no movió un músculo en toda la noche.
Arturo Reverter