MADRID / Gl’Infermi d’Amore: atracón de ‘stylus phantasticus”
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 20-II-2021. Festival Internacional de Arte Sacro de la CAM. Gl’Infermi d’Amore. Obras de Biber, Albertini, Weichlein, Bach, Westhoff, Buxtehude, Muffat y Stradella.
Decían durante el franquismo los apologetas del régimen que España se había convertido en la “reserva espiritual de Occidente”. Utilizo la frase (que la mayor parte de la gente se tomó a chacota) para describir lo que, hoy por hoy, sí es una realidad incontestable: en medio de la pandemia-de-nunca-acabar, España se ha convertido en la “reserva musical de Occidente”. Mientras en el resto de Europa los teatros y auditorios están cerrados a cal y canto, aquí la música continúa sonando, aunque sea con reducción de aforo y con proliferación de medidas sanitarias. Ayer fue el turno en el Festival Internacional de Arte Sacro (FIAS) de un grupo joven surgido en Basilea: Gl’Infermi d’Amore. En Suiza, como en otros países de la Europa socialmente más avanzada, casi todos los músicos reciben durante este interminable parón subsidios por parte del Estado. Pero un músico no solo necesita dinero para comer y para pagar la luz; también necesita hacer música para sentirse músico. Es decir, para vivir. Y muchos llevan allí casi un año sin poder hacerlo.
Dada esa circunstancia, no era de extrañar la cara de felicidad que mostraban los integrantes de Gl’Infermi d’Amore, ensemble que debutaba en nuestro país, cuando por fin, después de tanto tiempo, volvieron a hacer música. Formados en la Schola Cantorum Basiliensis (lo que viene a ser el Sancta Sanctorum del historicismo musical), Gl’Infermi d’Amore es un conglomerado de nacionalidades: un violinista ucraniano que vive en España (Vadym Makarenko), un violinista alemán que habla español (Matthias Klenota), una vilonista/violista norteamericana con apellido italiano (Natalie Carducci), una violinista/violista francesa formada en Israel (Camille Aubret) y dos españoles (el violonchelista barcelonés Bruno Hurtado Gosálvez y el clavecinista/organista alicantino Joan Boronat). A ellos se les unió en esta ocasión el omnipresente contrabajista madrileño Ismael Campanero, que, con solo 23 años, lleva ya desde 2016 tocando con las mejores agrupaciones españolas y que ayer sorprendió a todos al tocar, además de su instrumento habitual, el infrecuente colachón. A casi todos ellos les une su condición de discípulos de la gran violinista Amandine Beyer, una francesa de la Provenza que vive en Vigo y que da clases en Oporto y Basilea (Beyer y Makarenko, que suelen hacer programas a dúo, tocarán en el FIAS el próximo día 28).
La propuesta de Gl’Infermi d’Amore llevaba por título El juego de los abalorios, en alusión a la novela de Hermann Hesse (Hesse vivió durante varios años en Basilea, de ahí que este grupo musical se sienta identificado con él). El concierto, dividido en un prólogo y cinco bloques, incluía obras de Biber, Albertini, Weichlein, Westhoff, Walther, Bach, Buxtehude y Stradella. Antes de cada bloque, varios de los músicos (Boronat, Makarenko, Campanero y Hurtado) leyeron unos breves textos no solo de Hesse, sino también de Ottavio Rinucci, Oscar Wilde y Arthur C. Clarke, el autor de 2001: una odisea del espacio. Más allá de lo bien hilvanado que estuvo el programa (con un magnífico arreglo para cuerdas de la Fantasía en Sol mayor BWV 572 de Bach realizado por Boronat y con sendos arreglos, no menos magníficos, a cargo de Makarenko de dos arias del oratorio S. Giovanni Battista de Stradella), el concierto sirvió para adentrarnos en ese fascinante territorio del XVII conocido como stylus phantasticus. Ya saben, aquella fórmula de composición libre y desenfrenada que no estaba ligada a nada (ni una palabra, ni a un tema melódico), y que únicamente pretendía demostrar, a través de la improvisación, el diseño oculto de la armonía.
Aunque el stylus phantasticus no estaba tampoco vinculado a un instrumento concreto, resulta inevitable relacionarlo con el violín. Y en este programa aparecían algunos de los más conspicuos representantes de la escuela violinística germana del XVII, que acogió con auténtico gozo y con no menos desenfreno al stylus phantasticus: los austriacos Biber y Weichelein (el segundo, alumno del primero) y los alemanes Westhoff y Walther. Por supuesto, no podían faltar Buxtehude y Bach, porque ellos fueron, precisamente, la culminación del stylus phantasticus, aunque no a través del violín, sino del teclado.
Al margen de la descomunal belleza de las obras escogidas (¡qué prodigioso músico es Weichlein y que maravillosas son las sonatas de su Encaenia musices!), lo que ayer vivimos en la Basílica de San Miguel fue una abrumadora exhibición de virtuosismo a cargo de estos jóvenes intérpretes. Makarenko y Klenota son dos violinistas excepcionales, y sus compañeras Carducci y Aubret no estuvieron a la zaga, ya fuera con el violín o con la viola. ¡Qué delicioso diálogo entre los dos violines y las dos violas en las obras de Weichlein! ¡Qué contraste tan asombroso! Boronat, por su parte, estuvo espléndido no solo como arreglista de la Fantasía bachiana, sino como intérprete de la misma en su formato original.
Eduardo Torrico