MADRID / Forma Antiqva rinde tributo a Monteverdi
Madrid. Fundación BBVA (Palacio del Marqués de Salamanca). 15-IV-2023. Monteverdi: Il Combattimento di Tancredi e Clorinda, Lamento della ninfa, Il ballo delle ingrate. Jone Martínez, soprano; Luciana Mancini, mezzosoprano; Francisco Fernández-Rueda, tenor; Juan Sancho, tenor; Elías Arranz, bajo. Forma Antiqva. Aarón Zapico, clave y dirección.
Es difícil encontrar en la historia de la música un momento en el que una figura destaque por encima de las demás de la misma forma en que lo hizo Claudio Monteverdi en la primera mitad del siglo XVII, hecho reconocido tanto por sus contemporáneos como por la posteridad. Algunos dirán, quizás, que Heinrich Schütz es un compositor de nivel similar pero Schütz no hubiera sido Schütz sin sus viajes a Venecia y sin Monteverdi. Las aportaciones del músico de Cremona marcan el paso de la estética renacentista, que él mismo practicó en sus primeros libros de madrigales, al Barroco de forma definitiva. Aunque no fue el primero en componer una ópera, ante su Orfeo (1607) uno se siente tentado a decir que comparativamente dejó en meros balbuceos a los antecedentes de Peri o Caccini en este género. El director de cine Jacques Rivette dijo en un célebre texto durante su etapa de crítico en la mítica revista Cahiers du Cinéma que, con la aparición de Viaggio in Italia -estrenada en España como Te querré siempre (Roberto Rossellini, 1953)- de repente todas las demás películas habían envejecido diez años. Algo parecido, quizás con más intensidad, ocurrió con el citado Orfeo, con las Vísperas de 1610 o con otras obras posteriores de Monteverdi, como el Octavo libro de madrigales, la Selva Morale e Spirituale o L’incoronazione di Poppea: frente a ellas todo lo anterior parece de otra era geológica.
En torno a Monteverdi, Forma Antiqva ha diseñado para el concierto que nos ocupa un programa de gran atractivo, reuniendo tres de sus más famosas obras de “pequeño formato” e intercalando entre ellas breves fragmentos instrumentales; tres obras que, aunque pertenecen a periodos diferentes dentro de su producción, fueron incluidas por su autor en el Ottavo Libro dei Madrigali Guerrieri et Amorosi, publicado en Venecia en1638, hacia el final de su vida.
El Combattimento di Tancredi e Clorinda, la primera de estas obras, fue estrenada durante el carnaval de 1624 en el Palacio Mocenigo, residencia de una de las más prestigiosas familias venecianas. La música de esta ópera en miniatura debió de causar una gran impresión entre los asistentes por los novedosos recursos que emplea Monteverdi, entre ellos el uso del pizzicato, el trémolo o el llamado stile concitato, repetición de notas de forma muy rápida para expresar la agitación y la violencia presentes en el enfrentamiento armado, en este caso entre dos amantes que están librando un combate entre ellos sin conocer la identidad del otro hasta un fatal desenlace. Toda esta retórica musical, en la que la propia música relata la acción, fue recreada acertadamente por los músicos de Forma Antiqva, con una dirección atenta al detalle y una ejecución fluida, que dejó el papel protagonista a los cantantes. Aunque más propio sería decir a los actores, pues en esta obra lo que predomina es el “recitar cantando”, un estilo de declamación que se impuso en la música dramática de los inicios del siglo XVII. La parte del león corrió a cargo de Juan Sancho, en el papel de narrador (testo), que es quien lleva el mayor peso de la obra relatando pormenorizadamente todos los detalles del combate; Sancho se involucró de lleno en el texto, recitando-cantando con una amplia gama de matices, con una intensidad que condujo la obra de forma trepidante desde la presentación de la acción hasta el trágico desenlace. Entre sus intervenciones se intercalaron las breves partes de los dos amantes-rivales, Tancredi (tenor) y Clorinda (soprano), en este caso un correcto Francisco Fernández-Rueda y una impecable Jone Martínez.
Precisamente Jone Martínez sería la protagonista de la siguiente obra: el Lamento de la Ninfa. Esta es la única obra del programa compuesta, hasta donde sabemos, específicamente para la publicación que vertebraba el programa, el octavo libro de madrigales. Música de una simplicidad y eficacia inauditas, es imposible no emocionarse ante este sublime ostinato que expresa el desgarro ante la infidelidad del amante, hasta el punto de que incluso a veces las propias cantantes sucumben a esta emoción y esto puede desfigurar las interpretaciones. Jone Martínez no cayó en este error y ofreció una interpretación alejada de excesos, equilibrada, contenida y de una gran belleza, en consonancia con “el pudor, la quietud y la soledad” que encarna la figura de la ninfa en palabras de ese gran sabio que es Ramón Andrés. Muy bien el trío formado por Fernández-Rueda, Juan Sancho y Elías Arranz en los versos de introducción y el comentario final y en las intervenciones que contrapuntúan la obra. Y muy destacable también el acompañamiento de Aarón, Pablo y Daniel Zapico al clave y en la cuerda pulsada, manteniendo ese tetracordo descendente sobre el que gira toda la obra.
Para el final quedó Il ballo delle ingrate, estrenado en 1608 con motivo de los esponsales del hijo del duque de Mantua, patrono de Monteverdi, quien lo incluyó en el octavo libro de madrigales treinta años después eliminando las referencias a la ciudad lombarda. Pues el texto, de carácter mitológico, originalmente hacía referencia a que las flechas de Cupido no hacían mella en las mujeres de Mantua, que despreciaban a sus amantes. Ello motiva la visita de Venus y Cupido a Plutón para que éste permita que vuelvan del inframundo los espíritus de las mujeres, las ingrate del título. La irrupción de la mezzo chilena Luciana Mancini en el papel de Venus, dotó a la obra desde el principio de una gran intensidad. Mancini es una cantante de raza, muy expresiva y con un instrumento muy interesante, capaz de lograr colores muy oscuros pero con buenos agudos y un estimable volumen. Fue la protagonista de la interpretación bien secundada por el bajo Elías Arranz, muy convincente en su papel de Plutón, Jone Martínez como Amor y una de las ingrate, y por el resto de cantantes que se sumaron al emocionante coro final. De nuevo Forma Antiqva fue un buen soporte instrumental, en este caso con más protagonismo, especialmente en las danzas.
No sería justo terminar esta crónica sin resaltar el trabajo de adaptación a las complicadas condiciones espaciales y acústicas del recinto llevada a cabo por Forma Antiqva y Aarón Zapico. El patio del Palacio del Marques de Salamanca no parece el lugar más idóneo para un programa en torno a Monteverdi pero gracias al trabajo del grupo y su director, el resultado fue más que satisfactorio, logrando que el sonido no se perdiera pese a cierta incomodidad en la posición de los músicos. Por otra parte, no había mucho margen para el juego escénico pero con pequeños detalles, como la entrada inesperada de los cantantes desde distintos ángulos, la posición sentados dándose la espalda de Tancredi y Clorinda o los velos con los que se cubrieron los rostros las ingrate, se dotó a la dramaturgia de cierta densidad, lo que constituye todo un éxito teniendo en cuenta las limitaciones. Y, por último, otro acierto fue interpretar todo el concierto sin interrupciones. Quizás por ello, los merecidos aplausos fueron mucho más intensos al final.
Imanol Temprano Lecuona