MADRID / Gala Puccini en el Real: Netrebko arrasa con la complicidad de Eyvazov
Madrid, Teatro Real. 5 IX. 2024. Anna Netrebko y Yusif Eyvazov. GALA PUCCINI. Daria Rybak (soprano), Jérôme Boutillier (barítono), Cristian Díaz (bajo), Mikeldi Atxalandabaso (tenor), Pablo García-López (tenor). Denis Vlasenko (dirección). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Coro de RTVE.
La gala ofrecida por el Teatro Real el pasado día 5 de septiembre lo tenía todo para una apertura de temporada de campanillas: una última celebración del centenario de uno de los mayores operistas de la historia de la música, una gran diva, un programa bien pensado y hasta su puntito de curiosidad morbosa, dada la situación ya poco conyugal de la pareja protagonista. Disculpen Ustedes esta caída en la frivolidad (y no pienso decir aquello de “lo siento mucho, no volverá a suceder”, que luego ya sabemos lo que pasa), pero este tipo de eventos tienen también, reconozcámoslo, una buena parte de espectáculo social y todo aquél que estuviera presente en el Real mentiría si dijera que ese asunto de los desamores de Netrebko y Eyvazov no se comentaba en todos los corrillos… ¡sobre todo teniendo en cuenta los dúos elegidos! Pero al margen de esta situación coyuntural, el interés que despiertan siempre las actuaciones de la rusa es un hecho, en buena parte debido al hecho -estructural en este caso- de que es una de las pocas verdaderas divas que hay hoy en día, también con todo lo bueno que el término comporta.
En general lo de las galas no nos suele gustar mucho a una parte de los melómanos, porque ya se sabe que suelen estar hechas a medida de la estrella de turno y que el número de ensayos es difícil que sobrepase la unidad. Pero en este caso, son muy de agradecer varias cuestiones que nos hicieron disfrutar de este recital con momentos verdaderamente buenos. En primer lugar, el propio programa, muy bien pensado y en el que ambos no pararon de cantar, puesto que se pasaba de los conjuntos o dúos a las arias, representando incluso escenas casi completas. En segundo lugar, que los solistas y el director musical, Denis Vlasenko sí habían ensayado. Y por último, que hay que reconocer que fueron extraordinariamente generosos en su actuación y se dejaron la piel (qué quieren que les diga, sacar cuatro vestidos, cuatro pares de zapatos y todo el atrezzo que eso comporta, también es dejarse la piel para complacer a los incondicionales y a más de una fashion victim que estaba encantada escuchando las “canciones”).
El primer bloque estuvo dedicado a Turandot y la Netrebko se lanzó al ataque nada más y nada menos que con “In questa reggia”. Fue valiente, arrojada y salvó esa temible aria con cierto esfuerzo y algún momento algo destemplado al comienzo -porque Turandot no es para ella- pero sacando a relucir algunos de esos recursos que la han colocado donde está: un estupendo legato, la hermosura de su timbre y su innegable presencia dramática. Personalmente, creo que no debería insistir en este personaje, porque ciertos engolamientos y ciertos empujes de más, pueden fastidiar ese instrumento privilegiado. Yusif Eyvazov tiene la mala suerte de carecer de esa belleza tímbrica que hace que perdonemos algunas cosas a su ex-mujer, de adolecer de cierta falta de homogeneidad en los registros. Sin embargo, es un tenor con un buen caudal de voz, un muy buen agudo, buena afinación y con una técnica que hace que, cuando se le escucha, uno sepa que no va a haber accidentes. Además, sin ser especialmente refinado, sí comunica muy bien las emociones de los personajes y resulta muy convincente. Y su dicción es casi irreprochable, cosa que no podemos decir de Netrebko, que en eso patina a partir del paso que da gloria. Estuvo muy bien en “Non piangere, Liù!” y la Liù, Daria Rybak tuvo una buena actuación en la que pudo ser algo más expresiva vocalmente pero resultó bastante convincente. En cualquiera caso, se palpaba que no era la parte del repertorio en la que ninguno de ellos estaba más cómodo. Por cierto, otro aspecto en el que Eyvazov supera a Netrebko es en el fiato: lo del fiato no consiste en tomar aire a voluntad y alargar una nota hasta el infinito para agradar a la galería, como hizo ella en un par de ocasiones en la segunda parte, sino en ser capaz de aguantar dos frases seguidas o una muy larga. Y cuando cantaban exactamente lo mismo, ahí se veían bien las costuras de cada uno.
Siguió la sección dedicada a Manon Lescaut, donde Netrebko empezó a sentirse más confortable, aunque tampoco fue en “Sola, perduta, abbandonata” donde brilló a más altura. Se lo llevó a su terreno y lo cantó a su modo, un poco más lírico y paliando con expresividad y un cierto exceso de apoyo en el registro de pecho en esos graves tan incómodos. En el dúo ya empezaron a calentar motores ambos y dibujaron muy bien los caracteres de la coqueta impenitente y el enamorado sin voluntad.
Donde de verdad descolló la diva fue en la segunda parte, que comenzó con el tercer acto de La Bohème. Su Mimì fue realmente espléndida porque sus características vocales se adaptan como un guante tanto a la tesitura como a las exigencias de la partitura. Hizo lo que quiso con su voz en la escena del tercer acto, desde contenerla y aligerar para dibujar un personaje frágil, cándido y extremadamente conmovedor, hasta mostrar todo el desgarro y la desesperanza sin jamás perder un ápice de belleza en la emisión. Aquí sí que demostró un dominio técnico absoluto y entre otras cosas, pudimos disfrutar de unos pianissimi fantásticos. Muy bien Eyvazov como ese Rodolfo roto, que no sabe cómo enfrentarse a la próxima pérdida de su amada. Cumplió perfectamente Jérôme Boutillier como Marcello. El dúo fue un derroche de emoción y de arte canoro, además de apreciarse una complicidad musical labrada a lo largo de años de otro tipo de complicidad…
Estupendo Jérôme Boutilllier en su aria de Edgar “Questo amor, vergogna mia”, en la que demostró una línea de canto depurada y muy buen gusto. Un gran profesional, de voz bella y dúctil que lo tenía muy difícil tras la escena que habíamos presenciado y escuchado y sin embargo, convenció.
Turno para Tosca, donde Netrebko cosechó la ovación de la noche y, reconociendo que hizo cosas maravillosas, a mí no deja de fastidiarme que no redondeara la faena por incurrir en errores que se arreglan trabajando, cuando se tienen los medios que ella posee. Se notaba que ya se sentía plenamente segura y dominadora de la situación, con la voz en estado óptimo y construyó perfectamente el aria para llegar a ese punto culminante, al que siguió un pianissimo muy bello de timbre pero oscilante de afinación e interminable por no decir que rozó el exhibicionismo, aunque el respetable no sólo se lo perdonó sino que entró en éxtasis. Una vez más, hizo gala de un legato maravilloso y de un buen fiato… cuando le dio la gana. Nunca entenderé por qué respira donde no se debe, separando palabras que no se deben separar, por ejemplo el nombre y el adjetivo de un mismo sintagma nominal. Eyvazov se enfrentó a “Recondita armonia” con menos elegancia que Netrebko a su aria inmediatamente anterior, pero con esa honestidad, esa sinceridad y esa técnica que hace que salga airoso allá donde otros mejor dotados, naufragan, como en ese legato del Re al Si bemol agudo, que hizo perfectamente cubierto.
Tras el Coro a bocca chiusa del tercer acto de Madame Butterfly, saltaron al dúo del final del primer acto, que tuvo todos los matices deseables, desde la ternura hasta la sensualidad y en el que de nuevo demostraron su personalidad, complicidad y grandes dotes dramáticas.
El primer bis (ambos estuvieron sobretitulados, todo muy espontáneo) fue “O mio babbino caro”, en el que tuvimos un condensado de Netrebko con lo mejor y lo peor de su hacer: respiraciones entre “Porta” y “Rossa” y entre “Ponte” y “Vecchio” y un alargar de forma absolutamente desmedida el calderón sobre el la bemol de “pietà” (bravo, bravísimo, bravérrimo ese solista de trompa, que le tuvo que aguantar la nota sin estar prevenido y ahí estuvo, como un campeón) y a cambio unos pianissimi bellísimos y esa generosidad en la emisión y en la expresión. Y además, qué quieren que les diga, estas galas están también para estas cosas y para que las divas/divos/dives se luzcan y nos hagan hablar de sus caprichos. Tuvo la elegancia de dejar a su ex que cerrara el recital con un “Nessun dorma” realmente magnífico, lleno de entrega y control vocal en el que incluso ligó las tres últimas notas, con ese si agudo tan peligroso en medio.
El joven director ruso Denis Vlasenko cunplió con el papel que le había sido encomendado, es decir, conseguir que todo aquello funcionara ad maiorem Netrebko gloriam y que la concertación entre cantantes fuera adecuada, sin aportar nada especialmente relevante. Muy profesionales y cumplidores los tenores Mikeldi Atxalandabaso y Pablo García-López y el bajo Cristian Díaz en sus intervenciones, así como la Orquesta y Coro del Teatro Real -reforzado este último por el Coro de RTVE- en este repertorio que conocen bien.
Amor y desamor sobre la escena, lujo vocal, divas de ayer, hoy y siempre, ópera a raudales, cambios de vestuario y motivos para los dimes y diretes. Miren, tuve la sensación de vivir una gala de las de antes. Y no saben el gusto que da.
Ana García Urcola